Trump, el indecente caballero de la paz
«En su discurso ante la Knesset, lejos del grotesco delirio que algunos afirman, nunca perdió el hilo»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Trump será lo que será: «escrúpulos» no sabe ni lo que significa. Es un hombre indecente, indecente en todos los ámbitos de la vida pública y probablemente incluso en los más privados. Carece de la más mínima cultura política, y de cultura en general; concibe la geoestrategia como quien juega a las apuestas en combates de boxeo amañados, y no da definitivamente la talla para ser el hombre más poderoso del planeta salvo en alguna parodia a lo Borat.
Y, sin embargo, con todo eso, ha logrado –con su estilo, su talante y, sí, con un talento que nadie parece querer reconocer– cosas que ningún otro presidente estadounidense, ni ningún otro mandatario de países serios como Reino Unido, Francia o Alemania, ha conseguido. En Oriente Próximo, tras los exitosos acuerdos de Abraham (el propio nombre fue un hallazgo) entre Israel y algunos países árabes de peso, y muy señaladamente ahora en Gaza con el alto el fuego.

¿Cómo lo hizo? No lo sabemos, y quizá sea mejor no saberlo. Aparte de su vocación por los negocios. Una hipótesis plausible: la presión de Catar –país anfitrión de algunos líderes de Hamás–, Arabia Saudita y otras petromonarquías amistosas con Trump; sumada al comportamiento cada vez más díscolo de Netanyahu, que actúa a menudo sin contar con Washington, han llevado a que Trump se cuadre, y fuerce un acuerdo con Hamás, exangüe y corto de municiones y sin apoyo material de un Irán paralizado, y así darle una opción a sobrevivir a la destrucción del ejército israelí.
No es un tratado de paz –¿cómo podría serlo con un grupo terrorista?– pero sí un cese de hostilidades, un intercambio de rehenes y prisioneros, y un nuevo escenario de beligerancia contenida.
No sabemos qué futuro le espera a Gaza, si Hamás depondrá las armas o qué autoridad se instaurará, ni cómo reaccionarán Oriente Próximo y el resto de mundo. Lo cierto es que, por las razones más indecentes, inmorales y egoístas para muchas bellas almas (business is business) Donald Trump está consiguiendo lo que nadie había conseguido. Y es que el comercio es el nervio de la paz.
En su discurso ante la Knesset, lejos del grotesco delirio que algunos afirman, Trump nunca perdió el hilo. Por muchas medallas que se puso, por mucho que sonara a telepredicador o monologuista, por muchas digresiones y humor de autocine, mantuvo el control de la narrativa, como dicen los cursis.
No sabemos qué habría hecho Obama, sí sabemos lo que no hizo Biden. Y el papel de Kamala Harris y su marido judío entra ya en el reino de los futuribles políticos: conjeturas que recuerdan a imaginar qué habría pasado en Europa si a Hitler se le hubiera parado los pies en los Sudetes.
Ahora le toca Ucrania. Que se reúna con Putin en Budapest no es tan mala idea, y tal vez la única manera de que la humillada Unión Europea esté presente de alguna manera en la solución, si es que la hay. Un alto el fuego, como el de Gaza, salvaría vidas en ambos bandos, aun si congela las líneas del frente en detrimento de Ucrania. Zelenski sabe que no ganará la guerra, pero no perderla es ya su victoria. Putin sabe que no ganar la guerra es su derrota, pero también que mantener Crimea y el Donbás lo puede vender como una victoria y que, tras tantos años de guerra, seguir debilitando a su ejército y a su economía pueden perjudicar su futuro, incluso personal.
En cuanto a sus planes con Venezuela, a Trump no se le podrá acusar de tirar de acciones encubiertas de la CIA como en la época dorada de Kissinger: va a cara descubierta y avisando a Maduro de sus intenciones. No será dentro del respeto al derecho internacional, que protege, ¡ay!, a las peores dictaduras en sus soberanías, pero si Trump logra con sus acciones combinada por aire, mar y tierra, que caiga el criminal régimen de Maduro la historia con H se lo perdonará. Y el pueblo venezolano se lo agradecerá. Y las otras dictaduras americanas tomarán nota.
