The Objective
Francesc de Carreras

Inteligencia y sensatez

«Aunque el conflicto de Palestina parece interminable no es irresoluble, tiene solución. Para ello es necesario, sobre todo, actuar con inteligencia y sensatez»

Opinión
Inteligencia y sensatez

Destrucción en la franja de Gaza.

Para hacer análisis político hay que saber, antes que nada, historia y, a veces, también geografía. Este es el caso de Palestina, hoy de dramática actualidad. No cabe en un breve artículo examinar los aspectos históricos aunque solo fuera la evolución de esta zona del mundo desde finales de siglo XIX. La importancia de la geografía está clara si echamos un vistazo al mapa.

En este artículo solo quiero justificar esta afirmación: aunque el conflicto de Palestina parece interminable, no es irresoluble, tiene solución. Para ello es necesario, sobre todo, actuar con inteligencia y sensatez. Como ha sucedido en otros momentos. 

En efecto, tras dos terroríficas guerras mundiales entre 1914 y 1945, cinco años después de esta última, en 1950 se puso la primera piedra de la unidad europea mediante la Declaración Schuman, ministro de Asuntos Exteriores francés. En mayo se cumplieron 75 años.

La idea era sencilla y, sobre todo, práctica: establecer no sólo unas bases comunes sino también una autoridad libremente acordada para que cooperaran los Estados y las empresas francesas y alemanas (y las demás que quisieran adherirse) en la producción conjunta de carbón y acero, justamente los productos con los cuales se fabrican los armamentos, además de otras muchas cosas, entre ellas la energía. 

Por tanto, Schuman propuso unas realizaciones concretas para que se crease una solidaridad de hecho entre las principales naciones que habían estado en guerra. La idea era del gran Jean Monnet, un comerciante de vinos que en la guerra colaboró con De Gaulle en Londres y tenía no solo una gran inteligencia, sino también un acusado sentido práctico de la política. La finalidad de esta cooperación en materia de carbón y acero era ir mucho más allá, llegar a la unidad: entonces se adhirieron seis estados. Hoy son veintisiete, y la Unión Europea se ha consolidado. 

Esta idea tuvo el respaldo de los gobiernos de Alemania, Italia y Bélgica, por tanto, el impulso inicial a la unidad europea fue de los gobernantes democristianos, Adenauer y De Gasperi. También lo era Schuman, y un cuarto grande, el belga Spaak, era socialdemócrata. 

Hay que anotar un detalle curioso y revelador de lo que es Europa y de la importancia de las lenguas cuando no se convierten en armas identitarias arrojadizas –como hacen en el Congreso y en el Senado nuestros nacionalistas periféricos– sino en instrumentos naturales de comunicación: De Gasperi, Schuman y Adenauer hablaban entre ellos en alemán, era el idioma materno de los tres, a pesar de ser el primero italiano y el otro francés. 

La Declaración Schuman dice en su primer párrafo: «La paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan». Todo lo que se hizo a continuación es coherente con el sentido profundo de esta frase. Recordémosla. Pero también recordemos lo apuntado al principio: todos estos grandes hombres, estos padres de la actual Unión Europea, actuaron con inteligencia y sensatez. 

El conflicto de Palestina se arrastra desde la creación del Estado de Israel en 1948, si no antes. Quizás desde la Declaración Balfour. Ha tenido algunos momentos desalentadores y muchos más esperanzadores en cuanto a su solución. El último optimista fue en 1993 con los Acuerdos de Oslo, basado en intercambiar paz por territorios y crear autonomías en Gaza y Cisjordania. ¿Daba solución a todo? No, ni mucho menos. Pero era el inicio de una ruta que conducía a una solución: la creación de dos Estados. Oslo podía desempeñar la función de la Declaración Schuman, sus raíces estaban además en los Acuerdos de Paz de Madrid de 1991, o sea que llegaba tras un largo recorrido. 

Pero la ruta se truncó: aparecieron Hamas y Netanyahu para boicotearla. Aparecieron los extremos y acabaron con la labor pacificadora de Isaac Rabin, Shimon Peres y el último Yasir Arafat, entre otros. Se acabó con la centralidad política, gobernaron los fundamentalistas de uno y otro lado. Así hemos llegado adonde estamos. 

Los conflictos emocionales, por ejemplo, los que enfrentan a nacionalismos, sean religiosos, culturales o políticos, no se pueden solucionar desde las posiciones extremas sino desde las posiciones centrales, las que posibilitan acuerdos y pactos, renuncias a lo accesorio para conseguir lo fundamental. 

El centro no es una ideología –no existen las «ideas centristas»– sino un espacio político. En este espacio caben diversas ideologías y diversos partidos pero todos ellos con una creencia común: que los conflictos, que siempre existen y siempre existirán, se resuelven mediante acuerdos razonables y no mediante la violencia política. Y a estos acuerdos sólo llegan personas inteligentes y sensatas, nunca intolerantes y fanáticas. 

Los pactos, por esencia, solo pueden acordarse entre rivales. Pero nunca pactarán dos partidos extremos de uno y otro lado y si pacta un partido que está situado en el espacio central con el que está en un extremo sale un producto que se llama bloque y que divide a un país en dos: polariza y enfrenta a quienes son incapaces de pactar. 

Pasando a España, esto le sucede desde hace unos años al PSOE con la izquierda populista y, lo que es peor, con los nacionalistas independentistas. Ello le puede suceder al PP si forma un bloque con Vox, sobre todo el Vox actual. Ninguno es solución real para los problemas con los que nos enfrentamos. Por eso decimos que hay que retornar a la Transición que es como decir retornar al espíritu de la democracia. 

No hay que formar un partido de personas inteligentes y sensatas, como pretende un amigo mío, sino que debe haber varios partidos con corrientes y líderes inteligentes y sensatos dispuestos a pactar, a llegar acuerdos, y estos partidos solo se encuentran en este espacio central de la política. 

Quizás en Palestina se vuelva a trazar el camino para llegar a acuerdos y empezar otro largo recorrido. Si hay inteligencia y sensatez, así será. Pero Palestina también puede ser una lección para España y otros países europeos –a los que se ha añadido inopinadamente Francia–, así como para EEUU. 

Recordemos el primer párrafo de la Declaración Schuman y modifiquemos sólo una palabra para aplicarla a la actualidad de nuestro país: «La democracia no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan». Los conflictos, en Palestina y aquí, siempre tienen solución mientras exista inteligencia y sensatez. 

Publicidad