Poder sin responsabilidad
«Para Sánchez, que se siente poseedor de una única verdad y de un poder absoluto, todo lo que le parezca una amenaza a su poder personal constituye un ‘circo’»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Cualquiera que haya visto Poder absoluto, la excelente película de Clint Eastwood, entenderá con enorme claridad lo fácil que es que una persona se deslice por la pendiente del abuso de poder cuando se siente amenazado, sabiendo, además, que le protege una extensa y poderosa red de personas a sus órdenes que se sienten autorizadas a violar las leyes con tal de librarle de cualquier escándalo, de un delito con mayor motivo.
La comparecencia de Sánchez ante el Senado tiene mucho que ver con ese síndrome del poderoso, con aquello que le lleva a atropellar cualquier límite con tal de proteger su posición. Para Sánchez, que se siente poseedor de una única verdad y de un poder absoluto, todo lo que le parezca una amenaza a su poder personal constituye un circo, un espectáculo montado por mentes perversas e indignas que sólo buscan pasar el rato porque van a ser incapaces de derribarle de su sitial, pase lo que pase.
Sánchez afirmó tras su investidura que construiría un muro para dejar en el exterior de su fortaleza política y personal a los que osen discutir su derecho a hacer lo que le plazca. Nuestro primer ministro estaba cierto de la imperturbable solidez de su muro porque, al verse investido por el poder de la mayoría, por precaria y fraudulenta que sea, tuvo plena conciencia de que no existiría mecanismo legal que pudiera destituirle.
Al sentirse ungido con una especie de poder vitalicio, supo ver en esa circunstancia los cimientos de una fortaleza que habría que consolidar mediante el desprecio, el odio y la división, mintiendo como si nada que pudiera parecerse lejanamente a una verdad peligrosa fuera a afectarle en nada. En pleno disfrute de ese inaudito privilegio, ayer se presentó ante el Senado y solo supo ver en esa centenaria institución una broma de mal gusto.
Nadie puede dudar de la capacidad de Sánchez para actuar como si nada de lo que le afecta fuese relevante y en la reciente comparecencia en el Senado se ha empleado a fondo en mantener esa actitud frente al primer interrogatorio parlamentario exigente en toda su carrera política. Su estrategia es sistemática e irrenunciable porque es capaz de reducir la labor de oposición a pura envidia o al odio personal, puede presentar los hechos que le incriminan como inventados o fango porque cree que su palabra está por encima de cualquier realidad que pueda invocarse y es costumbre que trate de descalificar genéricamente cualquier forma de control judicial como una maniobra política falsaria e interesada.
«Sánchez exhibe una personalidad capaz de pasar por encima de cualquier objeción moral y de las normas de respeto a la democracia»
Sánchez exhibe una personalidad capaz de pasar por encima de cualquier objeción moral y de las normas comunes de respeto a la democracia parlamentaria. Lleva tres años sin ser capaz de aprobar Presupuestos, lo que debiera llevarle a convocar elecciones, ha negociado su poder prostituyendo el espíritu constitucional y se apoya en una mayoría antipolítica que, en realidad, le mantiene prisionero, pero él sigue gozando de un inmenso poder, empujando al Rey a las esquinas, y mostrando que hará lo que fuere con tal de seguir siendo presidente del Gobierno.
Tampoco son pequeñas las lacras de tipo personal que afean su conducta, el apoyo a las ambiciones desconsideradas de su mujer que se hizo catedrática, como el maestro Ciruela que no sabía leer y puso escuela, la promoción mediante trampas indecentes a la desvergonzada ambición musical de su hermano, la sospecha de que su carrera haya podido ser financiada por los sórdidos negocios familiares de su suegro o, para culminar, el desapego que exhibe ante el procesamiento por delitos muy evidentes de sus dos colaboradores y hombres de confianza.
Ante la demanda de explicaciones sobre su conducta, trata de colocarse por encima de la inevitable consecuencia que se deriva de la lógica más elemental, porque si sabía lo que ha estado ocurriendo es un corrupto y si admite que no se enteraba de cuanto ocurría bajo su autoridad inequívoca es un perfecto incompetente, pero a Sánchez, como a todo el que vive bajo el imperio de la mentira sistemática, los argumentos abstractos y las exigencias morales que ensombrecen gravemente su presidencia le dejan frío.
Es grave que tengamos un jefe de Gobierno habituado a actuar con una capacidad de simulación y de mentira tan notable, pero peor aún es que esa falsa virtud política le sea reconocida con entusiasmo por sus seguidores que rivalizan en presentar los defectos de su líder como muestras de ejemplaridad. Sea como fuere, lo que no parece discutible es que la posición del PSOE en las encuestas, sin ser brillante, sorprende por su resistencia al deterioro.
«Apenas se pone el acento en que no se hubiesen hecho las obras hidráulicas capaces de encauzar las aguas y evitar las tragedias»
La cultura política más común entre españoles tiene ahora mismo dos cualidades tan estables como sorprendentes. La primera es que se admite que circulen explicaciones fuera de cualquier lógica como ocurre, por ejemplo, en el caso de las muertes y destrozos de la dana del año pasado, porque parece que la clave del asunto resida en la agenda del presidente valenciano, que en cualquier caso constituye un ejemplo lamentable de insensibilidad e incompetencia, mientras que apenas se pone el acento en lo esencial, en que no se hubiesen hecho las obras hidráulicas capaces de encauzar las aguas y evitar los desbordamientos y las tragedias. Por si fuera poco, a la responsable principal de semejantes carencias la hemos hecho vicepresidente europea, como si la UE no tuviese ya suficientes incompetentes en nómina.
La segunda cualidad que permite que Sánchez haya instaurado con éxito un sistema, un poder sin responsabilidad, en el que la mentira y la opacidad circulan con toda tranquilidad y con cierta complacencia consiste en que la mayoría de los españoles sigue creyendo que ha de ser el Estado quien resuelva todas y cada una de sus demandas, incluyendo, el empleo, la vivienda, la educación, la sanidad y el ocio, creativo a poder ser.
Con estas dos premisas el relativo éxito de Sánchez no es inconcebible y apunta claramente a su continuidad, si, por así decir, Dios no lo remedia, porque lo que parece evidente es que quienes tendrían que hacerlo no están finos y, por una vez, sería injusto culpar a Sánchez de la ineptitud de sus rivales.