El presidente felón
«Ser demócrata y luchar contra una dictadura, por lo que se ve, estaba bien contra el franquismo, pero está mal contra el chavismo»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Ha llegado el momento de decirlo claramente: la democracia española está presidida por una persona que no cree en la democracia, y toda su trayectoria lo demuestra. Le ocurre lo mismo que a Hitler (ver mi artículo en estas páginas, 6-9-2025), que pronto en su carrera decidió alcanzar el poder por medios democráticos, no porque fuera demócrata, sino porque era la ruta más factible para llegar a canciller en la Alemania de Weimar.
Lo mismo decidió Sánchez cuando que vio que, a pesar de su estatura, no tenía porvenir en el baloncesto. Toda su ejecutoria trasluce la falta de respeto de Sánchez por las normas más elementales de la democracia, desde los pucherazos en las elecciones internas de su propio partido (que debieron haberle costado la expulsión definitiva si el PSOE hubiera sido realmente democrático) hasta toda su conducta desde que perdió las elecciones de 2023, pasando por la manera torticera con que logró la presidencia por medio de una moción de censura basada en una ristra de falsedades y promesas que, evidentemente, no pensaba cumplir; por cómo se comportó durante la crisis de la pandemia, clausurando inconstitucionalmente las Cortes; por su descarado y reiterado rechazo al principio de la alternancia en el poder; por sus continuos insultos y calumnias a los partidos de la oposición, a los jueces, y a todos aquellos que le critican o no le rinden pleitesía; por sus repetidas afirmaciones de que está dispuesto a gobernar sin parlamento y, efectivamente, lo hace; por sus reiteradas negativas a responder a las preguntas de los periodistas y a rendir cuentas a los representantes del pueblo en las Cortes; por la manera en que utiliza todos los resortes del Estado en su propio interés y en contra del de sus oponentes, ajustándose más a los principios de la monarquía absoluta («el Estado soy yo», como dijo Luis XIV) que a los de un demócrata del siglo XXI; por su continuo recurso a la mentira como «arma revolucionaria» según recomendaba Lenin, no precisamente un distinguido demócrata; y una larguísima serie de otros desafueros, que harían este artículo interminable, pero que son bien conocidos de la mayoría del pueblo español que le soporta con exasperación y no ve el momento de perderle de vista.
Por las razones que ahora veremos, nunca ha manifestado claramente sus intenciones. Pero lo que, a mi modo de ver, le ha desenmascarado definitivamente ha sido su negativa a felicitar públicamente a uno de los símbolos mundiales más respetados y respetables de la lucha democrática contra la dictadura, María Corina Machado, a la que recientemente se ha otorgado, con gran justicia y oportunidad, el Premio Nobel de la Paz.
Ah, pero María Corina Machado se opone a un régimen de izquierdas (¿?) y por eso, claro, ella es de derechas y, por tanto, está al otro lado del muro de Sánchez. Ser demócrata y luchar contra una dictadura, por lo que se ve, estaba bien contra el franquismo, pero está mal contra el chavismo. No es la democracia lo que cuenta para Sánchez; lo que cuenta es el bando político. Ya sabíamos que estos son los principios políticos de Sánchez (suponiendo que Sánchez tenga principios), pero ahora ya se ha demostrado palmariamente: de su lado del muro están Nicolás Maduro, Hamás, Bildu, Gustavo Petro, Daniel Ortega, Recep T. Erdogan, el islamismo yihadista, el grupo de Puebla y el cartel de los Soles (de todos estos, solo Petro está elegido democráticamente, aunque ello no anula su pasado terrorista). Del otro lado del muro está la «democracia burguesa». «Qué asco», piensa el presidente.
