The Objective
Nicolás Redondo Terreros

La España tantas veces derrotada y nunca vencida

«Todos nuestros amigos y socios tienen crisis de similar envergadura, pero nosotros carecemos de la fortaleza de sus instituciones y de su largo poso democrático»

Opinión
La España tantas veces derrotada y nunca vencida

Ilustración de Alejandra Svriz.

Sin duda, estamos atravesando en España los momentos más difíciles desde la Transición de los años 70 del siglo pasado. Desde los primeros pasos de aquel tiempo ilusionante hubo quienes lo combatieron con saña: la banda terrorista ETA, los partidarios de rupturas revolucionarias y aquellos que, aunque participaron en el proceso democratizador que culminó con la aprobación de la Constitución, no compartieron el espíritu de concordia y superación, esperando repartir el botín político. Pero esto importaba poco entonces, porque los grandes partidos del escenario político —la UCD, luego el PP, y el PSOE—, con la colaboración imprescindible del partido de Santiago Carrillo, garantizaron el éxito de aquella apuesta histórica.

Se produjo un salto en nuestra historia que se consolidó con gobiernos alternantes que modernizaron el país y nos situaron en el mundo en un papel relevante y merecido, tanto por nuestra historia como por nuestro esfuerzo y nuestro fiable compromiso con socios y amigos. Fue un tiempo en el que parecía que habíamos cerrado para siempre las viejas heridas y los peligros de un pasado cainita y fratricida. Sin embargo, olvidamos, como el resto de los países europeos, que el fantasma del pasado siempre puede regresar. Contradictoriamente, fustigamos a Fukuyama cuando afirmó que la historia había terminado, pero nos comportamos como si hubiéramos aceptado su tesis, creyendo que no podríamos volver a caer en los dramáticos errores del pasado. Pero la historia siguió su curso avasallador, recordándonos que siempre es posible regresar al pasado si no nos conjuramos para evitarlo.

Surgieron, se consolidaron y se hicieron mayoritarios fenómenos políticos radicales porque un pensamiento débil se adueñó de los partidos políticos tradicionales, que se negaron a enfrentar los nuevos retos de la globalización tecnológica y económica. Los españoles no estamos solos en esta crisis, pero sí somos más débiles. Todos nuestros amigos y socios tienen crisis de similar envergadura, pero nosotros carecemos de la fortaleza de sus instituciones y de su largo poso democrático. Por el contrario, nuestras instituciones son recientes, frágiles y muy discutidas por una parte importante de la clase política, decidida a volver al pasado, imponiendo su verdad subjetiva y olvidando que una democracia fuerte necesita concordia y, como diría un apesadumbrado Azaña, «un asenso común».

En España, todo empezó a trastocarse cuando los herederos de los protagonistas de la Transición, especialmente quienes sustituyeron sólidamente a Felipe González, impulsaron una política de aislamiento de la derecha, basada en la nostalgia de un tiempo idealizado que nunca existió. Nada mejoró con un Gobierno de centro-derecha que nunca estuvo a la altura de los retos y amenazas políticas del momento.

Pero los tiempos de zozobra y crisis política llegaron verdaderamente cuando el Partido Socialista de Sánchez se convirtió en albacea del testamento político de Pablo Iglesias Turrión y, despreciando lo que solo debía administrar temporalmente, dispuso ponerlo a la venta para mantenerse en La Moncloa. El Gobierno se convirtió en una tómbola en manos de sagaces aventureros o ignorantes fanáticos. Entonces, el equilibrio de la balanza comenzó a romperse, y los rupturistas de antaño, los herederos universales de ETA y quienes estaban con la mayoría exclusivamente por cálculos, siempre ayudados por la indiferencia de muchos, fueron inclinándola hacia el conflicto, el muro y las trincheras.

Como a una expresión política extrema y radical le sigue, inevitablemente, otra de signo contrario, en España apareció una derecha radical y populista, apoyada sin disimulo por el Gobierno. En estas graves circunstancias, he recordado en esta semana trágica para la decencia política una correspondencia epistolar entre Américo Castro y Menéndez Pidal en 1939: «Vuelvo —decía el primero— a mi tema: no hay en España otro problema más grave que el de su unidad, precisamente por la gran capacidad de sus gentes para dividirse y enfrentarse, negando el pasado común y olvidando que solo en la unión y el reconocimiento mutuo puede construirse un futuro digno».

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