The Objective
Antonio Agredano

Combatir el sanchismo desde el sanchismo

«Competir con sus mismas reglas del juego –es decir, con ninguna– o seguir respetando las normas, la verdad, las instituciones… El PP se debate en ese dilema»

Opinión
Combatir el sanchismo desde el sanchismo

Ilustración de Alejandra Svriz.

El sanchismo es un fenómeno líquido, es decir, incontenible. Sus valores han sustituido a muchos otros valores. Algunos muy antiguos. Algunos muy resistentes. Casi todos frutos de la ejemplaridad y el acuerdo. Pero España se parece cada vez más a Pedro Sánchez. A ese emperador desamparado. Al melancólico burlón. Al más grande de los pequeños.

Los ismos son peligrosos. Empiezan en una persona y terminan invadiéndolo todo. La isla termina convirtiéndose en continente. Y ya no hay forma de escapar de sus límites. En la comparecencia en el Senado, Sánchez quiso mostrarse divertido y ligero. Es una de las claves de su ismo: desacralizar las instituciones, santificar sus ocurrencias.

Su mayor éxito es conseguir que el concepto de dignidad sea elástico. Que pueda amoldarse a sus necesidades y a sus espacios. Como el emoticono del pulgar levantado en WhatsApp, su mensaje suele ser contradictorio, parece decir «vale», pero siempre suena a «que te den». Ataca y se victimiza sin cambiar de renglón. Pide perdón y culpa sin encabalgar el verso. La suya es una política de frentes porque ignora los grises. Parece romper a llorar y luego ríe socarronamente. El sanchismo es una fuerza centrífuga. Todo lo expulsa, todo lo combate, todo lo muerde, como un mapache atrapado en un contenedor de basura.

El problema del sanchismo es que ha saltado la barrera natural del PSOE y crea situaciones tan extrañas como la no dimisión de Carlos Mazón. Entiendo que el presidente valenciano se pregunta: si ellos no lo hacen, ¿por qué lo vamos a tener que hacer nosotros? Ahí está el dilema, ¿actuar como ellos?, ¿usar sus mismas armas, ser igual de marrulleros o mantenerse por su camino, a pesar de las patadas y los empujones? Competir con sus mismas reglas del juego —es decir, con ninguna— o seguir con una mano atada a la espalda, respetando las normas, la verdad, las instituciones… El PP se debate en ese dilema, entre la coherencia de la convocatoria de elecciones de María Guardiola por falta de Presupuestos y la indecorosa continuidad de Mazón en la Generalitat. 

Cuando optas por seguir las reglas —o ausencia de ellas— del sanchismo corres el riesgo de parecerte demasiado a ellos. Los ismos son peligrosos. El estilo personal de Pedro Sánchez acaba por trivializarlo todo, convierte lo solemne, como una comparecencia de un presidente del Gobierno, en algo banal, chistoso, reducido a sarcasmos, zascas, gafas de marca y carcajadas. El sanchismo lo profana todo, lo vulgariza todo. Desprestigia todo lo que toca: la sesión de control, el Senado o un Consejo de Ministros convertidos en tuiteros justicieros y faltones.

«Sánchez no dudó en calificar de ‘circo’ al Senado, al que lleva más de un año sin acudir para dar la cara»

Ayer, Sánchez no dudó en calificar de «circo» al Senado, al que lleva más de un año sin acudir para dar la cara en la sesión de control. Tras observar las primeras cuatro horas de interrogatorio, el PP, último en preguntar, eligió su estilo: algo muy parecido al sanchismo. Estilo apabullante, interrupciones, valoraciones morales y un mensaje insistente en cada pregunta: «Usted no dice la verdad». 

Los que le ríen las gracias al presidente en las redes sociales, los mismos que alaban la audacia política de presentarse con gafas nuevas para desviar la atención, reprochan al PP ese tono hiperventilado e inquisitorial. No caen en la cuenta de que los populares no podían permitirse el lujo de perder el interrogatorio por usar las reglas del juego tradicionales de la política mientras Sánchez inventaba las suyas propias.

Las bases populares exigen firmeza y severidad frente a lo estrafalario. El PP no podía quedar ayer como la «derechita cobarde» y permitir que los populismos rentabilizaran su arriesgada apuesta de sentar a Sánchez en el Senado. El problema de los ismos es que todo lo inundan. El problema de los ismos es que, a veces, solo pueden ser vencidos con sus propias armas. 

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