Ahora bien: si Sánchez no es demócrata, ¿qué pasa con su partido, el PSOE? Pues, evidentemente, tampoco el PSOE es demócrata. Según un socialista curtido, como es Jordi Sevilla, su partido se ha convertido en «un club de fans de Pedro Sánchez». La conclusión es inapelable. Si el ídolo no es demócrata, los fans tampoco lo son. Pero ojo, que no hay una relación causal de una sola dirección: el PSOE no ha dejado de ser demócrata a causa de Sánchez; casi ha ocurrido lo contrario: el PSOE se ha entregado a Sánchez porque ha dejado de ser un partido democrático. ¿Y cuándo ocurrió eso? ¿Cuándo dejó el PSOE de ser democrático? Ocurrió durante el mandato de José María Aznar, cuando los socialistas vieron que se estaban convirtiendo en una entidad declinante, con menos apoyo electoral que el PP. A partir de entonces, las llegadas a poder del PSOE han sido anómalas: la primera, tras una extraña reacción popular ante el inexplicado atentado de la estación de Atocha en marzo de 2004; la segunda, con la ya referida moción de censura de mayo de 2018, cuando Sánchez no era ni siquiera diputado y todo el peso de la moción en las Cortes recayó sobre su hombre de confianza, José Luis Ábalos, que hizo de la lucha contra la corrupción su gran caballo de batalla para justificar la moción. Quién lo diría, hombre, quién te ha visto, Ábalos, y quién te ve ahora. El justiciero ajusticiado.
Cuando se sintió caer por la pendiente, el PSOE cambió de piel: dejó de ser socialdemócrata y adoptó lo que se ha dado en llamar wokismo, una ideología abigarrada y confusa que combina varios modelos de feminismo, plurisexualismo, anarquismo autoritario, ecologismo montaraz, identitarismo a granel, localismo confederalista, grandes dosis de ignorancia, y muy escaso respeto al Estado de derecho y las normas de convivencia. No es el PSOE el único partido de izquierdas que ha sufrido esta metamorfosis; la crisis de la izquierda ha sido general en Occidente, por una razón muy simple. Con la implantación de la democracia y el Estado de bienestar, los fines seculares de la izquierda se han alcanzado ya y esta se ha convertido en redundante. Si ya todos somos socialdemócratas, ¿para qué sirve un partido socialdemócrata? En varios países los partidos socialistas han desaparecido o se han quedado en grupos testimoniales. En otros, se han reconvertido al izquierdismo wokista, adaptado a las singularidades de cada país: en España, el socialismo woke es tremendamente proclive a comulgar con excentricidades localistas y a resucitar la guerra civil con más sentimentalismo que rigor. Y a los socialistas que pretenden mantenerse en la socialdemocracia, la seriedad, y el respeto por las normas democráticas se les ha ido orillando y, si se resistían, expulsando, mientras el partido se transformaba en una secta adicta al líder. En lugar de convertirse en un partido serio, dispuesto a competir con la derecha en honradez y eficiencia, el PSOE se ha convertido en una secta personalista, pseudoprogresista, populista, exigua de pensamiento y escasa de programa, para la que alcanzar el poder y mantenerse en él, exprimiendo el presupuesto en provecho propio, es el alfa y la omega, el único horizonte.
«No es la democracia lo que cuenta para Sánchez; lo que cuenta es el bando político. Ya sabíamos que estos son los principios políticos de Sánchez, suponiendo que tenga principios»
Pero para mantenerse en el poder en contra de la mayoría del electorado se necesita apoderarse del Estado y recurrir a métodos dictatoriales, ir minando las instituciones para hacerlas dependientes del gobierno. Ya lo dijo el propio Sánchez: «¿De quién depende el fiscal general? Del gobierno. Pues ya está». Y, en efecto, ya está. Ya está el fiscal general al servicio de Sánchez. Lo malo para ellos es que hay unos jueces que pretenden ser imparciales en el cumplimiento de su deber y que creen que la ley también debe aplicarse al fiscal general (a eso los woke le llaman «lawfare» cuando los jueces les juzgan a ellos; cuando juzgan a la oposición, le llaman «justicia»). De ahí una lucha incansable del gobierno para controlar a los jueces.
Todo hace suponer que, si Sánchez pudiera, unas cuantas «leyes habilitantes» estilo Tercer Reich pondrían los tres poderes a merced de un solo poder: el suyo. Pero estos malditos electores llevan casi ocho años resistiéndose a darle la mayoría absoluta e, incluso, los condenados no le dieron ni siquiera la mayoría relativa en 2023. Es la maldita «fachosfera», con la que Sánchez acabaría de un golpe si pudiera. Y no puede, porque sería muy arriesgado y eso le pondría en la picota en Europa y en el mundo democrático, del que depende económicamente.
Y así lo tenemos, mirando con envidia y respeto a los dictadores americanos, de los que tan cerca se sienten él y su compinche Zapatero. En estas condiciones, ¿cómo va a felicitar a María Corina Machado? Más bien la maldeciría. Otra «facha».