The Objective
Juan Francisco Martín Seco

Gobernar sin presupuestos

«A Sánchez le sobran los presupuestos. En realidad, lo que le sobra es el Parlamento. Seguirá gobernando, pero, eso sí, chapucera y antidemocráticamente»

Opinión
Gobernar sin presupuestos

Ilustración de Alejandra Svriz.

Sánchez se ha vanagloriado en EEUU de ser actualmente el presidente de Gobierno más longevo de la eurozona. Sus fieles –más bien esclavos, por eso alguno le llama el «puto amo»– se ven en la necesidad de ir más allá y, dando por supuesto que llegarán hasta 2027, proclaman que su Gobierno será el de la máxima duración en España, después del de Felipe González. El tema es que Sánchez lo que se dice gobernar nunca ha gobernado. Eso sí, ha trampeado. Simplemente, como un gran usurpador, ocupa el colchón de la Moncloa. Eso es lo que siempre le ha importado. Tiene un precio, la cesión a los independendistas de bienes y derechos pertenecientes al patrimonio de todos los españoles. Quienes gobiernan son sus socios y en el momento presente, el prófugo de Waterloo.

No se puede decir que esté gobernando cuando, según parece, en ningún año de esta legislatura va a lograr que el Congreso le apruebe unos presupuestos. Es más, ni siquiera cumple la obligación constitucional de presentarlos a las Cortes, y mucho menos en tiempo y forma.

Sánchez y sus acólitos se pasaron no se sabe cuántos años acusando al PP de anticonstitucional porque no aprobaba la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), lo que no dejaba de ser chistoso, porque los nombramientos dependían del acuerdo de ambos partidos y por lo tanto en todo caso serían ambos responsables. En realidad, lo que el sanchismo pretendía es que el PP aceptase el sistema de reparto tradicional y en consecuencia los nombres que ellos proponían, con lo que el CGPJ se habría convertido en una prolongación del Frankenstein, tal como lo es en la actualidad el Tribunal Constitucional.

Menos mal que en esta ocasión Feijóo aguantó el envite y no cayó en la misma trampa en la que incurrió Casado. Si bien el PP no logró cambiar el sistema de elección, sí consiguieron someter las decisiones del nuevo consejo al quórum de tres quintos, con lo que se evita en gran medida la parcialidad.

Lo cierto es que este Gobierno incumple la Constitución, no solo porque algunas veces trampee con ella o porque con la complicidad del Tribunal Constitucional pretenda su modificación por la puerta de atrás, sino porque de forma clara y explícita sin ningún motivo, año tras año, no presenta los Presupuestos.

«El desprecio hacia los presupuestos estuvo presente en el sanchismo desde el primer momento, desde la misma moción de censura»

En realidad, el desprecio hacia los presupuestos estuvo presente en el sanchismo desde el primer momento, desde la misma moción de censura, ya que el PNV la aprobó a condición de que se mantuviesen los que había presentado Rajoy. Se produjo la paradoja de que se reprobaba al Gobierno, pero no a su plan de actuación política que, en buena medida, estaba contenido en los Presupuestos que se acababan de aprobar; y por lo tanto en la moción de censura no se presentó ideológicamente ninguna otra alternativa. Concretamente Sánchez no tuvo ningún problema en gobernar más de dos años y medio –2018, 2019 y 2020– con ellos, a pesar de haberlos criticado fuertemente en la oposición cuando Rajoy, en su día, los llevó a las Cortes.

La historia se repite. Hace aproximadamente un año (24 de septiembre de 2024) escribí un artículo en este mismo diario digital que titulé Con presupuestos o sin ellos. Entonces denunciaba que el Gobierno, una vez más, no iba a cumplir el artículo 134.2 de la Constitución al eludir presentar los presupuestos en tiempo y forma, es decir, antes del primero de octubre, y pronosticaba que tampoco se iban a aprobar antes del uno de enero. Todo lo que allí se decía referente al 2025 es perfectamente aplicable a este momento y al presupuesto de 2026. Sobre todo, la idea central de que con presupuestos o sin ellos Sánchez piensa seguir.

Los ministros, como monitos amaestrados, se empeñan en decirnos que es posible gobernar sin presupuestos, lo cual es una evidencia. Lo señalaba yo en el artículo citado, la legislación presupuestaria es tan laxa que, una vez aprobadas las cuentas públicas, el Gobierno puede realizar múltiples modificaciones en las partidas e incluso conseguir nuevos recursos a través de créditos extraordinarios instrumentados mediante decreto ley. Gobernar se puede gobernar con unos presupuestos prorrogados, pero chapuceramente, incluso, de alguna forma, antidemocráticamente, cuando año tras año se incumple de forma literal el mandato constitucional de presentarlos y cuando se acepta como normal gobernar sin ellos. La obligación de tenerlos no nace tanto de una necesidad económica como de una exigencia política y democrática.

Sánchez quiere gobernar tanto tiempo como lo hizo González. En cuanto a la permanencia en la Moncloa, no sé si lo conseguirá, pero una cosa es ocupar un sillón y otra ejercer una función y un cargo. González, mejor o peor con sus errores y aciertos, gobernó. Sánchez no puede decir lo mismo cuando pasa de las instituciones tal como, por ejemplo, hace con los presupuestos.

