La casa de Aleixandre
«La película ‘Velintonia 3’, de Javier Vila, fueron dos horas de emoción, porque vi por dentro la casa que tantas veces había visto por fuera. Está abandonada y vacía»

Ilustración de Alejandra Svriz
En estos días de octubre de 1985 llegué a la habitación que me habían asignado en el sexto piso del Johnny y vi que debajo de la ventana estaba la Escuela Diplomática y más allá, distinguiéndose entre las casas, la amarilla de Vicente Aleixandre. Había muerto menos de un año antes, en diciembre de 1984, justo cuando yo leía su Historia del corazón.
Durante todo aquel curso tuve ese paisaje a la izquierda, desde mi escritorio. Allí cumplí 20 años. Con frecuencia paseaba por delante de la casa y me quedaba ante su verja y su puerta verde. Imaginaba a los visitantes que habían pasado por allí: todos los del 27, Neruda, Miguel Hernández, Valente, Gil de Biedma, Gimferrer, Villena… Una tarde calurosa de junio, mientras sonaba en mis auriculares el adagio del concierto para piano núm. 23 de Mozart, vi a Cernuda. Subía la cuesta con la chaqueta en el brazo, pasaba por delante de mí sin verme y entraba.
Lo recordé el otro día durante el pase en Málaga de Velintonia 3, de Javier Vila, al que me había invitado su productor, José Antonio Hergueta. Fueron dos horas de emoción, porque vi por dentro la casa que tantas veces había visto por fuera. Está abandonada y vacía. La cámara recorre las paredes desconchadas, con manchas de humedad y el contorno aún de los cuadros que hubo y el reloj de péndulo, los suelos con virutas, algún objeto tirado, enchufes antiguos. Permanece la luz que entra por las ventanas, haciendo sus dibujos, postulando sus mapas, así como el verde de las hojas de los árboles, que se renueva en cada generación de hojas (así lo observaron los líricos griegos).
Hay un guía para poetas jóvenes, que les va contando la historia de aquellas estancias. Y hay poetas viejos que recuerdan lo que vivieron y hablaron allí cuando ellos eran los jóvenes y Aleixandre el viejo: Carnero, Siles, Colinas, Molina Foix, Dionisio Cañas, Lostalé, Barnatán y su mujer la periodista Pereda. Eché en falta a Villena y Gimferrer. Se completa la película con la preparación de un concierto de campanas en el jardín, que se celebra al final, de noche, con velas, la lectura de textos (versos, cartas, artículos) e imágenes de archivo de Aleixandre en la casa, deambulando por ella o contestando en el sillón al cuestionario Proust. Trabajaba acostado, pero trabajaba. Se me quedó una frase: «Hacer es vivir más».
La calle se llamaba Wellingtonia, aunque para Aleixandre y su círculo era ‘Velintonia’, como aparece en muchos escritos; hasta se inventaron el verbo «velintonear», cuyo significado era ir a visitarlo. Cuando le dieron el Nobel en 1977, el mejor homenaje de las autoridades habría sido rebautizarla así. Pero no, la llamaron calle Vicente Aleixandre, lo que disgustó al poeta, que ni siquiera salió a inaugurar la plaquita. Así son las autoridades. (En Brasil pasó lo mismo: al aeropuerto de Galeão, que sale en canciones de Jobim, le pusieron aeropuerto Antonio Carlos Jobim).
«El tópico lanzado por Umbral de que la poesía surrealista francesa no alcanzó el nivel de los libros surrealistas de Aleixandre es falso»
Se ofrece a la vez un recorrido por su obra, desde Ámbito hasta Diálogos del conocimiento. Se resalta la importancia de Sombra del paraíso en la posguerra. Carnero elogia al Aleixandre tardío de Poemas de la consumación. Se repite el tópico lanzado por Umbral de que la poesía surrealista francesa no alcanzó el nivel de los libros surrealistas de Aleixandre, Espadas como labios, Pasión de la tierra y La destrucción o el amor. Es un tópico falso (ahí están los poemas de Éluard, Char, Péret o el propio Breton), aunque los de Aleixandre son grandes libros. El mecanismo del símil por inversión del primer título lo ejemplificaba el profesor Escartín con un equivalente vulgarote que no he logrado olvidar: «Balines como garbanzos». El espíritu rabiosamente surrealista, por otro lado, estaba más (aparte de en el Lorca de Poeta en Nueva York) en el Cernuda de Un río, un amor y Los placeres prohibidos.
Por Cernuda pasé a despreciar a Aleixandre, al que empecé apreciando. La valentía homoerótica del primero, con sus pronombres y adjetivos masculinos ya desde los años treinta, dejaba en evidencia al segundo, con sus cobardones femeninos. He tratado de refrenar mi juicio, por reconciliarme… pero esos femeninos volvieron a salir en algún recitado del documental y no puedo con ellos.
Pero sí, a Aleixandre lo leí mucho y de aquellas lecturas tengo un recuerdo cálido. Me ha alegrado saber por Velintonia 3 que uno de los poemas que Aleixandre más apreciaba es uno que a mí me emocionó también y que me sé de memoria. Se titula Adolescencia (yo era adolescente entonces) y dice: «Vinieras y te fueras dulcemente,/ de otro camino/ a otro camino. Verte,/ y ya otra vez no verte./ Pasar por un puente a otro puente./ –El pie breve,/ la luz vencida alegre–.// Muchacho que sería yo mirando/ aguas abajo la corriente,/ y en el espejo tu pasaje/ fluir, desvanecerse».
Hoy el Johnny, el Colegio Mayor San Juan Evangelista, está tan abandonado como la casa de Aleixandre. Aunque parece que esta se va a rehabilitar.