The Objective
Gabriela Bustelo

La tiranía de las falsas democracias

«La polarización es una pista falsa, una pantalla, un espectáculo que usa la clase política global para ocultar su mediocridad colectiva»

Opinión
La tiranía de las falsas democracias

Ilustración de Alejandra Svriz.

En estos tiempos trémulos de polarización, la plaza pública digital resuena con la furia justiciera de un millón de certezas mutuamente excluyentes. A través de la cacofonía se abre un estrecho sendero: la práctica sagrada, hierática e irrenunciable de la equidistancia crítica. Porque en un mundo donde todos los líderes políticos de este planeta parecen disputarse el papel del villano de la distopía, la única postura intelectualmente pura es situarse abierto de brazos en el centro, deplorando conductas ajenas con la serena indiferencia de un buda. 

La triste verdad, que Tolstói encapsuló en la mejor apertura novelística de la historia, se aplica con aterradora precisión a la gran comunidad mundial de las naciones: «Todas las familias felices se parecen, pero cada familia infeliz lo es a su manera». Recién iniciado el tercer milenio, nuestra familia global es espectacularmente infeliz; y exhibe su disfunción serial con estridencia, demostrando que la miseria de la humanidad es una suma infinita de tragedias minúsculas, a menudo resultantes del mal liderazgo político.

Para muestra, la reciente Cumbre de Paz de Gaza. El nombre ya produce el mismo rechazo encefálico que el oxímoron clásico tipo «caos controlado» o «hielo abrasador». Esta singular asamblea pacifista, escenificada para desactivar un conflicto atroz, la convoca un país bastión del intervencionismo bélico, Estados Unidos, cuyo presupuesto militar supera al de los siguientes diez países juntos. El país anfitrión, Egipto, es una democracia impostada y autoritaria cuyo líder, Abdelfatah El-Sisi, va por un tercer mandato ganado en elecciones cuestionables. El tercer convocante, Catar, es una monarquía absoluta, cuyo emir, Hamad Al Thani, tiene poder ejecutivo, legislativo y judicial (y tres esposas). El cuarto país organizador, Turquía, miembro temprano de la OTAN con un original concepto de civilización transcontinental, lleva 22 años bajo el mandato de Recep Tayyip Erdogan, a quien la oposición llama «El Sultán». Este cuarteto discordante capitaneó una publicitada Cumbre Mundial de la Paz que fue una clase magistral de teatro de la revancha/recompensa. Con Donald Trump como maestro de ceremonias, que ora regañaba ora ridiculizaba al gobernante de turno, como un director de colegio haciendo bromas pesadas a los alumnos, la reunión engrosa ya el archivo videográfico de la tragicomedia de Occidente.

Del repertorio de chistes malos, jugarretas y humillaciones que dispensó Donald Trump en la Cumbre de la Paz, nos detendremos en una de sus bravuconadas. Entre los 32 líderes mundiales había una sola mujer: la primera ministra italiana, Giorgia Meloni. Su fulgurante trayectoria, su movimiento político, sus ideas, su noción del orgullo europeo, el hecho de que sea la primera mujer en gobernar Italia, todo quedó relegado a un segundo plano ante el penetrante análisis geopolítico del presidente Trump, que resumió todo el ser y el devenir de la dirigente italiana en un adjetivo concluyente: «Guapa». En el deporte de alto riesgo que es hoy la antipolítica internacional, parece que el mayor elogio que una líder puede recibir es la aprobación estética de un hombre que ve el mundo –y lo maneja– como un programa de televisión en franja de máxima audiencia. Esta perspectiva reduccionista, aplicada con tanta naturalidad, es un síntoma de la degradación política obligatoria en tiempos de la polarización, porque los defensores de cada bando aceptan el respectivo pack de conductas y consignas, como un hincha de fútbol que finge no haber visto las faltas flagrantes de su equipo, porque «aquí se viene a ganar».

En otra caseta de la feria tenemos al presidente español, Pedro Sánchez, nuestro particular malabarista político. En casa le persigue una nube negra de escándalos de corrupción que harían sonrojar a un capo de la mafia de Agrigento. En el entorno internacional ha perfeccionado el estereotipo del gorrón latino que se cree más listo que nadie y que toma por tontos a los demás solo porque le tratan con educación. Fiel defensor del modus vivendi del okupa, pretende quedarse en la OTAN sin pagar la subida de alquiler, abordando la exigencia financiera de la Alianza Atlántica como la insistencia plúmbea de unos tipos a los que hay que dar el esquinazo, en vez de entender que formar parte de Europa occidental no solo consiste en ir a Bruselas a pedir dinero, sino que entraña obligaciones vinculantes que cada país debe honrar, cumplir y actualizar.

«No elegimos ya casi nada porque nos han convertido en cómplices obligatorios de nuestro propio ocaso como ciudadanos libres con ideas propias»

En la Cumbre de la Paz, Sánchez apareció en su rol de eccehomo desafiante, pero las fichas internacionales se mueven tan deprisa que su abanderamiento de la causa palestina lo ha dejado en las márgenes del tablero global. Si hasta Christiane Amanpour, papisa mediática de la CNN, recalibra su lenguaje, expresando públicamente su arrepentimiento por «unos comentarios crueles e irreflexivos» sobre los rehenes israelíes, diríase que el camaleón Sánchez está perdiendo reprís.  

La polarización es una pista falsa, una pantalla, un espectáculo que usa la clase política global para ocultar su mediocridad colectiva. A los ciudadanos se nos exige, como en el circo romano, elegir unos favoritos, unos colores, y aplaudir a los líderes malvados del propio bando mientras nos burlamos de los líderes malvados del bando contrario. Es un espectáculo decadente, una lucha entre gladiadores de la incompetencia, financiada por una multitud de infelices obligados a ver su dinero –y su futuro– arder entre las llamas.

La política tradicional, que trabajaba para mejorar el bienestar público, muere bajo esta falsa dicotomía. ¿Por qué deberíamos vernos obligados a elegir entre un líder corrupto y un déspota? ¿Entre un antidemócrata mafioso y un antidemócrata proteccionista? ¿Entre un cacique proterrorista y un tiranuelo machista? De hecho, no elegimos ya casi nada porque nos han convertido en cómplices obligatorios de nuestro propio ocaso como ciudadanos libres con ideas propias. Ante esta tiranía de las falsas opciones, de las falsas libertades, la única respuesta sensata es una recriminación total. Nunca la equidistancia crítica fue más comprometida, ni más necesaria, que ahora.

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