Tras el rastro de John Searle
«No fue condenado por delito alguno, pero Berkeley optó por retirarle la condición de emérito tras determinar que su conducta había vulnerado las directrices sobre acoso»

John Searle en una imagen de 2015. | FranksValli (Wikimedia Commons)
El 26 de septiembre pasado, Jennifer Hudin, secretaria de John Searle durante 40 años, escribió a Thomas Nagel, insigne profesor de filosofía moral de la NYU, un mensaje de correo electrónico en el que le comunicaba que Searle había muerto el 17 de septiembre; a los 93 años; solo, en una residencia en Tampa (Florida). «Los dos últimos años de su vida fueron infernales», escribía Hudin. Y concluía: «No habrá acto conmemorativo en el campus de Berkeley, donde John trabajó durante más de 60 años…».
En efecto, si uno introduce en Google la búsqueda «UC Berkeley John Searle» el segundo de los resultados le dirige al departamento de Filosofía de esa prestigiosa y legendaria universidad californiana, y lo que salta es la lista de cursos que Searle impartía entre los años 2004 a 2016 («Filosofía social», «Filosofía de la mente» y «Filosofía del lenguaje», entre otros). Si uno se dirige directamente a la página inicial de UC Berkeley sabrá que nada menos que dos Nobeles de este año –en Física y Química– son profesores en esa universidad, y si se pincha directamente en el departamento de Filosofía podrá leer, en el apartado In Memoriam, un conjunto de obituarios dedicados a los muy ilustres filósofos que por allí pasaron; de John Searle no hay rastro alguno. En los anuncios de la página web de la American Philosophy Association el 28 de septiembre se da una lacónica noticia de su fallecimiento que contrasta con las prolijas reseñas que se han dedicado a la vida y obra de otros filósofos fallecidos. Quizá haya que esperar, pero lo cierto es que, a día de hoy, desde que murió, y hasta donde uno ha podido bucear, solo se han publicado dos obituarios en grandes medios de comunicación de alcance global: The Guardian y The Times.
Y el caso es que si uno introduce en Google como términos de búsqueda «John Searle The New York Times» o «John Searle The New York Review of Books», comprobará con cuánta profusión se prodigaba Searle en ambos medios. En estos días, ni rastro de su muerte. En The New York Review of Books, revista en la que mantuvo debates legendarios con pensadores tan influyentes como Noam Chomsky, Jacques Derrida, Steven Pinker, Daniel Dennett, Ray Kurzweil, Antonio Damasio o Paul Boghossian, por nombrar solo unos cuantos, se ha recuperado una vieja reseña de Stephen Jay Gould para rendir homenaje a la recientemente fallecida Jane Goodall. De Searle, ni rastro.
Y estamos hablando, como lamenta su exasistente Hudin, de un gigante del pensamiento, alguien que durante décadas ha ejercido una influencia sobresaliente en los campos de la filosofía del lenguaje y de la mente. Sus libros, La construcción social de la realidad, El misterio de la conciencia, Actos de habla o Creando el mundo social, por nombrar solo unos pocos, han figurado como textos de referencia en los programas de multitud de asignaturas de ciencias sociales en universidades de todo el mundo. Sin duda en los de filosofía de la mente, filosofía del lenguaje; sin duda en los míos de filosofía y teoría del derecho y los de tantos colegas: no conozco muchas explicaciones tan límpidas y fructíferas de la «realidad institucional» como las proporcionadas por Searle, alguien que, en la mejor tradición analítica, ha hecho como pocos el duro trabajo de desbrozar las confusiones semánticas y conceptuales; limpiar de incrustaciones indebidas nuestros esquemas mentales y depurar de nuestros empeños los seudoproblemas para marcar mejor el rumbo, trazar las categorizaciones y distinciones útiles y relevantes, idear los experimentos mentales que nos sitúan en las mejores atalayas para comprender y reflexionar de forma más esclarecida sobre problemas filosóficos de calado: ¿De qué manera existen las fronteras o el dinero? ¿Cómo deducir deberes a partir de hechos? ¿Cómo encajar el libre albedrío de los seres humanos en nuestra imagen del mundo? ¿En qué sentido se puede afirmar que hay inteligencia artificial? ¿Cómo es posible que al decir «yo os declaro marido y mujer» se declare lo que al tiempo se crea, esto es, una relación jurídica? ¿Qué significa «entender» un lenguaje? ¿Lo hace una máquina al modo en el que propuso Alan Turing? A propósito de esto último, su célebre «habitación china» figura ya con todos los honores en el panteón de las fábulas filosóficas ilustres.
