Yo ya no le veo sentido
«¿Pero esta gente alguna vez va a gobernar o, encima de su muy mejorable trabajo, se va a seguir cachondeando de nosotros? Nos gobiernan con gestos»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Me permiten el desnudo. Escribo esto desde la habitación en la que vivo, en Madrid; la habitación por la que pago un precio indecente en un piso de alquiler normalucho, en un barrio de las afueras. Todo ello compartido con otras personas. Escribo esto siendo autónomo, es decir, despreciado por el Gobierno de mi país e incomprendido mayoritariamente por todo aquel trabajador por cuenta ajena que me rodea. Escribo esto teniendo 25 años, siendo joven, aunque cada vez menos. Debería ser ahora, en la lozanía que dan estos tiempos, con el brío de la edad, cuando el futuro tendría que ser –siendo cursi– un mar por donde salir a navegar. Un campo de oportunidades, de esperanza, de ilusiones.
No lo es. Quizá sea mi carácter, o posiblemente la certeza de que no voy a heredar ninguna vivienda que alivie mi incertidumbre económica; que los salarios llevan congelados más de dos décadas; que el poder adquisitivo de los ciudadanos –con la salvedad de los mayores de 65 años– sigue bajando. No me planteo ser funcionario, tampoco voy a afiliarme a ningún partido, aun sabiendo que hoy en día tiene más salida estar en las juventudes de una organización que hacer un máster. El carguito llega antes: ser asesor de un concejal o acabar presidiendo la empresa nacional del uranio. Quiero trabajar de lo mío. No pretendo que el Estado me conceda una paguita, ni un ingreso mínimo, ni una ayuda que luego me acabe reclamando al tiempo. No deseo su falsa caridad.
«Siempre es violento ver cómo se ríen de ti. Y más cuando lo hace el Estado. Risas que has pagado tú»
Llegábamos al lunes, tras un viernes en el que el Ministerio de Vivienda –la cartera más inútil de nuestra historia democrática– lanzó una campaña de una violencia novedosa. Porque siempre es violento ver cómo se ríen de ti. Y más cuando lo hace el Estado. Risas que has pagado tú. No les bastó estrenar un número (el 047, el teléfono de la esperanza inmobiliaria), cuya utilidad es equiparable al trabajo de la ministra Isabel Rodríguez; además, les sobró pasta para hacer un spot con unos ancianos compartiendo piso. En él se añadía el mensaje: «El objetivo: reivindicar la importancia de la acción pública en favor del derecho a la vivienda». ¿Pero esta gente alguna vez va a gobernar o, encima de su muy mejorable trabajo, se va a seguir cachondeando de nosotros? Nos gobiernan con gestos, con pura performance.
Mientras arrancaba la jornada, un lunes plomizo de octubre, apareció el presidente Sánchez con un traje de tres piezas, sin corbata. Como de crupier del casino de Torrelodones. Salió a las redes sociales –no piensen que iba a dar una entrevista a alguien que no fuera la Cadena SER o TVE– y, con su aplomo habitual, afirmó: «Yo ya no le veo sentido». Así, con la frase descontextualizada, uno podría pensar que se refería a que se puedan pagar 700 euros por una habitación; a que los últimos presupuestos los aprobarán unas Cortes distintas a las actuales; a que nadie haya rendido cuentas tras el gran apagón; a que la primera huelga general haya sido por Palestina; o a que se haya aprobado una amnistía redactada entre el prófugo y el Ejecutivo español.
No: hablaba del cambio de hora. Ni siquiera expresó en el vídeo cuál es la posición del Gobierno (da igual, no la tienen), pero esta legislatura está para reivindicar, dar que hablar, lanzar temas sobre la mesa. «Yo ya no le veo sentido». Si yo le contara, presidente. Si yo le contara.