The Objective
Cristina Casabón

Que no te entretengan como a sus votantes

«La propaganda debe plegarse a la ley del entretenimiento. El Gobierno lo ha entendido y se ha tomado muy en serio la tarea de educación de sus votantes»

Opinión
Que no te entretengan como a sus votantes

Alejandra Svriz

He leído que el Real Instituto Elcano ha preguntado a los españoles cuál es el mejor país del mundo, y el pueblo español ha dicho: Alemania. Alemania, claro, los trenes puntuales, el pan negro. La otrora locomotora de Europa. Ahora somos todos vagones parados en el andén a ninguna parte, pero algunos siguen silbando la melodía del progreso. De todos modos, y aquí viene lo interesante, cuando les preguntan cuál es el principal defecto de los alemanes, los españoles dicen: el egoísmo. En el fondo, sospechan que el egoísmo, entendido como el interés propio racional, es el verdadero motor de la historia, aunque por alguna razón fingen que les repugna. No sé cuando hemos aprendido a fingir repugnancia e ignorancia. La cosa es que la palabra «egoísmo» se ha vuelto anatema porque el nuevo credo social lo asocia al capitalismo, y el capitalismo debe ser condenado todos los días.

El nuevo escritor de moda, de nombre impronunciable, premio Princesa de Asturias por sus estudios sobre los desafíos de la era tecnológica, dice que la libertad es una mera ilusión «al servicio del capital», critica el neoliberalismo y los smartphones. Lo dice, por supuesto, en sus conferencias retransmitidas por streaming y en sus libros vendidos por Amazon. No hay ironía que le perturbe, vive tranquilamente de la crítica a aquello que le da de comer. El problema no es él, sino aquellos que le aplauden con la devoción de quien celebra su propia incoherencia, mientras consumen ese vídeo en sus pantallas. 

Esta docilidad supera toda incoherencia, y no nace de la ignorancia de los hechos, sino de una pedagogía moral constante. Vivimos inmersos en una corriente sentimental que nos exige sentir correctamente. El ciudadano autónomo ha sido reemplazado por el consumidor de emociones y consignas al margen de la realidad. A Lenin le gustaba decir aquello de que los hechos son tozudos. Él mismo y sus sucesores demostraron mediante la práctica constante de la falsificación la vulnerabilidad de las verdades fácticas.

No sé si han visto ustedes el último anuncio del reciclaje con perspectiva de género. El spot del Ministerio dice que el #Metoo es buen lugar de partida para recordar los pequeños gestos que cambian el mundo. El cursillo de bondad obligatoria por donde se cuela, de nuevo, la vulgar mentira. Porque esto no va de pequeños gestos heroicos, va de ideología y de multa del Gobierno (que no de Bruselas) si metes el cartón en el contenedor amarillo. Ser un buen ciudadano exige, por lo tanto, negar la realidad constantemente. Con un poco de emoción es más fácil, puedes incluso pensar que eres un héroe cada vez que sales a tirar la basura. Como a los niños cuando les dicen que si se portan bien… 

Estos anuncios hay que verlos como un cartoon, me advierten. Pero el consumo de cartoons y anuncios del Gobierno a dosis elevadas fabrica cerebros de cartón. Quieren ciudadanos blandos, emotivos, dependientes, que sientan mucho y piensen poco. Razonablemente cursis, como en el anuncio de Telefónica: una madre que no duerme hasta que su hijo, un padre de familia cincuentón, con canas, le dice: «Mamá, hemos llegado a casa». ¿Acaso no hay que educar para que las personas sean adultos funcionales e independientes algún día? Pero lo peor de todo no es el infantilismo, es la cursilería. Parece diseñado por los mismos que diseñan las campañas para el Gobierno, los productos de entretenimiento y todo eso. 

«El tiempo de los pensadores ha pasado, los propagandistas y los bufones son los nuevos tribunos»

Cada vez hay menos aire. El abanico de posibilidades se ha cerrado en la trituradora de la publicidad, el cine, la televisión, el periodismo y la literatura. El tiempo de los pensadores ha pasado, los propagandistas y los bufones son los nuevos tribunos. Ninguna de las fuerzas que nos forman y nos deforman hoy pueden ya entrar a competir con el entretenimiento, que es la vía de ideologización más potente. El modo como reímos, juzgamos, amamos, pensamos o no pensamos, lo hemos aprendido solo en una porción insignificante de los padres o de los colegios, y casi exclusivamente de la industria del entretenimiento, donde hay que incluir la publicidad.

De modo que si quiere ser eficaz, la propaganda debe plegarse a la ley del entretenimiento y utilizarlo como vía para enternecer al votante. El Gobierno lo ha entendido, y se ha tomado muy en serio la tarea de educación de sus votantes. Toda la televisión pública se ha convertido en una inmensa cloaca, un pozo negro donde los derechos humanos, con toda su buena intención, parecen haber perdido el filtro. Allí se depositan los borborigmos más mínimos: discursos para educar, noticias espectáculo, debates que no debaten, y programas que enseñan a sentir sin pensar. Uno sintoniza: todo bien intencionado, todo moral, todo irrelevante. La izquierda solía ser la voz del pueblo pidiendo justicia. Ahora es la voz del chupatintas que repite las consignas en el plató, o en el libro finalista del premio al mejor impostor. Nadie, ni siquiera los ciudadanos, han ganado con el cambio. 

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