«En los campuses estadounidenses en plena eclosión de la liberación sexual de los 60, las estudiantes, más que denunciar acosos a manos de sus profesores, llevaban la cuenta de con cuántos acababan en la cama»
¿Cuándo se pierde el rastro de este que fue reputado filósofo?, se estará usted preguntando. Pues allá por 2017, en pleno apogeo del movimiento «me too», cuando una antigua estudiante, Joanna Ong, le acusa de haberla manoseado, acosado sexualmente, y de haber visto pornografía en su presencia, y a su entonces secretaria Hudin de haber ocultado esos comportamientos. Pronto se sumaron otras «denuncias», al calor de esa batalla cultural que tornó en pira sacrificial de tirios y troyanos y con el salvoconducto del anonimato en las redes, blogs y tablones digitales: desde hacía años se sabía de la conducta hoy tenida por impropia de un Searle a quien ni el uso del lenguaje políticamente correcto ni mantener la necesaria distancia física y emocional con las estudiantes, propias o ajenas, le había pillado ni en el momento ni en el lugar adecuado. Como en aquel entonces se atrevió a escribir Laura Kipnis –y por lo que acabó también denunciada por acosadora– en los campuses estadounidenses en plena eclosión de la liberación sexual de los 60, las estudiantes, más que denunciar acosos a manos de sus profesores, llevaban la cuenta de con cuántos acababan en la cama. En Berkeley no se quedaban a la zaga.
Ni Searle ni Jeniffer Hudin fueron condenados por delito alguno, pero el rector de Berkeley optó por retirarle en 2019 la condición de profesor emérito tras la resolución de una comisión que, después de un proceso penoso y envuelto en el secretismo, determinó que su conducta sí había vulnerado las directrices reglamentarias sobre acoso sexual. Esa es la impía caza de brujos que explica esta realidad social de su ostracismo desde entonces, e incluso una vez fallecido en las desgraciadas circunstancias que narra quien siempre estuvo a su lado.
Y uno no puede por menos que preguntarse qué extraños y perversos mecanismos psicológicos, sociales e institucionales propician que la acusación, incluso probada, de no haberse comportado con la debida probidad académica, logren, no solo hundir la carrera y orillar todo prestigio profesional, sino también imponer, sin aparente coordinación explícita entre los muchos inquisidores, como si fuera una de esas propiedades emergentes que tanto interesaron e intrigaron a Searle, ese espesado silencio tras su muerte; un mutis que no permite una palabra siquiera con la que evocar una obra y un magisterio extraordinarios, que no da pábulo a rastro alguno de compasión siquiera por esa soledad y deterioro vividos en sus últimos años.
Y a poco que lo piensen ya encontrarán ustedes un buen ramillete de individuos en cuya biografía cabe rastrear episodios mucho más reprochables o sórdidos que los de Searle y que, sin embargo, llegada su hora, o mucho antes, o mucho después, sí habrán encontrado su «quítame allá esas pajas» si es que no el parabién, el oropel, la calle o cualquier otro reconocimiento público. Por un poner: como nos recuerda Andrés Trapiello en su muy reciente Próspero Viento, a quien pudo escribir con desdén deshumanizado sobre el poco entusiasmo y el «calzoncillo lacio, color ala de mosca y desgarrado en la cintura» que gastaba el niño de 12 o 13 años filipino al que se le ha pagado una miseria para tener relaciones sexuales, a ese extraordinario poeta Jaime Gil de Biedma, el Instituto Cervantes le dedicó un homenaje pagado con fondos públicos. Imaginen si además de poeta ilustre y putero infantil hubiera sido sacerdote.
Ni rastro.