The Objective
Fernando Savater

¿Por qué no la Hispanidad?

«Nuestra Fiesta Nacional conmemora el paso de España a la liga más Internacional, esa liga a la que Unamuno llamó ‘Hispanidad’. Yo desde luego no me arrepiento»

Opinión
¿Por qué no la Hispanidad?

Desembarco de Colón en el Nuevo Mundo (1862), de Dióscoro Puebla.

En homenaje a María Corina Machado, que representa lo mejor de la Hispanidad.

Salvo en algunos campos deportivos, como el tenis o el fútbol, España es muy modesta, casi acomplejada, respecto a sus mayores logros históricos. Supongo que esto, como casi todo, es también culpa de Franco. Durante la dictadura hubo una epidemia de triunfalismo por cualquier gesta más o menos verdadera o inventada de nuestro pasado, sobre todo si incluía hechos de armas gloriosos. En el calendario franquista abundaban las fechas ensalzadas con tinta roja e indeleble. De modo que cuando llegó la democracia padecíamos ya un empacho de efemérides y una prudente inclinación a no celebrar más que las fiestas religiosas, que incluían también las conmemoraciones regionales del culto a las autonomías. Todas las demás exaltaciones tenían un tufo facha o por lo menos anticuado, fuera de lugar en la nueva era. Por ejemplo, el 12 de octubre, abominablemente llamado antaño Día de la Raza y después Fiesta de la Hispanidad. Pero tampoco esta denominación ha prevalecido en todos los usos (aunque por ejemplo en nuestro hipódromo mayor se sigue disputando el premio de la Hispanidad) y oficialmente ha sido sustituido por el rubro de Fiesta Nacional. Más laico y te mueres, aunque seguro que lo de «nacional» no suena bien a los oídos precisamente más nacionalistas. ¿Por qué no llamarla Fiesta Estatal o Fiesta de la Administración Central? Descuiden ustedes, que algo inventarán para que los españoles no puedan pasearse el día de la Pilarica con la cabeza demasiado alta.

Pero el caso es que fue un 12 de octubre cuando tres carabelas españolas llegaron por primera vez a la vanguardia insular de lo que luego se llamó América. No basta ese logro para justificar que la fecha se llame Columbus Day, como ha restablecido Trump, porque llegar a esa isla no fue un logro personal de Colón en el sentido que lo fue la conquista del Everest por Edmund Hillary. Fue sin duda una hazaña de hombres admirables, pero más importante aún que la hazaña fueron sus consecuencias. Tampoco tiene sentido hablar de un Día de los Pueblos Indígenas, que sería como establecer una festividad consolatoria, algo así como el Día de las Víctimas de Accidentes de Tráfico o de los Enfermos Terminales. El acontecimiento fue que ese día llegaran allí los europeos –españoles para más señas–, no que encontraran en esas tierras habitantes anteriores, muy respetables pero no especialmente merecedores de alabanzas. Si alguien cruza el canal de la Mancha a nado se le felicita por su éxito, pero no se elogia también a la señorita que se encontró tomando el sol en la playa al llegar. Ni aunque luego se casara con ella, por seguir ampliando el paralelismo histórico.

“A partir de aquel 12 de octubre se inició una catarata de acontecimientos que dio un mágico empujón a la lenta marcha del mundo”

Celebrar el Día de la Hispanidad no es conmemorar un viaje extraordinario ni una cadena de acontecimientos evidentemente prodigiosos que transformaron el continente encontrado por una inimaginable casualidad. Lo que brotó allí después del desembarco de la expedición no es algo que trajeran de fuera y lo impusieran por la fuerza, sino una mutación a la que dieron lugar con su llegada. Y en la que intervinieron los que llegaban con ansias de descubrimiento y conquista tanto como los nativos que aprovecharon el acontecimiento para desarrollar su potencial paralizado de renovación. En artículos de indígenas sobrevenidos publicados estos días en El País, siempre a la cabeza del batallón del ridículo, se habla de matanzas, colonialismo esclavista, desprecio a los «vencidos» o sea a cuantos levantaron toda una pléyade de nuevos países, con sus escuelas, universidades, hospitales, etc. con y contra los arribados de ultramar. Solo ahora, en tiempos de resentimiento e ignorancia, tenemos a estudiosos de medio pelo que se enfadan con torpe elocuencia contra la modernidad que llegó con las carabelas: «¡Ay, qué pena, se perdieron los cultos tribales y hábitos ancestrales como los sacrificios humanos!». Me inclino por otra exageración de signo opuesto, sin aceptarla, la de un charlista descendiente del líder apache Gerónimo que sostiene que lo que debe reprocharse a los conquistadores españoles no es haber llegado al nuevo continente… ¡sino haberse ido!

Pero no se trata de festejar nada ni de ensalzar y hosanear a la raza de héroes, sino de recordar. A partir de aquel 12 de octubre se inició una catarata de acontecimientos que dio un mágico empujón a la lenta marcha del mundo. La cultura se multiplicó, no se sumaron simplemente los que llegaron a los que ya estaban. El útero del planeta dio nuevos frutos que aún nos alimentan. ¿Nada que celebrar? Pues por lo menos recordemos juntos cómo y cuánto se amplió la vida humana. Ese día de nuestra Fiesta Nacional conmemora el paso de España a la liga más Internacional, esa liga a la que Unamuno llamó “Hispanidad”. Yo desde luego no me arrepiento, como tampoco me arrepiento de haber nacido… aunque el asunto no deje de aportar ciertos inconvenientes.

Publicidad