The Objective
Gema Lendoiro

Por qué España no tiene que pedir perdón a México

«La historia no se repara con disculpas, sino con comprensión: cinco siglos después, Colón y Cortés siguen siendo campo de batalla ideológica»

Opinión
Por qué España no tiene que pedir perdón a México

La presidenta de México, Claudia Sheinbaun. | Luis Barron (Zuma Press)

La presidenta mexicana Claudia Sheinbaum ha vuelto a insistir este lunes en un viejo asunto: el perdón que España aún debe pedir por los abusos cometidos durante la conquista. En declaraciones desde el Palacio Nacional de Ciudad de México, la mandataria afirmó: «Nunca estuvimos de acuerdo con la manera en que respondieron. Seguimos esperando». Se refería a la carta que, en 2019, su antecesor Andrés Manuel López Obrador envió al rey Felipe VI solicitando una disculpa formal por los hechos ocurridos hace más de quinientos años.

La escena se repite con cierta frecuencia en el ámbito político latinoamericano. Cada cierto tiempo, un dirigente reclama disculpas por la conquista; y cada cierto tiempo, España se ve obligada a recordar que aquellos hechos ocurrieron en el siglo XVI, bajo un orden jurídico, religioso y moral completamente distinto al actual. Pero el debate persiste, y con él la tentación de juzgar el pasado con la mirada del presente. Es el fenómeno que los historiadores llaman presentismo: la tendencia a reinterpretar los acontecimientos históricos con criterios contemporáneos. Y es, quizá, la mayor trampa intelectual de nuestro tiempo.

Porque, ¿qué sentido tiene exigir perdón por lo que hicieron hombres de otra época, con valores y creencias radicalmente distintos? Nadie en 1492 hablaba de derechos humanos, de autodeterminación o de multiculturalismo. El mundo estaba organizado bajo la lógica del poder y la fe, no de la igualdad ni de la culpa colectiva. Pedir perdón hoy por las decisiones de Isabel y Fernando o por las acciones de Hernán Cortés es tan absurdo como exigir a Italia una disculpa por las conquistas de Roma o a Francia por las cruzadas. La historia no funciona con el código penal del siglo XXI. Ningún imperio se ha construido a lo largo de la Historia sin el sometimiento de un pueblo sobre otro. Los incas conquistaron a los chimúes y los huancas mucho antes de la llegada de los españoles, del mismo modo que los mexicas dominaron a otros pueblos mesoamericanos. La conquista fue siempre una constante de la humanidad, no una invención europea, y mucho menos española.

España, además, fue pionera en debatir el sentido ético de su expansión. Ningún otro imperio europeo se interrogó tanto sobre la legitimidad de sus actos. Desde fray Bartolomé de las Casas hasta Francisco de Vitoria, la llamada Escuela de Salamanca abrió una reflexión moral sin precedentes sobre los derechos de los pueblos recién incorporados y la dignidad de los indígenas. Las Leyes Nuevas de 1542 limitaron la esclavitud y reconocieron la libertad natural de los indios. Que se cumplieran o no esas normas es otro asunto, pero su existencia demuestra algo esencial: el Imperio español fue el primero en someter su propia conciencia a examen.

Si quieren presentismo, aquí va un ejemplo: el código penal mexicano prohíbe el robo y el asesinato, lo que no implica que en el país esto no suceda. Es decir, la Monarquía Hispánica hizo algo que nadie había hecho hasta entonces y fue pionera cuatrocientos años antes que la Revolución Francesa –esa que la izquierda tanto ama y reclama para sí como origen de los derechos humanos–. Que unas personas del siglo XV, como Isabel y Fernando o, décadas más tarde, su hijo Carlos V, legislaran prohibiendo los abusos con los indios y la esclavitud, y que los declararan –ya antes del viaje de Colón, en las Capitulaciones de Santa Fe– súbditos de la Corona de Castilla, con todos los derechos y obligaciones que ello conllevaba, no solo es algo inaudito, sino que debe repetirse hasta que se aprenda. Muy especialmente frente a ese pensamiento que repite como un mantra que España saqueó y colonizó América.

La Monarquía Hispánica no colonizó: se mezcló. Y la prueba más evidente está en nuestras calles, donde convivimos con hispanoamericanos. El Imperio Británico, gran responsable en tiempos pasados de aupar la llamada Leyenda Negra sobre nuestro país, tuvo una manera muy distinta de colonizar: exterminando a los pueblos indígenas. El Imperio Francés tampoco fue modelo de colonización –ni mucho menos de descolonización–, y muchos de los problemas actuales que mantiene con sus antiguas colonias provienen de aquella época. España carece de esos conflictos, más allá de algunos grupúsculos que cada cierto tiempo pretenden presentar nuestra historia como algo horrible y sangriento que aniquiló todo. La historia lo desmiente una y otra vez, y la documentación está al alcance de quien quiera consultarla.

La Monarquía Hispánica fundó treinta y dos universidades para todos –mestizos, indígenas y españoles–, desde 1538 en Santo Domingo hasta 1812 en Nicaragua. Fundó conventos, levantó catedrales, construyó ciudades donde todos vivían con los mismos derechos. ¿Se parece eso acaso a lo que hizo el Imperio Británico con las reservas indias en Estados Unidos? La respuesta es más que evidente.

Lo que casi nunca se recuerda es que España también fue conquistada. Durante siglos, el territorio peninsular cambió de manos: romanos, visigodos, musulmanes, francos o carolingios. Ocho siglos de dominación islámica no se borran de la historia con una exigencia de perdón, ni la Reconquista puede juzgarse con las categorías políticas del presente. España fue, antes que imperio, una nación conquistada, moldeada por invasiones, resistencias y mezclas culturales. Y esa experiencia explica, en parte, la complejidad –y también la contradicción– de su expansión posterior: un país que había sido sometido y que, siglos después, se convirtió en potencia.

El problema, en realidad, no es de historia, sino de relato. Durante siglos, el mito de Colón y Cortés sirvió para construir una épica del descubrimiento y la civilización. En el siglo XIX, la Leyenda Negra se encargó de desmontarla desde la propaganda extranjera, retratando a España como una potencia cruel, oscurantista y fanática. Hoy, el péndulo ha oscilado al extremo opuesto: la misma herencia que se acusó de atraso se culpa ahora de haber «invadido» y «saqueado» América. En ambos casos, el resultado es el mismo: una caricatura.

«Pretender que se pida perdón por un proceso histórico que transformó el mundo es un ejercicio de simplificación moral que sustituye la historia por el juicio»

No se trata de negar la violencia, la desigualdad ni los abusos que existieron –toda expansión imperial los tuvo–, sino de entenderlos en su contexto. España no exportó el mal; exportó su época, con sus virtudes y sus sombras. Pretender que un país pida perdón por un proceso histórico que transformó el mundo –y que, de hecho, dio origen a las naciones que hoy reclaman ese perdón– es un ejercicio de simplificación moral que sustituye la historia por el juicio.

Cinco siglos después, el perdón que algunos exigen no es una cuestión de justicia, sino de relato político. La historia se ha convertido en un espejo donde cada nación busca proyectar su identidad: unos reivindican la herida; otros, la culpa. Pero ningún pueblo avanza instalado en el resentimiento. La historia no se repara con disculpas, sino con conocimiento. Y conocer implica aceptar que el pasado no está para ser juzgado, sino comprendido.

Quizá ha llegado el momento de dejar de pedir perdón y empezar, por fin, a entender.

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