The Objective
Antonio Agredano

60 'napos'

«Lo normal no son las amantes colocadas en empresas públicas, sino una carrera de sinsabores, de interrupciones laborales, de pedir favores, codazos y frustraciones»

Opinión
60 ‘napos’

Monedas.

Cuando el apagón, rompí una hucha para comprar agua y pilas. Había 30 monedas de dos euros. 60 napos. Todo mi patrimonio en efectivo. El resto, inutilizado en una cuenta bancaria, flotando en algún lugar, con una llave virtual llamada tarjeta de crédito que, sin electricidad, era perfectamente inútil.

Sesenta euros para sobrevivir, pensé. Una pareja mayor de vecinos me había dicho en la escalera que era un ataque militar a toda Europa. No sé de dónde sacaron la información, pero me la creí. Estaban asustados, pero hablaban con aplomo y madurez. Así que me metí una navajita en el bolsillo y bajé con mis monedas al bazar chino, a ver qué podía apañar.

Las fotos de los billetes de Ábalos y Koldo que publicó THE OBJECTIVE, y que tanta gracia le hacen a Óscar Puente, me recordaron a esa bolsita de monedas con la que me eché a la calle a ver qué me encontraba por ahí. Aterrorizado, con mis hijos en el colegio, sin poder saber de mi familia, preparándome para un futuro terrible e indescifrable. Cuando llegue el fin del mundo, me tocará el bando de los pringados. El verdadero lado correcto de la historia. El de los tiesos. El de los indecisos. El de la blanda jauría.

Pedro Sánchez nos intenta hacer creer que esto es lo normal. Los billetazos por ahí en sobres y bolsas. Sin embargo, este Gobierno lleva años intimidando a la ciudadanía. Con las ventas en Wallapop, con las donaciones entre familiares, con las regulaciones constantes de los autónomos. Convirtiendo el dinero en una sospecha, en un indicio, en una mancha. Aún recuerdo una larga conversación en mi familia para ver cómo podíamos recibir, mi hermana y yo, un empujoncito económico de mis padres –cuatro duros– para unas obras en nuestros pisos. Llegó un momento en el que ya parecíamos mafiosos italianos bebiendo vino y discutiendo cómo repartirse un botín. A ese extremo de culpa y miedo hemos llegado con un Gobierno que siempre señala a los demás. Hacienda no somos todos. Hacienda siempre hemos sido nosotros y no ellos.

Ser autónomo está siendo una experiencia muy ingrata. Me aburre escucharme a mí mismo, quejándome, enfadado, mandando amables correos para que me abonen las facturas. Pagando unas cuotas elevadísimas, siendo vampirizado cada trimestre, mientras que un puñado de buenas personas, actores concienciados y demás, merecedores de viralización y aplausos, salen en vídeos y entrevistas diciendo lo guay que es pagar impuestos. Asumo el rol de gruñón y de indignado ante los excesos y la mala gestión de mi esfuerzo económico. Eso, por cierto, en mi entorno ya ha sido bautizado como fascismo. Por lo visto saber a dónde va tu dinero es de derechas.

«Lo normal no son los fajos de billetes, entregados en mano, con disciplina y escrúpulo, como en Ferraz»

Yo pago, y tanto que pago, pero es legítimo dudar de quienes tienen las riendas del sistema. Lo estamos viendo en la prensa y en los juzgados. Pasta y más pasta dedicada a cosas incomprensibles mientras que los precios suben, el presupuesto está congelado, los alquileres se han disparado y el Gobierno amenaza con recaudar más de los que menos unidos estamos. Los autónomos. Cazadores solitarios. Rellenando facturas en calzoncillos. Echándonos las manos a la cabeza cuando nuestros asesores fiscales nos van contando cómo vamos. Y encima llega Eduardo Garzón, el economista de cabecera de la izquierda, el hermano de aquel olvidado ministro de Consumo, y dice que cuantos menos autónomos, mejor para España. Pues ya sabemos el plan.

Lo normal no son los fajos de billetes, entregados en mano, con disciplina y escrúpulo, como en Ferraz. No. Lo normal son las transferencias, perezosas y mil veces reclamadas. Lo normal no son las amantes colocadas en empresas públicas, sino una carrera de sinsabores, de interrupciones laborales, de altas y bajas, de idas y venidas, de pedir favores, de codazos y frustraciones. No hay oro rosa para nosotros. Hay aula matinal y madrugones. Y papeles. Muchos papeles. Para casi cualquier cosa. Y pagar impuestos. Y que cuando vaya bien, te escriban de Hacienda para dar explicaciones. Porque en este país se perdona todo, menos que te vaya bien.

Que te vaya bien, en España, es algo intolerable. Está la gente preocupadísima con el premio Planeta, que es dinero privado, que es su decisión, que allá las empresas lo que hagan con su panoja… pero cuando lo que está en juego es el dinero público, muchos se meten las manos en los bolsillos, miran hacia el cielo, silban y siguen caminando.

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