El aborto y Ernest Hemingway
«Reclamo que el Estado ayude a quienes se vean en la tesitura de tener que abortar dentro de unos límites temporales y que el procedimiento sea seguro y limpio»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Hay un cuentito de Ernest Hemingway, titulado Colinas como elefantes blancos, cuya lectura recomiendo encarecidamente a todos los lectores aquí presentes. No creo que sean más de mil palabras, escritas en formato diálogo, con la clásica agilidad que suele brotar de la pluma del autor americano. Un hombre y una mujer esperan un tren en algún lugar de España, y el argumento es simple: ella está embarazada. En apenas un puñado de palabras, Hemingway refleja todo lo que la sociedad moderna siente a la hora de hablar del aborto: las dudas morales, la individualidad de un mundo cada vez más antropocéntrico, el balance entre el bienestar personal y la vida prenatal, la repercusión en una pareja joven y libre, el dolor físico y emocional, etc.
Aunque propongo a los asiduos a THE OBJECTIVE su lectura, hago spoiler: el cuento no llega a ninguna conclusión clara. Posiblemente, el arriba firmante tampoco llegue a ninguna cuando ponga el punto final a esta columna. Pero sí hay algo que tengo claro: el aborto no es un derecho como cualquier otro. Es decir, la libertad ideológica y religiosa, el derecho a la educación básica o a la propiedad privada o a meter una papeleta en la urna o a que te ampare un juez son categorías distintas al aborto. Nadie aborta por gusto, nadie queda el viernes para abortar, ni se toma un vino después de haber abortado, ni es un hito que se plantee cuando piensa en su futuro.
«No apoyo las celebraciones que la izquierda hace en torno al hecho a menudo traumático de abortar»
Por tanto, no apoyo las celebraciones que la izquierda hace en torno al hecho a menudo traumático de abortar. Observo mensajes de algunas influencers progresistas donde presumen de número (¡he abortado siete veces, viva!), e incluso frivolizan con aquellos que expresan cierto dolor a la hora de ponerle fin a una vida que, si no es vida aún, pues esto depende de cada quién, al menos sí es un conflicto ético. Es, en mi opinión, el gran problema de la izquierda: luce una bandera moral que no se sustenta sobre corpus moral alguno, y termina implicando contradicciones lamentables.
Sin embargo, tampoco comulgo con la derecha cuando estigmatiza a todos aquellos que creen, como es mi caso, que el aborto debe ser una herramienta que alivie la carga moral que algunos seres humanos sienten cuando creen que traen una vida no deseada, o incluso una vida que para el neonato será insufrible. Y que además su legalidad implica seguridad y salubridad. Si bien me cuesta verlo como derecho, sí me parece imprescindible como auxilio para los ciudadanos libres.
No obstante, vuelvo al cuento de Hemingway: lo normal, en una situación así, es dudar, replantearse el propio mundo que uno creía seguro, y tomar una decisión. Decía que esta columna tenía pocas probabilidades de llegar a verdades absolutas, pero si tuviera que apostar por una conclusión sería esta: reclamo que el Estado ayude a quienes se vean en la tesitura de tener que abortar dentro de unos límites temporales; reclamo una sociedad que vea estas situaciones como hechos indeseables y, por tanto, cuantas menos veces se produzca, mejor; y reclamo que el procedimiento sea lo más seguro y limpio posible. Sé que me tacharán de equidistante, pero en ciertos temas, como siempre digo, mejor estar en el fuego cruzado que en una trinchera absurda.