The Objective
Sonia Sierra

Hay que prohibir el velo islámico o acabaremos todas tapadas

«España es un país de ciudadanos libres e iguales, pero se permite y se jalea la sangrante discriminación de mujeres obligadas a habitar en cárceles de tela»

Opinión
Hay que prohibir el velo islámico o acabaremos todas tapadas

Ilustración de Alejandra Svriz.

Italia y Portugal se han sumado a países como Francia, Bélgica, Dinamarca y Suiza y van a prohibir el uso del burka y del niqab en el espacio público, es decir, van a liberar a las mujeres de esas prisiones de tela donde las encarcelan los hombres. Por mucho que haya algunas influencers islamistas diciendo que llevan el velo por su relación con Alá, lo cierto es que no se lo ponen cuando están con otras mujeres o con los miembros masculinos de su familia, por lo que el velo islámico, en todas sus variantes, tiene que ver más con los hombres que con Dios, entre otras cosas porque el Corán no habla en ningún momento ni de hijab, ni de niqab ni de burka, prendas preislámicas típicas de algunas regiones del Golfo Pérsico.

De hecho, hay países de mayoría musulmana como Uzbekistán y Tayikistán que prohíben su uso o, por poner otro ejemplo, las mujeres de la familia del Rey Mohamed VI de Marruecos siempre aparecen con la cabeza descubierta, y estamos hablando del jefe espiritual de los marroquíes y presidente del Consejo de Ulemas.

A veces también reivindican el velo como una prenda identitaria, aunque en realidad no es típico ni de los países de Magreb ni de la mayoría de países musulmanes. Así pues, ni símbolo religioso ni cultural, sino un símbolo político y purita misoginia impuesta por los Hermanos Musulmanes. En 1958, el entonces presidente de Egipto Gamal Abdel Nasser explicó en una conferencia que los Hermanos Musulmanes le habían pedido la imposición de obligar a todas las mujeres a usar el pañuelo y la audiencia estalló en una sonora carcajada porque les parecía ridículo pensar que pudiera suceder algo así, ya que, como este afirma, eso sería volver a los tiempos de Al-Hákim bi-Amr Al-lah, un califato de finales del siglo X y principios del XI caracterizado por imponer normas absurdas como exterminar a los perros, trabajar de noche y dormir de día o prohibir que los zapateros hicieran zapatos de mujer. Lo que a mediados del siglo pasado parecía una ocurrencia sin sentido es la triste realidad de las calles de Egipto hoy en día. Hemos retrocedido 67 años en derechos de las mujeres.

Los Hermanos Musulmanes tienen muy clara su agenda y llevan décadas implantándola allí donde pueden: quieren imponer el islam no solo como religión, sino también como organización político-social. Es por eso que juegan muy bien sus cartas y como saben que en Europa el racismo es un auténtico anatema, acusan de islamófobo a todo aquel que critique sus perniciosos avances, confundiendo deliberadamente islam e islamismo. En España existe la libertad de culto y cada uno es libre de profesar la fe que quiera, con lo cual no hay ningún problema en que la gente tenga el islam como religión: el problema está en el islamismo, es decir, en la pretensión de que no sea tan solo una religión, sino que se imponga la sharia, esas chaladas leyes medievales que implican, por ejemplo, la lapidación.

En este sentido, las mujeres y niñas con cualquiera de las modalidades del velo islámico son utilizadas como peones para visibilizar su extensión territorial, con el aplauso de toda la izquierda patria que no deja cartel del 8-M sin la imagen de una mujer velada. Y tenemos también al socialista alcalde de Blanes en una mezquita llena de hombres agradeciendo a las mujeres excluidas de la reunión que les hubieran llevado la comida. Feminismo del bueno, claro que sí.

«Cada centímetro de esa tela que permitimos es un centímetro de libertad que perdemos todas»

España es, según su Constitución, un país de ciudadanos libres e iguales, pero se permite y se jalea la sangrante discriminación de mujeres obligadas a habitar en cárceles de tela. Yo no quiero esto para ninguna mujer, me da igual dónde hayan nacido o de la cultura de la que provengan, pero es que, además, también es muy perjudicial para las que no lo llevamos. Como ya he dicho, el velo tiene que ver con la mirada masculina, ya que las mujeres deben cubrirse para no provocar el deseo de los hombres. Eso por no hablar del vomitivo tufo pedófilo que desprende el velar a niñas por este motivo. Además, se señala así a las que son dignas de respeto y a las que no: si la mujer ha de taparse para no ser víctima de miradas lascivas, comentarios obscenos o, en el peor de los casos, agresiones sexuales, aquellas que no nos cubrimos llevamos escrito con luces de neón que somos susceptibles de ser violentadas.

Quizás puedan pensar que estoy exagerando, pero en lugares como Francia se han popularizado las llamadas «camisas de metro», especialmente en verano, que consisten en que las mujeres llevan en el bolso camisas muy grandes para cubrirse con ellas cuanto utilizan el transporte público para evitar el acoso y los tocamientos. Según un estudio de la federación nacional francesa de asociaciones del transporte, el 48% de las mujeres aseguran adaptar su vestimenta si van a coger el metro o el autobús y esto ya es está extendiendo a otras ciudades como Londres o Nueva York. ¿De verdad vamos a permitir que nos arrebaten la libertad que tanto nos ha costado alcanzar?

Es por eso que urge la prohibición de los velos islámicos, porque cada centímetro de esa tela que permitimos es un centímetro de libertad que perdemos todas y esos centímetros se van alargando a ojos vista: hace 25 años casi no había hiyabs, pese a que ya vivían un gran número de musulmanas en España y ahora tenemos calles repletas de mujeres a las que solo se le ven los ojos porque llevan niqab o al hiyab le añaden una mascarilla. No les quepa ninguna duda de que el siguiente paso es que nos acabemos cubriendo todas y para ello solo hay que observar imágenes de cómo iban vestidas hace 60 años las mujeres de Irán, Afganistán o Egipto y cómo van ahora. Se me hiela la sangre solo de pensarlo.

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