El dividendo de la hispanidad
«España hizo algo muy meritorio en su historia, y ahora está recogiendo sus frutos. Entendámoslo y facilitemos la cosecha»

Imagen generada con IA. | Benito Arruñada
Gloria Estefan, cubana exiliada desde niña y nieta de un asturiano de Pola de Siero, dio hace una semana un concierto multitudinario en Madrid, en el que los criollos ricos del barrio de Salamanca religaban con los pobres del «triángulo latino». Contrastaban entre ellos, pero chocaban aún más su juventud y su alegría con la melancolía de los paseantes autóctonos.
Si quiere sobrevivir, a España no le viene mal este injerto demográfico. En 2025, de cada cien residentes han nacido veinte en el extranjero, o veinticinco si se cuentan los nacidos aquí con al menos un padre nacido fuera, una cifra que se ha multiplicado por cinco desde principios de siglo.
Relativamente, este vuelco demográfico ha causado menos conflictos que en otros países europeos, desde Alemania a Francia, Reino Unido o Suecia. Esta menor conflictividad se explica por la «hispanidad», el hecho cultural que hoy celebramos, aunque sea a nuestra manera, unos con desprecio y otros con un desdén más elegante pero no menos sesgado. La mayoría, sin apreciar su valor.
Pero todos nos beneficiamos de que cerca de la mitad de los inmigrantes sean iberoamericanos. No solo compartimos el idioma, sino muchas otras piezas culturales, desde las fiestas hasta los códigos de cortesía. Por eso, los españoles declaramos más simpatía y confianza hacia los iberoamericanos que hacia otros colectivos, y hasta un setenta y tres por ciento creemos que tienen menos dificultades de integración.
No se trata solo de percepciones, ya que esa cercanía cultural facilita la convivencia y ayuda a la integración. Lo prueba el que, por la causa que fuere –sin descartar la discriminación–, los inmigrantes de raíces hispanas muestren tasas de ocupación muy cercanas a las de la población autóctona y estén infrarrepresentados en la población reclusa. Por el contrario, los de otros continentes presentan brechas de ocupación de hasta veintiocho puntos porcentuales respecto a los autóctonos y están sobrerrepresentados en las cárceles.
«En la vana pretensión de preservar su pureza identitaria, Cataluña está creando una sociedad crecientemente fragmentada y conflictiva»
Nuestros pesqueros proporcionan otro indicio, no por sectorial menos revelador, acerca de cómo funcionan los diversos modelos migratorios y, sobre todo, de la necesidad de gestionarlos. El mar coloca a los pescadores en una situación límite que les exige cooperar durante meses en un espacio reducido, peligroso y agotador. Esa tensión agrava los conflictos, impone reglas estrictas de convivencia y descarta el uso de subterfugios. Es notable que, ante la creciente escasez de marineros autóctonos, muchos patrones y armadores no tienen reparo en contratar marineros de casi ningún país ni cultura, pero también son muy conscientes de la necesidad de gestionar su convivencia.
Aprendamos a gestionar de forma activa, incluido ese casi; hoy solo lo hacemos a medias. España viene aplicando reglas que promueven una inmigración selectiva, pero de manera contradictoria. Por un lado, favorecemos una inmigración culturalmente afín mediante la entrada libre de ciudadanos comunitarios, acuerdos específicos con algunos países hispanoamericanos y la vía rápida para adquirir la nacionalidad española tras dos años de residencia legal continuada (en vez de diez). Desde 1954, disfrutan esta vía rápida los nacidos en países iberoamericanos y Filipinas; desde 1990, los de Guinea Ecuatorial, Andorra, Brasil y Portugal; y, desde 2015, los sefardíes originarios de España. Además, generalmente no les pedimos renunciar a su nacionalidad de origen.
Sin embargo, en sentido contrario, perjudicamos la afinidad cuando impedimos que los hijos de esos inmigrantes hispanoamericanos puedan escolarizarse en su idioma materno, condenándolos a un retraso educativo enteramente evitable y que se estima entre un trimestre y todo un curso escolar. Pensemos en la exclusión que este retraso provoca en unas familias que emigran en busca de movilidad social y que, en su mayoría, ya parten de los escalones más bajos.
No debe sorprendernos, por ello, que, según el INE, los iberoamericanos, incluido Brasil, sean más de la mitad de los extranjeros residentes en Madrid, pero en torno a un tercio en Cataluña. Aquí pesa más la inmigración de origen magrebí y subsahariano, y se concentra más de la mitad de la inmigración paquistaní, con el Raval barcelonés ya convertido en la «pequeña Lahore». En la vana pretensión de preservar su pureza identitaria, Cataluña está creando una sociedad crecientemente fragmentada y conflictiva. (Del País Vasco, mejor ni hablar).
«Hay una deuda histórica que sí debemos satisfacer; pero no por la conquista, sino por el abandono»
Si queremos remediarlo, la solución a nuestro alcance pasa por encauzar la mezcla de las culturas hispanas, empezando por facilitarla. Basta con profundizar las medidas que ya la impulsan y suprimir las que la entorpecen.
Además, enmendaremos así el error histórico que cometimos al abandonar a los indígenas americanos en manos de las élites criollas. Estas, con la independencia, pudieron explotarlos sin contrapeso alguno y sin dotarse de las instituciones que les hubieran permitido crear sociedades prósperas, siguiendo el ejemplo de los Estados Unidos.
Algunos siguen idealizando el «pronunciamiento» del general Riego, que abortó en 1820 la expedición que intentaba sofocar las sublevaciones americanas. Vistos sus resultados, quizá solo benefició a los intereses angloargentinos que al parecer lo financiaron. Se discute aún sobre este último punto, pero de lo que caben pocas dudas es de que, al interrumpir toda ayuda a los ejércitos realistas, liquidó la última esperanza de restaurar el módico amparo que la administración real proporcionaba a unos indígenas cuyos descendientes hoy han de emigrar a España.
Historia remota, pero pertinente: nos recuerda que, junto al dividendo, hay una deuda histórica que sí debemos satisfacer; pero no por la conquista, sino por el abandono.