Contra la sociedad civil
«Frente a la insensatez, la voracidad y el arbitrismo de quienes gobiernan, la Real Academia Española ha mantenido siempre un comportamiento insobornable»

Ilustración de Alejandra Svriz.
«Quiero escribir, pero me sale espuma». Me vienen a la mente las palabras de César Vallejo a la hora de comenzar esta severa crónica sobre el Congreso Internacional de la Lengua Española que se celebra, y en algunos aspectos se viene padeciendo, en Arequipa.
El prólogo del evento se vio atribulado por una decisión del Congreso peruano que destituyó en horas veinticuatro a la presidenta en ejercicio y consecuentemente a todo su Gobierno, abriendo un nuevo y surreal paréntesis en la política del país. Pero enseguida la inauguración del citado encuentro intelectual fue zarandeada por unas declaraciones del director del Instituto Cervantes, ofensivas para la Real Academia Española, sus miembros y su director. En ese controvertido ambiente, lo que debía haber sido una celebración del idioma que hablan cerca de 600 millones de personas en el mundo se ha convertido en un semillero de disputas y un sembradero de intrigas. Lo peor es que ha sido propiciado por una dependencia del Estado gobernada y dirigida por el Ministerio de Asuntos Exteriores, al alimón con el de Cultura.
El Instituto Cervantes, fundado en 1991, constituye una feliz creación, a imagen y semejanza de instituciones similares de países como el Reino Unido, Francia o Alemania, dedicadas a la promoción y enseñanza del idioma español y su cultura. Presta también atención a las lenguas vernáculas de las autonomías. La percepción general de su misión es, sin embargo, la de contribuir a la extensión y aprendizaje de la que es lengua oficial de la Nación Española, tal y como se establece en la Constitución de 1978. En ese sentido, ha llevado a cabo durante décadas un trabajo efectivo y loable, y ha gozado normalmente de una independencia funcional, al margen de los posicionamientos políticos del partido en el gobierno, que nombra y destituye a sus directores.
La Real Academia Española, por su parte, fue fundada hace más de 300 años y desde entonces se ha dedicado al cuidado y análisis de la lengua y su unidad fundamental, mediante la elaboración del diccionario, la gramática y la ortografía. Ella es hoy la responsable, junto con las Academias hermanas de América, Guinea Ecuatorial y Filipinas, de mantener la unidad básica de nuestro idioma común, al margen de los deseos, los caprichos o las imposibles órdenes del poder político. Y la institución se ha mantenido fiel a sus principios, independientemente de ideologías, amenazas facciosas y chorradas sin cuento que anidan progresivamente en nuestra desgraciada partitocracia.
Frente a la ausencia progresiva de la política exterior española en Hispanoamérica, la presencia de las Academias, las universidades y el mundo empresarial de una gran diversidad de sectores han mantenido la influencia y potenciado el hermanamiento entre nuestros países. En el congreso de Arequipa se ha presentado, entre otras muchas importantes novedades, una obra trascendental, demandada desde hace cientos de años, como es el Diccionario Histórico del Español, y un proyecto en desarrollo de dimensiones aún incalculables como es LEIA (Lengua Española Inteligencia Artificial). Y solo la discreción tradicional de la institución académica le lleva a mantener un bajo perfil en otras muchas iniciativas de servicio a la cultura y la educación. Este es un ejemplo, solo uno más, de cómo nuestra sociedad civil da permanentes lecciones a un oficialismo descabellado y descabezado en el que priman los intereses económicos de unos pocos y los ensueños infundados de algunos mequetrefes.
«Franco ordenó a la Academia dar de baja a seis de sus miembros. La institución se negó a ello y reservó su silla a Salvador de Madariaga»
Frente a la insensatez, la voracidad y el arbitrismo de quienes gobiernan, la RAE ha mantenido siempre un comportamiento insobornable. El régimen de Franco, tras la Guerra Civil, dio orden a la Academia de dar de baja a seis miembros de la misma. La institución se negó a ello e incluso reservó su silla a Salvador de Madariaga, el único superviviente de aquel grupo que leyó por fin su ingreso en mayo de 1976, exactamente 40 años después de haber sido elegido y cuando había cumplido los 90 de existencia. Aquel fue uno de los hechos más simbólicos del comienzo de la Transición Política, liderada por el rey Juan Carlos y los dirigentes políticos de los partidos que encarnaban la memoria de los vencedores y los vencidos en la Guerra Civil. Por citar palabras atribuidas al propio Madariaga, los que habían decidido perder la libertad para salvar la tierra y lo que perdieron la tierra por escoger la libertad decidieron otear un camino que los llevara juntos a ambos destinos.
Aquella reconciliación está siendo asaltada por la ambición y la estulticia del poder y el oscuro colaboracionismo de la oposición, que logran cada día dividir a los españoles entre buenos y malos, sin ofrecerles un proyecto de nación ni lugar de encuentro alguno. Todo ello adobado con la mentira del presidente, su traición a las promesas electorales y el destrozo causado a la militancia de su partido, su antigua dirigencia, su electorado y la paz social.
El mundo vive difíciles momentos, plagados de amenazas, que el alto el fuego en Gaza no logrará aplacar si no se toman decisiones consensuadas, a nivel nacional e internacional. La inestabilidad creciente de la Europa ya casi desunida, los esperpentos políticos, incluidos los que llevan la marca España en su etiqueta, y el narcisismo de los gobernantes y de quienes aspiran a serlo, no pueden trasladarse a las instituciones culturales de la nación. Sánchez ya ha anunciado que está dispuesto a gobernar sin el Parlamento y sin presupuestos. Los hechos demuestran que también sin sus dos fieles y alegres secretarios de organización. Ahora parece empeñado en hacerlo igualmente sin la sociedad civil, incluso contra ella. Pero puede dar por seguro que todavía quedan científicos, trabajadores, empresarios, artistas, comerciantes, escritores, profesionales y hasta periodistas capaces de resistir la oleada egoísta e irracional de quienes en nuestra clase política han dado la espalda a la excelencia intelectual y ética.
Mario Vargas Llosa, en cuyo homenaje y a cuya demanda se celebra la reunión en Arequipa, se preguntaba en Conversación en la Catedral cuándo se jodió el Perú. Preguntémonos nosotros lo mismo sobre España. A este respecto, como Vallejo, «quiero escribir, pero me sale espuma, quiero decir muchísimo y me atollo». Y me avergüenzo del espectáculo que una institución oficial del Estado ha venido a dar a nuestros colegas de América y del mundo hispano. Los caciques y los aprendices de autócratas lo primero que emprenden para saciar sus apetitos es destruir las instituciones. Hasta que se dan cuenta de que les basta con apropiarse de ellas. No sé si ese es el momento en que se jodió el Perú, pero desde luego es el método que amenaza con joder a España. ¡Ay si Madariaga levantara la cabeza!