«La paz por la fuerza» es la divisa de Trump. Si lo consigue será: la fuerza de la paz. Mal les pese a los de la internacional de la izquierda, la del tablero inclinado, y las más de las veces, desequilibrado, en todas sus acepciones.
Coda 1) Macron: anatomía de una derrota elegante. Emmanuel Macron sigue gobernando, sí, pero ya solo de nombre. Con el mismo Lecornu de siempre –leal, eficiente, sacrificial–, ha superado (él, Macron) una moción de censura por apenas 18 votos de diferencia en una Asamblea de 577. Un 3%. En cualquier otro país, ese porcentaje bastaría para no pisar el Parlamento. En Francia, alcanza para seguir jugando a la República.
Su gran concesión, la única visible, ha sido la retirada de la reforma de las pensiones. No abolida, no revisada: suspendida sine die, hasta que otro inquilino ocupe el Elíseo. El Gobierno depende de un Frankenstein parlamentario a la francesa: convencer a unos pocos gaullistas y a unos cuantos socialistas de ocasión para sobrevivir ley a ley, sesión a sesión.
La prueba de fuego serán los presupuestos, la madre de todas las batallas, cuando cada partido exija su «¿qué hay de lo mío?». La transacción permanente convertida en sistema. Mientras Macron no disuelva la Asamblea y, más aún, mientras no adelante las presidenciales, Francia seguirá en su agonía líquida, degradándose a ojos vista. Un país en campaña perpetua, con una economía exhausta y un liderazgo europeo evaporado.
Hay que reconocerlo: Macron ha fracasado en su segundo mandato. Y toca extraer las consecuencias. Y esperar, al menos, que frente a Jordan Bardella, el delfín de Le Pen, surja un candidato que se sienta heredero de lo mejor de Macron, un centrista –o por lo menos centrado–, alguien capaz de evitar que Francia siga deslizándose hacia su irrelevancia.
En este contexto, resulta incomprensible la salida de Manuel Valls, el único ministro que había conseguido resultados tangibles: un acuerdo de futuro en Nueva Caledonia, con la doble nacionalidad, el «estado dentro del Estado», una visión de mayor autonomía, entendiendo perfectamente que en este caso se trata de un proceso de descolonización (y no el grotesco e inventado derecho a decidir de los independentistas catalanes que Valls combatió, combate y combatirá); la reconstrucción de Mayotte tras las tormentas históricas; y en las Antillas, la ley contra la carestía de la vida.
Valls cayó víctima de una probable pinza: los socialistas, rencorosos, incapaces de perdonar su éxito, y un Macron molesto, tal vez por no ser él el artífice del acuerdo en Caledonia… o quizá por cortarle las alas como posible aspirante en la carrera presidencial en un caladero de votos que considera el de los suyos. Si es que quedan suyos.
Coda 2) Noble Nobel. Ahora resulta que Albares y Margarita Robles sí felicitaron a la noble nobel de la Paz Corina Machado. No directamente, claro –eso sería demasiado para no molestar a Zapatero y su alter ego, nunca mejor dicho lo del ego, Sánchez–, sino por persona interpuesta, el «legítimo presidente en el exilio», Edmundo González.
Y uno se pregunta: ¿por qué lo hacen? ¿Y, sobre todo, por qué dejan que se sepa? Del rey Felipe VI, sigue el misterio de su silencio absoluto. No felicitó a Machado, y se supone que porque no le dejaron. La Zarzuela sigue en modo avión, esperando que alguien le diga si puede volver a encender los datos.
Sánchez, por su parte, hizo lo de siempre: mentir con convicción. Alegó que él «nunca felicita a ningún nobel» (salvo cuando le conviene). Ya sabemos, por tanto, por qué no lo hizo esta vez: porque le convenía no hacerlo. Y esto abona la sospecha del asunto Delcy y sus lingotes.
