The Objective
Nicolás Redondo Terreros

Sin remedio y sin esperanza

«El país que no respeta a sus muertos no se respeta a sí mismo, y terminará perdiendo el respeto de terceros. Pero al PSOE de Sánchez le importa poco»

Opinión
Sin remedio y sin esperanza

Ilustración de Alejandra Svriz.

No escribo en nombre de las víctimas de ETA. No represento a nadie. Escribo por mí y para todos los que quieran leer este artículo. El Gobierno que desdeña la historia de sufrimiento, de violencia y de asesinatos de sus ciudadanos no merece ningún respeto. La vicepresidenta defendió el derecho de Mertxe Aizpurua a expresar su alegato sobre los «fascistas que utilizan la violencia para imponer sus ideas políticas por las calles del País Vasco». Si el lenguaje expresara la catadura moral de las personas, el de la vicepresidenta —que lanza las palabras al aire a la espera de que el azar las ordene— sería odioso.

La representante de Bildu, delatora de periodistas e ingeniosa oficial del altavoz periodístico de ETA, pertenece a un partido legal y, a la vez, indecente. Hablan de feminismo y no recuerdan a las tximeletas (mariposas, en vasco), mujeres que enviaban a las cárceles para desfogar a los gudaris; al fin y al cabo, la revolución o la independencia merecen cualquier sacrificio. Hablan de señalamiento quienes hicieron listas de ciudadanos para secuestrar o asesinar; hablan de violencia quienes sembraron de dolor y sangre muchas plazas de ciudades y pueblos de España. Tienen derecho a decir lo que dicen, pero no tienen ni legitimidad ni decencia para ser uno más entre los demócratas.

No quiero ilegalizar esa plataforma política, pero me opongo a que sean decisivos para un Gobierno español democrático. El problema —el problema dramático para España— no son ellos. La democracia española siempre fue más fuerte, más poderosa que la banda terrorista, porque contaba precisamente con la legitimidad de la inmensa mayoría de los españoles, que dejaban en minoría ridícula, silenciosa y acobardada a los Pablo Iglesias júnior y compañía, integrantes insignificantes de su retaguardia madrileña. El problema para la democracia española es que el PSOE se ha puesto en sus manos para apaciguar el apetito de poder del «sumo sacerdote».

El PSOE, en ese entreguismo inmoral —y que no se olvidará fácilmente—, llegó a dejar la iniciativa de la Ley de Memoria Democrática a Bildu, albacea del mayor enemigo de la Transición española: ETA. No se puede perder «un poco» la moral: se tiene o no se tiene; de lo contrario, solo queda un vacío, un agujero negro en el que cabe lo peor de la política.

Los de Bildu siguen agrandando la «leyenda de ETA», la herencia de la banda terrorista, mientras pisan moqueta y son adulados por interesados, ignorantes, desalmados, olvidadizos o todo a la vez. El legado de ETA es para ellos irrenunciable: es su motor, su fuente de legitimidad política y la garantía de que lo que sucedió en el País Vasco se puede volver a repetir. Mientras esto sea así, es una indignidad contar con ellos para sostener al Gobierno de España actual, que sobrevive entregando, cediendo y pagando «el último rescate» a la sombra macabra de la banda terrorista. Hoy les ríen las gracias y les bailan el agua, pero —como decía anteriormente— el país que no respeta a sus muertos es un país que no se respeta a sí mismo, y terminará perdiendo el respeto de terceros. Pero todo esto, al PSOE de Sánchez, le importa poco.

Hemos visto este verano que el PSOE no solo se apoya en Bildu, sino que ha terminado contagiado por sus hábitos y su «forma de hacer política». Efectivamente, hemos visto a Sánchez y al Gobierno incitando a quienes boicotearon la Vuelta Ciclista a España porque en ella corría un equipo de Israel con un ciclista israelí en el grupo.

Era el mundo al revés: el Gobierno enorgulleciéndose de un boicot violento, sin diferenciar al Gobierno de Israel de los ciudadanos israelíes, hasta el punto de ver al ministro del Interior felicitándose por el éxito del dispositivo policial cuando los protagonistas del boicot —con parecidos evidentes a la kale borroka— habían logrado impedir el final previsto. La transición de socios indeseables a colegas ha sido pacífica y sin traumas.

Creo que deben sacar las conclusiones oportunas los ciudadanos y muy especialmente el PNV. Igual siguen pensando que los vínculos de la historia se mantendrán en el futuro y se equivocan. Esa nostalgia, en ocasiones contraproducente para los intereses de España, es algo pasado, que murió con el PSOE de Felipe González.

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