The Objective
José Antonio Montano

Nuestra política mata

«En el primer aniversario de la dana, todos los políticos deberían estar tendidos boca abajo en el suelo pidiendo perdón; o mejor, no estar. De Mazón a Sánchez»

Opinión
Nuestra política mata

Ilustración de Alejandra Svriz.

En el fondo, soy optimista. Justo por ser catastrofista. Hago mío este aforismo, tan bernhardiano, de Cioran (lo tradujo en su día Savater): «Estamos todos en el fondo de un infierno, cada instante del cual es un milagro». No deja de maravillarme que las cosas funcionen más o menos: que salga agua del grifo, que haya fruta en la frutería y carne en la carnicería, que los coches se paren en el semáforo y se pueda pasar, que no andemos a garrotazos por la calle (aunque sí en Twitter), que se encienda la luz.

Es cierto que un día no se encendió la luz, durante horas. Y que ya no puedes asegurar tu tiempo de llegada si coges un tren de The Puentete. La catástrofe se insinúa, está siempre como fondo o posibilidad, amenazante. En el caso del ministrete, altísima la posibilidad. Pero por el momento, son excepciones: la vida marcha aproximadamente. Para mí, en verdad, es milagroso.

El engranaje del funcionamiento resulta complejísimo. Es un artilugio de relojería que se diría que funciona de chiripa si no funcionase tan persistentemente. Debe de deberse a unos ajustes y reajustes ancestrales, que vienen de muy atrás y que se mantienen en buena medida por una prodigiosa inercia. Pero nada está garantizado y, en el fondo, todo es frágil. Basta eso, un ministrete, para que los trenes (¡por los que, junto a las fábricas, se inventó la hora común!) vayan de estropicio en estropicio y aparezcas a las nueve de la noche cuando tu cita (¡de vida o muerte!) era a la una de la tarde.

Para lo que se sale de la normalidad es para lo que hace falta pericia, fruto de la preparación y la experiencia. Pero los que están al mando carecen en la actualidad de pericia, preparación y experiencia. Son gente que estaba ahí para otra cosa, para el lío político. Como estaba Illa de ministro cuando la pandemia, que le pilló sin tener ni idea de nada. Cuando la cosa va por sí sola, hay poco problema. Ahora, si la cosa se tuerce, se acabó.

Recuerdo que un amigo se apuntó a un curso de conducción deportiva en el circuito del Jarama. Le enseñaban maniobras para momentos de apuro. En su vida diaria de conductor, no le hacían falta. Pero tuvo que recurrir a ellas en un par de ocasiones en las que, sin ellas, se la habría pegado. Esa es la cuestión.

«La invasión de los políticos en todas las esferas de la vida pública española es la invasión de los inútiles»

La invasión de los políticos en todas las esferas de la vida pública española es la invasión de los inútiles. Por el procedimiento de selección adversa mediante el cual suben (cual mecanismo de retrete aberrante, regurgitador de heces, lo peor de la sociedad sin lugar a dudas; estarían los delincuentes y ellos, que también son delincuentes), no hay nadie en un puesto clave que esté a la altura. Así se puede afirmar que nuestra política mata. Cuando adviene una catástrofe, la irresponsabilidad se cuenta en muertos.

En el primer aniversario de la dana (237 muertos), todos deberían estar tendidos boca abajo en el suelo, pidiendo perdón; o mejor, no estar. De Mazón a Sánchez, pasando por el resto, como aquella encargada de las emergencias que no sabía cómo se activaban las emergencias. No hay diferencia entre los partidos porque todos se nutren del mismo tipo de inútiles desaprensivos. Incluidos, naturalmente, los que se presentan como alternativa radical y serían aún peores.

Pero la situación no debe de estar tan mal, en realidad. Exceptuando las catástrofes, en el día a día vamos tirando, pese a nuestros políticos y pese a todo. Es un milagro increíble.

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