Y mientras tanto, en algún punto entre Madrid (de incógnito) y Caracas, Zapatero repasa sus notas y sus anotaciones. ¿Cuántos meses faltan para que acepte una entrevista ante un medio «libre»? Y, cuando lo haga, ¿cuánto tardará un periodista «libre» en preguntarle por el Nobel de la Paz de Corina Machado?
Coda 3) Poetastro. Sí, si fuera un buen poeta tal vez todo sería un poco distinto. El ataque ad hominem de García Montero a Muñoz Machado, desplegado antes y durante el congreso de la lengua en Arequipa –ciudad natal de Vargas Llosa– no es solo una falta de respeto: es una bofetada simbólica a la memoria del anfitrión. Vargas Llosa, sin dudarlo, habría salido en defensa de Muñoz.
Montero puede ser malintencionado; pero de tonto no tiene nada. El arrebato no fue espontáneo: atacó porque creyó tener la hora, el ambiente y el respaldo necesarios. Todo indica que prepara un asalto de algún afín a la presidencia de la RAE cuando el calendario y la conveniencia lo permitan. Política pura, con versos de pie muy quebrado.
El Instituto Cervantes –esa buena idea que el tiempo ha convertido en mal uso– haría mejor ocupándose de sus problemas internos y del trato a sus empleados locales que en disputar el estandarte de la lengua. Criticar a la RAE por no ocuparse de las lenguas regionales es, además, un desatino: si hay un actor cuyo cometido no ha de coincidir con el del Cervantes, es precisamente la RAE, que sólo debe ocuparse del español en el mundo.
Que el Cervantes se dedique a eso es penoso, más lo es que quiera promoverlas internacionalmente. Ya existen academias públicas dedicadas a tan excelsa tarea.
El director del Cervantes exhibe su naturaleza política a las claras: dirección marcada por afinidades y por lealtades. Albares ha colocado a su gente; es una constatación. Vargas Llosa, por volver a él, rechazó dirigirlo –una decisión que hoy suena a ocasión perdida: que un académico presidiera la institución habría cortado de raíz muchas de estas polémicas de saldo–.
La RAE, por feudal que resulte, mantiene un sistema de cooptación que, guste o no a los populistas del demos, funciona. Tal vez convendría que otros órganos aprendieran la lección: la cooptación, bien entendida, es eficacia silente. Que tome nota el CGPJ.
Coda 4) Héroe diplomático. El embajador español Jesús Silva, quien albergó, protegió y defendió al opositor venezolano Leopoldo López frente a la dictadura de Maduro, pagando un precio personal por su compromiso, ha muerto joven, inesperadamente. Y como era previsible en esta España de ceremonias huecas, no ha habido homenajes, ni menciones oficiales, ni condecoración alguna a título póstumo. Una vergüenza. Menos mal que otros sí supieron reconocer sus méritos. Silva estaba inmerso en la escritura de sus memorias; ojalá vean la luz. Serán, sin duda, un testimonio del coraje que siempre tuvo, lejos de los focos mediáticos. La memoria de Silva, su ejemplo, permanecerá donde siempre permanecen los actos verdaderamente valientes: fuera de la pompa oficial, a salvo de la mediocridad de los poderosos.
Coda 5) Nada que añadir, Alsina. Carlos Alsina se ha preciado siempre, y así lo considera su fiel audiencia, de ser el aguijón que busca el trasero del poder. La otra mañana tuvo a Óscar Puente a tiro, pero éste se pasó el rato haciéndole una serie de burdos caños. Va con el personaje, pero Alsina ha tenido mejores mañanas. Y llegó el momento cumbre, el ‘momento THE OBJECTIVE‘. Las revelaciones e investigaciones que han ido pavimentando la senda recorrida por la justicia para enjuiciar los mayores casos de corrupción en el partido socialista y en el entorno del presidente Sánchez.
La obscena desfachatez de Puente, al ser preguntado, a nadie pudo sorprender, pero la falta de repregunta, la sonrisa y la risita de Alsina, callando y, por tanto otorgando, lo retrata más de lo que él mismo cree.
Aquí la secuencia de la infamia.
Así se echan por la borda trayectorias profesionales enteras.