Notas al margen
«’Creo que el sol nos sigue’ (2025), de Juan Marqués, publicado por Pre-Textos, es uno de esos libros que deslumbran por su sencillez»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Nada como vivir en los márgenes. Hay épocas, momentos, situaciones en las que uno debe elegir dónde estar. También en el arte y en la literatura. En los márgenes se contempla la vida, la realidad, las gentes, las cosas y todo lo que pasa en la calle con una serenidad revolucionaria. Cuando se entiende por revolución una profunda transformación, para mejor, de cuanto ocurre. Vivir en los márgenes. Un anhelo que pocos alcanzan. Es una atalaya singular, elegida, alejada de las turbulencias tan fatuas como efímeras de lo que se supone la trascendencia. Trascender tiene otro lenguaje.
Creo que el sol nos sigue (2025), de Juan Marqués, publicado por Pre-Textos, es uno de esos libros que deslumbran por su sencillez. Una sencillez que encierra una serie de anotaciones sobre el leve transcurrir de la vida y son «de un encanto infinito». (Andrés Trapiello). Y tan infinito, porque, bendito sea, ¿cómo es posible escribir tanta sabiduría, tanta sensatez, tanta literatura, en 74 páginas? No es que lo breve sea bueno dos veces, es que aquí, de acuerdo con Trapiello, es breve por infinito. Paradoja borgiana, tal vez. Juan Marqués (Zaragoza, 1980) es autor de una novela, El hombre que ordenaba bibliotecas (Pre-Textos, 2021), de poemas, De qué vas a vivir (Comares, 2024) y su firma, además de en La Lectura, suele aparecer en estas páginas de THE OBJECTIVE.
Marqués es un letraherido –a uno le da que de los últimos, tal y como va la vaina literaria– pero que lleva a la literatura como, por ejemplo, la llevaba Ramón Gómez de la Serna (Madrid, 1988-Buenos Aires, 1963) que cuando escribió una especie de libro de memorias –Automoribundia– advertía que su manuscrito estaba escrito en tinta roja porque él, decía, se deja la sangre en la escritura. Uno no sabe si Marqués se deja la vida en la escritura, lo que sí descubrirá el lector es que en sus páginas hay literatura a borbotones, que cada frase destila un archivo literario y una creación singular, única, que dibuja a un autor como pocos, por su calidad, su brillantez y su compromiso con la creación literaria. Porque cuando se escribe solo hay un compromiso, sí: con la literatura.
Una escritura, la de Marqués, de una claridad espeluznante, cervantina, porque es un hombre discreto, no se esconde, pero tampoco se exhibe: escribe. Hace de la discreción una ética y una elegantísima estética. Cada trazo, cada frase, breves como relámpagos de una lucidez memorable. Estas notas al margen son un diario, son aforismos, son un juego propuesto al lector que comparte, y es cómplice, de una conspiración más allá del fútil día a día que rellena las publicaciones y los informativos.
La de Marqués es una vida que está en otra parte, pero aquí al lado, y que dice su canción solo al que con él va. Estas páginas forman parte de un tiempo circular: ni progreso, ni regresión. Mira el mundo, se fija en la gente, en las lecturas, en la memoria, con un sentido y sensibilidad únicos, que sugieren al lector que habrá otros mundos, pero que éste que nos propone Marqués conserva y presenta un atractivo único. «’Se leía los libros’: mi epitafio». Hombre, Marqués, menudo epitafio, qué modestia y qué dardo en la palabra. Quien lo entienda que tome nota.
«Mira el mundo, se fija en la gente, en las lecturas, en la memoria, con un sentido y sensibilidad únicos»
«Aspirar a escribir ‘El libro más modesto de la Historia’ sería una contradicción que merecería la pena». Otro dardo descomunal, porque, ¿qué libro –publicado claro– no es sino un escaparate de narcisismo? Si no fuera así, para qué publicar. Salvo que uno pensara como Borges y Alfonso Reyes que, al final, uno publica para dejar de corregir. ¿Y esta Postal Bergamiana: «No acumules amor para más tarde/ Suelta todo el que tengas,/ que has de marcharte». En la vieja idea de Kierkegaard de «quien se pierde por su pasión, pierde menos que quien pierde su pasión».
Es un lujo la lectura de Marqués. «Hay libros autobiográficos, o incluso diarios, que, bien leídos, apenas contienen nada del yo. Hay en ellos intimidad, pero sin exhibicionismo, y por supuesto una mirada singular, individual pero más misteriosa cuanto más se revela. Es la diferencia, por ejemplo, entre Torga y Saramago, una voz tímida y lúcida frente a un yoísmo violento de tan ansioso. Esos, los que por timidez disimulan su pudor, son los que me importan». No solo a ti, Juan Marqués, hay más de los que imaginamos, para nuestro bien.
Y, para un libro de apenas 74 páginas, no conviene que el alumno, en este caso quien esto escribe, no cumpla con el profesor, el escritor, así que valga el cierre con esta divertida reflexión: «Hablando de esto último, cada día me fascina más la gente de teatro. Sobre todo en su vida normal, fuera de cualquier escenario. Es tremendo ver cómo siguen actuando en absolutamente todas las situaciones cotidianas, entre amigos, jugando al pádel, curioseando por los pasillos de Ikea, paseando por un aeropuerto. Hablan y se comportan como si constantemente tuviesen un público observándolos ya no con atención sino con admiración, con embeleso, que es lo que ellos y ellas necesitan sentir. Qué maldición tan espantosa. Probablemente actúan así hasta cuando duermen».
Pero, querido Juan Marqués, es que eso no solo ocurre con las gentes del teatro, sino con cualquiera que se crea un personaje público. Claro que así les va. Otra vez sea bendita tu cervantina discreción.