Aman Palestina y odian España
«Es duro pensar que, quizás, algunos de los que claman ‘genocidio’ hubieran preferido secretamente que tal genocidio durase hasta las elecciones de 2027»

Ilustración de Alejandra Svriz.
El anuncio por parte del gobierno Trump de un acuerdo de paz entre Israel y los palestinos de Gaza ha provocado una explosión de alegría. Alegría entre los gazatíes, porque las muertes se pararán por el momento, aunque las condiciones de la propuesta de paz no parezca que vayan a resolver el conflicto de fondo. Alegría entre los gobiernos de países árabes y musulmanes, porque –a diferencia de sus ciudadanos– dichos gobernantes prefieren llevarse bien con Israel y ganarse el favor económico de EEUU (como es el caso de Siria o Arabia Saudí), o que los yanquis les vendan más cazas (Turquía) o que Trump garantice su defensa militar y otros multimillonarios negocios (Catar). Y alegría entre algunos países europeos que condenaban las acciones de Israel y comenzaban a proponer diversas sanciones contra su armamento y contra las figuras más extremistas de su gobierno.
Entre estos países que se alegran está el Gobierno de España, que en las últimas semanas había hecho de la causa propalestina su principal bandera. Pero hay quien dice que esta alegría es con la boca pequeña, porque centrarse en un conflicto lejano permitía muy cómodamente esquivar el sensible panorama nacional, donde unos están anegados en investigaciones por corrupción y otros no parecen ofrecer ninguna gran alternativa de país. La distracción internacional le permitía a unos pintarse como adalides de los Derechos Humanos y a su oposición como monstruos genocidas, mientras que a la oposición le permitía pintar al gobierno como aliados del terrorismo islamista y a sí mismos como valedores de algo difusamente llamado «alianza judeo-cristiana». Pero el acuerdo de paz en Gaza liquida la distracción internacional de nuestra casta política. Es duro pensar que, quizás, algunos de los que claman «genocidio» hubieran preferido secretamente que tal genocidio durase hasta las elecciones de 2027, prolongando la cortina de humo sobre sus miserias politicastras. De otra forma, no se explica tanto repentino interés por una limpieza étnica en Palestina por parte de los mismos que han abandonado a los saharauis a ese mismo destino a manos de Marruecos.
«El caso más extremo es el de personajes del entorno etarra que justificaron aquí la violencia terrorista mientras que ahora ejercen de pacifistas hacia Gaza»
Fuera de los partidos de gobierno hay también muchos que se habían apuntado a la causa propalestina meramente por moda, porque era «lo que tocaba» tras llevar un día la bandera de algún partiducho o grupúsculo, otro día la de Black Lives Matter, otro la «progress pride» llena de rayas multicolor y triángulos trans-género-fluido, o la causa que salga en la televisión ese día, según la tendencia del momento en EEUU y con eslóganes en inglés (como «free free Palestine»). No pregunten qué opinan realmente de esta izquierda los más ultras de los islamistas en Oriente Próximo. Y tampoco pregunten qué opinan los más ultras en Israel sobre la derecha católica y orgullosa de la historia de España.
Algunos en esa «izquierda chic» del activismo moralista y narcisista tienen un perfil que le hace flaco favor a sus causas, que a menudo son nobles de fondo. Están las «barbie-gazas» que estudian carreras buenistas-sentimentalistas de «trabajo social» o «estudios culturales» y acaban conversas al islam, al hinduismo o a cualquier cosa, más por desprecio a lo propio que por amor a lo diferente. Suelen ser gente de buena cuna, con inmuebles lujosos, mientras que el ciudadano de al lado no tiene ni para el alquiler, por lo que han de hacerse buena conciencia mirando a alguna injusticia de algún país distante. Están también algunos independentistas que, ajenos a que buena parte del proceso nacionalista vasco y catalán se inspira en la construcción nacional de Israel, se animan a apoyar la causa patriota del Estado Palestino mientras dicen «puta España». El caso más extremo es el de personajes salidos del entorno etarra que justificaron aquí la violencia terrorista mientras que ahora ejercen de pacifistas hacia Gaza, conmoviéndose ahora por cada civil y cada niño y ante el odio nacionalista y la violencia. O han sufrido una milagrosa conversión, o son pura hipocresía.
Está bien solidarizarse con la autodeterminación de los pueblos del mundo, pero la solidaridad internacional solo puede surgir desde la identidad nacional. España solo puede reconocer un Estado Palestino si existe previamente una España. Y la bandera de ese estado solo puede ondear si ondea al lado la bandera del nuestro. Es absurdo e imposible amar Gaza y odiar España.