Responso para Rodríguez Menéndez
«El abogado, que acaba de fallecer, fue protagonista de numerosas peripecias (alguna le llevó a él a la cárcel), que darían para un folletín, siendo todas repulsivas»

El abogado Emilio Rodriguez Menéndez. | Federico Torra (EP)
En plena Castellana, el 17 de junio de 1999, una moto Kawasaki de gran cilindrada, en la que viajaban dos jóvenes, se detuvo junto al Mercedes del… digamos controvertido abogado José Emilio Rodríguez Menéndez, que estaba detenido en uno de los frecuentes atascos de la gran arteria madrileña; el que iba de «paquete» sacó una pistola y disparó hacia los asientos traseros. El vidrio tintado de la ventanilla le impidió afinar la puntería, pero aun así hirió gravemente al abogado, y a renglón seguido la moto salió a toda velocidad, serpeando entre los coches.
El chófer del abogado, que también era su guardaespaldas y cargaba fierro, saltó del coche, disparó seis tiros contra los fugitivos y consiguió acertar al sicario en una nalga. Pero la moto desapareció en seguida de la vista.
Rodríguez Menéndez fue conducido rápidamente al hospital, donde se recuperaría de sus heridas. Fue enseguida a visitarle su esposa, una rubia más o menos suculenta, de 31 años de edad, abogada de profesión, llamada Laura, que supuestamente se había enterado del atentado por la radio.
Mientras tanto, los agresores llegaron a su casa y telefonearon a su jefe, que no era otro que Ángel Suárez, alias Casper; que patroneaba una banda dedicada al robo de bancos, y le reclamaron que les consiguiese con la máxima urgencia un médico. Casper telefoneó a varios médicos especializados en ayudar al hampa de Madrid, pero ninguno quiso enredarse en el asunto, porque era demasiado gordo: las radios y la tele no paraban de hablar de aquel crimen tipo Medellín que al día siguiente saldría en las portadas de los periódicos.
Casper por fin convenció a un veterinario de que acudiese con sus herramientas a extraer el proyectil de la dolorida nalga de su secuaz. El veterinario estaba especializado en cerdos, pero al fin y al cabo ¿hay mucha diferencia entre un cerdo y un hombre?
«En sus declaraciones en comisaría reveló que el asesinato había sido un encargo de la esposa de Rodríguez Menéndez»
Ahora bien, debido a sus notorias infracciones de la ley, Casper estaba en el radar de la policía y tenía el teléfono intervenido. Esta los detuvo a todos en un periquete. El tirador era un joven llamado José Ignacio Rocha, alias Nacho. En sus declaraciones en comisaría reveló que el asesinato había sido un encargo de la esposa de Rodríguez Menéndez. Así habían contactado: Nacho tenía un negocio de coches de alta gama y segunda mano, y el abogado solía cambiar de coche con frecuencia, por motivos de seguridad. Laura conoció a Nacho cuando fue a comprar otro Mercedes para su marido. Congeniaron. Harta del mal trato que, según decía, le deparaba don Emilio —y acaso ávida de hacerse con su fortuna— se había comprometido a pagar al atractivo y emprendedor Nacho 50 millones de pesetas (que la víctima guardaba en su domicilio, en Las Rozas), además de un reloj Cartier «y un polvo» si le libraba de su molesta y fea presencia.
El tal Nacho había grabado, se ignora con qué intención, las negociaciones. La revista Interviú las publicó en su día. Enorme éxito periodístico: no se había leído nada tan frívolo y tan sórdido en mucho tiempo. Unos diálogos picantes y siniestros, en los que entre chascarrillos y coqueterías se decidía el precio de la vida de un hombre…
Rodríguez Menéndez daría todavía mucho que hablar como abogado y empresario periodístico marrullero. Había saltado a la fama 20 años antes como abogado de la dulce Neus, una señora que había inducido a su hija a matar a su muy tiránico esposo y fue condenada por ello a largos, muy largos años de prisión. Aquel crimen fue un gran escándalo en los años ochenta; hoy, seguramente, la tal Neus hubiera encontrado en el tribunal un poco más de simpatía. O quizá no.
Rodríguez entendía el poder de la publicidad: nada más dictada sentencia, convocó a la prensa ante la cárcel y se hizo fotografiar allí, con un gran ramo de flores, lo que le consiguió titulares: «Estoy enamorado de Neus y voy a casarme con ella».
«¿Cómo pudo enriquecerse tanto para sobornar a unos y otros, evadirse de la cárcel y escapar a Argentina?»
Desde entonces fue protagonista de numerosas peripecias (alguna de las más sonadas le llevó a él a la cárcel), que darían para un folletín, siendo todas repulsivas. Algo tendría Rodríguez Menéndez: ¿Cómo pudo enriquecerse tanto para sobornar a unos y otros, evadirse de la cárcel, conseguir un pasaporte para escapar a Argentina y seguir allí, sin ser molestado, durante los largos años hasta que se extinguió su pena, y entonces volver a España y seguir enredando como si nada? Misterios.
Un abogado me explicó en cierta ocasión cómo se dejan corromper algunos abogados de narcotraficantes: sirven como correos o intermediarios para transacciones económicas delicadas. Cuando el delincuente constata que su defensor ante los tribunales se esfuerza y es «de fiar», acude a su despacho y le dice: «Mañana vendrá a verte un amigo mío y te dará un sobre. En el sobre habrá dos millones de euros. Tú retira cien mil de esos euros, te los quedas para tus gastitos, y guardas el sobre con el resto en tu caja fuerte. Al día siguiente vendrá otro hombre a recogerlo».
Así, sin hacer nada ni siquiera delictivo, solo guardando un sobre, ciertos leguleyos poco escrupulosos ganan fortunas.
No digo que fuese el caso de Rodríguez Menéndez, no sé de él más que lo que se ha publicado, pero la verdad es que no me cuesta nada imaginarlo en situaciones parecidas. Tampoco me cuesta imaginar que el disparo de Nacho hubiera dado en el blanco, ni a la viuda, en el funeral, joven, acaudalada y vestida de luto, derramando alguna lágrima, estaría monísima.
Rodríguez Menéndez acaba de fallecer, a los 75 años de edad. R.I.P.