The Objective
Fernando Savater

Mirando hacia atrás sin ira

«Ninguna existencia realmente entregada a la política resulta soportable como literatura, pero la de Trapiello está libre de ese baldón»

Opinión
Mirando hacia atrás sin ira

Andrés Trapiello en una entrevista en THE OBJECTIVE.

Creo que el tiempo aporta una especie de venganza contra mucho de lo que ha importado para bien o para mal en nuestra vida, pero desde luego lo que no está al alcance de nadie es vengarse del tiempo mismo. Con el tiempo más vale no discutir, aunque tampoco considero obligatorio llevarse bien. Es como esos parientes mayores y bien instalados que siempre quieren tener razón y a los que acabamos dándosela, con un punto de ironía y fastidio. Se me ocurren estas reflexiones intrascendentes mientras leo con inequívoco placer Próspero viento, la autobiografía política de Andrés Trapiello.

Se presenta como una respuesta a la sobada pregunta de en qué se basa el complejo de superioridad moral de la izquierda, a la que puede darse una respuesta breve (a la estupidez, esa rara enfermedad que como señaló Voltaire no hace sufrir a quienes la padecen sino a los que les rodean) y otra más larga, que obliga a recordar la vida que uno ha llevado, cayendo en todas sus trampas y sin resolver ninguno de sus acertijos. Desde luego ninguna existencia realmente entregada a la política resulta soportable como literatura (lo mejor que conozco en ese campo son los Comentarios a la guerra de las Galias, de Julio César), pero la de Trapiello está libre de ese baldón. Ha vivido para escribir, para leer, para amar (¡con cuánta razón!), para ver paisajes y cómo crecen sus hijos. Como es una persona inteligente y civilizada, también para la política, pero más de refilón. En este terreno utiliza el humor escéptico como Nerón miraba las orgías a través de su amatista, para que resulten menos lamentables. 

Yo soy goloso de las prosas que me hacen disfrutar: me confieso un lector plenamente hedónico, como decía Borges, uno de mis preferidos en las distancias cortas. Si entramos en las carreras de fondo, Chateaubriand (el francés es un barniz al que no me resisto) o Gibbon, pese a mi torpe inglés. Y Baroja, claro, siempre Baroja, el único escritor que como no se preocupa de escribir «bien» nunca me aburre, cuente lo que cuente. ¿Me atreveré a decir que la prosa de Trapiello (de su poesía hablaremos en otra ocasión) se parece a la de Baroja, aunque en ocasiones no pueda remediar elevar su tono? Es el estilo más adecuado para acompasarse sin excesos enfáticos ni licencias poéticas a la reminiscencia autobiográfica, como bien demuestra Desde la última vuelta del camino. El encanto de lo que transcurre sin aspavientos pero resaltando con maliciosa naturalidad lo que merece subrayarse: a eso se debe la atracción casi hipnótica de los volúmenes del Salón de los pasos perdidos, una de las pocas obras cuya lectura merece ese calificativo que se desparrama con demasiada generosidad: adictiva.

“El memorialismo, cuando está bien escrito, nos permite admirar lo ya inevitable. A eso lo llamamos recordar”

También este Próspero viento goza, al menos en parte, de esa misma difícil facilidad que envicia al lector, casi diría que le acostumbra mal. Trapiello cuenta el tinglado íntimo de su vida pero sabiendo a la vez que no es solo suya, que esos episodios forman parte de un tapiz generacional en el que más o menos muchos vamos a leernos. Como casi siempre, no se entiende ni se aprovecha de lo que le pasa a uno si se olvida que también a la vez le pasa a muchos. Para que eso no ocurra hace falta que el tono empático de la narración no sea muy exacerbado. El que escribe para vengarse o para celebrar puede encontrar cómplices ocasionales pero no fraternos compañeros de viaje. Trapiello cuenta los hechos y ambiente del final de la dictadura padecido y gozado por un veinteañero con aficiones intelectuales hoy poco frecuentes a esa edad pero entonces menos insólitas. Narra los incidentes del mundillo intelectual de aquellos días senza rencor (como diría Verdi) pero también sin regocijada complacencia. No es cosa de presumir de la corona de espinas ni de reclamar una ovación por haber sobrevivido a los inconvenientes del momento.

Desde luego lo que no se atisba por ninguna parte es una izquierda idealmente encumbrada por la Santidad Ética por encima de la derecha conformista o rastrera. Esta objetividad valorativa le restará muchos aplausos entre aquellos de quien tampoco los espera. Su visión positiva del pasado imperfecto se nota por la frecuencia con la que cada vez que pierde un trabajo o una novia se felicita por ello: «Menos mal, me hicieron un favor… etc.».

¿Se pueden sacar lecciones del pasado? Puede que sí, pero siempre equivocadas o inoportunas. Lo que viene nunca es como lo que se fue y mucho nos engañaremos si creemos otra cosa. Pero el memorialismo, cuando está bien escrito, nos permite admirar lo ya inevitable. A eso lo llamamos recordar.

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