«El Gobierno ve como natural haber aprobado en siete años tan solo tres presupuestos»

Me voy a permitir traer a colación un hecho que viví personalmente. En el año 1984 se puso en marcha un nuevo sistema retributivo para los funcionarios. El hecho de que el director general de Gastos de Personal no fuera empleado público y, por lo tanto, desconociese la Administración, provocó que, en el documento presupuestario de 1985, el capítulo primero, el de retribuciones y su desglose por ministerios y servicios, acumulase muchos errores que hubo que corregir de prisa y corriendo el día, e incluso la noche, anterior a su presentación. Los presupuestos, a pesar de ello, se presentaron en tiempo y en forma.

Lo que resultó imposible fue que los acompañase el anexo de personal, libro que tradicionalmente se agregaba a los presupuestos. En resumen, esa misma mañana recibí una llamada del entonces ministro de Economía y Hacienda, Miguel Boyer, comunicándome que el PP había amenazado con abandonar el hemiciclo si el anexo de personal no entraba en el registro de las Cortes. Fue preciso llamar a rebato a la Dirección General de Gastos de Personal, a la de Presupuestos y a la de Informática presupuestaria y dedicar toda la noche a elaborarlo. Al día siguiente se registraban en el Congreso.

El contraste con la situación actual es manifiesto, tanto en la sensibilidad democrática del Gobierno como en la de la oposición. El Gobierno socialista tenía 202 diputados y así y todo se sentía obligado a presentar todos los documentos del presupuesto en el momento adecuado, incluso aquellos, como el anexo de personal, que no eran legalmente obligatorios. La oposición se creía legitimada a desafiar al Gobierno, amenazándolo con no acudir al Parlamento. Hoy el Gobierno ve como natural haber aprobado en siete años tan solo tres presupuestos. Se siente habilitado a gobernar sin ellos y sin el Parlamento, incluso no se considera obligado a presentarlos en el Congreso.

Una de las características de Pedro Sánchez es que frecuentemente, con total desparpajo y sin dudar lo más mínimo, pretende convencernos de una realidad contraria a la evidente. Sin inmutarse, afirma que es de día cuando todos estamos viendo que es de noche. Así, al ser preguntado el 2 de octubre por los presupuestos contestó: «Estamos en ello, no hay ninguna novedad en el sentido de que nosotros vamos a cumplir con nuestra obligación constitucional». Como si no hubiesen incumplido ya el mandato constitucional de presentar las cuentas públicas en el Congreso antes del 1 de octubre, y por supuesto el de no haberlos llevado al Parlamento en fecha alguna, los dos ejercicios anteriores. Es más, da toda la sensación de que este año van a seguir por el mismo camino. No se sabe qué quiere decir Sánchez cuando afirma que están en ello. Los periodistas preguntan a sus socios, y todos contestan que nadie les ha llamado ni siquiera a dialogar.

«Patxi López, para justificar el incumplimiento de la obligación constitucional, echa la culpa a los electores»

Patxi López, para justificar el incumplimiento de la obligación constitucional y el hecho de que estén gobernando año tras año sin presupuestos, echa la culpa a los electores. Afirma que las circunstancias son complejas, y que así lo han querido los ciudadanos. El portavoz del PSOE en el Congreso desde luego no ha debido de leer a Ortega y por eso no distingue entre circunstancias y decisión. Las circunstancias, la composición de la Cámara, sí nace de la voluntad de los ciudadanos, pero la decisión, lo constituye ese «somos más» del que se vanaglorió Sánchez el día de las elecciones generales, y ello no es lo que han querido los ciudadanos, sino lo que ansiaba el Partido Socialista. Renovar el gobierno Frankestein, aunque tuviesen que incluir en él a un prófugo de la justicia.

Patxi quizás entienda mejor la distinción si nos remontamos al año 2009 en el que fue nombrado lendakari con los votos del Partido Popular. Esa fue la decisión. Las circunstancias, el resultado electoral y, por consiguiente, la voluntad de los electores dejaba el panorama mucho más abierto. El PP podía haber votado a los nacionalistas o incluso haberse abstenido, con lo que el lendakari hubiese sido del PNV. Es más, el mismo PSOE podía haber cumplido su promesa electoral y no haber pactado con el PP.

La concepción que Sánchez tiene de los presupuestos aparece cuando explica cómo se puede gobernar sin ellos, y añade como coletilla que cuenta como sustituto con los fondos europeos de recuperación. La diferencia es que los presupuestos se aprueban partida por partida en el Parlamento y los Fondos Next Generation, no. El destino de estos recursos los decide exclusivamente de forma totalmente arbitraria el Gobierno de acuerdo con el Decreto ley 30/2020 que se convalidó, cosa realmente sorprendente, gracias a la abstención de Vox.

A Sánchez le sobran los presupuestos. Quiere gobernar sin ellos. En realidad, lo que le sobra es el Parlamento. Es posible, casi seguro, que seguirá gobernando, pero, eso sí, chapucera y antidemocráticamente.

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