The Objective
Anna Grau

Bíblicos y setenteros

«¿Va a resultar que Israel no era el hermano pequeño de Occidente en Oriente Medio, sino el hermano mayor de un Occidente cada vez más despistado y emasculado?»

Opinión
Bíblicos y setenteros

Ilustración de Alejandra Svriz.

Me siento a escribir este artículo en el aeropuerto Ben Gurion, el JFK israelí. Aguardo para embarcar y volver a casa después de una semana muy intensa en este país que no deja a nadie indiferente. Llegué a tiempo de estar en la Plaza de los Secuestrados de Tel Aviv cuando se confirmó la liberación de los últimos 20 rehenes vivos –por lo que se sabe…– de Hamás desde el 7 de Octubre. Nunca lo olvidaré.

Es mi tercera vez en Israel. Pero de la primera y la segunda hace mucho, hace incluso muchísimo. O veo cosas que antes no estaban, o veo cosas que antes no veía.

Jerusalén y Tel Aviv, Tel Aviv y Jerusalén son las dos puertas de entrada a una nación que queda a medio camino entre lo bíblico y lo setentero. Lo bíblico no creo que requiera que les haga un dibujo. A lo mejor, lo setentero sí. El Estado judío fundado en 1948 fue, para bien y para mal, el perejil de casi todas las salsas revolucionarias de los 70, cuando tanta gente veía normal lo de la «lucha armada» por un motivo o por otro. La épica israelí y la épica palestina crecen en paralelo. Ambas han envejecido mal. Yo creo que ya nadie en el mundo árabe cuenta seriamente con destruir a Israel. Eso ya no se lo creen ni los que viven profesionalmente de irlo prometiendo. Por las mismas, a muchos israelíes cada vez les cuesta más aceptar vivir bajo amenaza existencial perpetua, perpetuamente militarizados. Con una sobredosis de identidad y de obligaciones nacionales que abrumarían a cualquier occidental normal.

Tanto para defender a Israel como para atacarla, se suele subrayar su condición de bastión de los valores de Occidente en Oriente. En lo que yo no había caído hasta ahora es en que a lo mejor Israel no sólo defiende esos valores de Occidente frente a Hamás, Hezbolá, la Yihad, etc. sino frente a nosotros mismos. ¿Y si nos hemos convertido en unos bárbaros más? ¿Incluso en los que más?

Pienso desde luego en ese neobolchevismo cutreflotillero que por todas partes resopla, y que a mí me da tanto o más repelús que la famosa ultraderecha rampante. Pienso en que hay que tener la cara muy dura, de verdadero cemento armado, para criticar a Netanyahu o Trump para luego besar por donde pisan Colau o Thunberg. Pero, con lo lamentable que me parece que gente nacida con todas las ventajas democráticas elija semejantes referentes políticos, hoy quería hablarles de otro tipo de decadencia, más íntima, más profunda.

«En este viaje he percibido por primera vez una inmensa involución, no en Tel Aviv. Más bien en Barcelona y Madrid»

Mitad bíblicos, mitad setenteros, les decía que son los israelíes. Tel Aviv es famosa por su cosmopolitismo, su laicismo, su condición de santuario de la libertad sexual en unas latitudes donde rige una visión peor que medieval de la sodomía, etc. Por supuesto, siempre hay a quien esto nunca le ha parecido o parece suficiente para «compensar lo otro». Ya saben a lo que me refiero, a la parte más sionista y más bíblica.

El caso es que yo misma siempre consideré Tel Aviv una ciudad afín, una ciudad hermana pongamos con Barcelona –antes de que la bruta de Ada Colau decidiera romper dicho hermanamiento– o con Madrid. En este viaje he percibido por primera vez una inmensa involución, una enormidad de terreno perdido… no en Tel Aviv, ¿saben? Más bien en Barcelona y Madrid.

Salir de noche por Tel Aviv es un shock para cualquiera que tenga memoria. Que se acuerde de cómo era salir por la Barcelona que todavía olía a boom y por el Madrid que todavía olía a Movida. Antes de que todo se llenara de prohibiciones, de frustraciones, de complejos. Cuando era normal bailar y beber hasta la madrugada y volver a casa comiendo un helado, fumar en un bar, flirtear sin miedo a la violación ni a la denuncia, disfrutar de la belleza propia y ajena, generosa y estilosamente exhibida, celebrar la sexualidad, toda ella –¡la hetero, también!–, sin esconderla como una especie de herpes, preservar el orgullo y la alegría de vivir incluso acabando de salir de una dictadura… O de una guerra…

El diablo está en los detalles. La libertad, también. Una sola noche de marcha por Tel Aviv me bastó para darme cuenta de por qué hace tanto que me aburre salir por Madrid y no digamos por Barcelona, que está peor. Bastante peor. Ni yo recordaba en qué momento empezamos a renunciar a tantas cosas que nos definían, que nos hacían fuertes o que simplemente nos daba la gana poder hacer.

¿Va a resultar que Israel no era el hermano pequeño de Occidente en Oriente Medio, sino el hermano mayor de un Occidente cada vez más desnatado, más despistado y hasta emasculado? ¿Empezamos a claudicar no cuando nos dejamos comer el coco políticamente, sino cuando nos dejamos convencer de no amar la vida? ¿Por eso nos pastorean cada vez más los novios de la muerte y sus rendidos admiradores flotantes?

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