La monarquía prodigiosa
«Juan Carlos I podría ser el único Rey de España que nazca y muera fuera de su país»

Alejandra Svriz
Leo sobre la noche que murió Franco, y los días precedentes. Su cuerpo enfermo era la enfermedad del régimen, su respiración asistida el último aliento de una dictadura. Los españoles, aún enlutados de miedo, asistieron a su agonía televisada con una mezcla de fe y estupor. Los detalles de su final son de una crueldad burocrática. Miguel Ángel Aguilar, en su crónica de la muerte de Franco, se pregunta por qué su entorno decidió prolongar artificialmente su agonía. «¿Por qué se intentó el uso experimental de una hormona del crecimiento, o someter a su cuerpo a bajas temperaturas extremas para mantenerlo con vida, si ya su estado mental era irrecuperable? El trasfondo pudiera tener que ver con […] la figura del presidente de las Cortes. Porque el mandato de su titular, Alejandro Rodríguez de Valcárcel, terminaba el 26 de noviembre y esta era una pieza clave dentro del engranaje sucesorio».
Este episodio también aparece en los extractos que nos llegan desde Le Point del libro de memorias de nuestro monarca exiliado, Reconciliación. Juan Carlos I escribe: «Me quedé atónito ante el empeño médico con el que se le trataba, cuando llevaba días totalmente inconsciente. ¿Era el miedo al futuro lo que les empujaba a actuar así?». Parece que querían dejarlo todo bien atado. Es el miedo a la historia cuando deja de tener dueño, el mismo miedo que hoy reconocemos en la pulsión con que el Gobierno actual practica su arqueología de la memoria democrática.
Más allá de un paralelismo simbólico —la agonía vital como final común de dos biografías ligadas al poder—, Franco y Juan Carlos representan dos Españas bien distintas. No es así, al parecer, para los nuevos escribas de la memoria. Según RTVE, la Asociación para la Desmemoria Histórica ahora exige al Gobierno retirar el nombre del Borbón de calles y edificios públicos. Argumentan que, al haber sido jefe del Estado durante los últimos meses de la dictadura, fue también «dirigente del franquismo».
Pero si aplicáramos esa interesada lógica con rigor, habría que borrar medio país: la Constitución firmada por cortes franquistas, la legalización del PSOE rubricada por un franquista, la propia radiotelevisión pública nacida en el seno del régimen, y así llegaríamos a Adolfo Suárez e incluso a dirigentes del PSOE. Parece que a nadie le interesa seguir el argumento hasta el absurdo; basta con un gesto simbólico, una purga nominal, una más.
«Permanece en Emiratos como un rey de hotel y la izquierda busca paralelismos cada vez más absurdos para borrarle del mármol de la historia»
Nuestro monarca permanece en Emiratos como un rey de hotel y la izquierda busca paralelismos cada vez más absurdos para borrarle del mármol de la historia. Aquí, entre tanto silencio mortuorio y tanto aniversario de Franco, se nos olvida lo esencial: que Don Juan Carlos ha sido más importante para la política española que la reina de Inglaterra para la suya y que muchos otros reyes de Europa. Y lo ha sido porque eligió traicionar a su padre político, lo cual le convierte si acaso en demócrata, o al menos en «antifranquista póstumo», como diría el cronista parlamentario de la Transición, Víctor Márquez Reviriego, de nuestras izquierdas.
De esa infidelidad civil, de ese gesto frío y cortesano, nació la democracia española. Franco quería, napoleónicamente, ser creador de reyes, como el Scaramouche de Sabatini. No lo consiguió, porque Juan Carlos inauguró su propio tiempo. Pero si aquí reina el silencio mortuorio, si el pueblo vacila y si nadie reivindica el legado político de nuestro Don Juan, no tendremos muchos incentivos para seguir creyendo en aquello que somos.
Tal y como está el panorama, Don Juan Carlos podría ser el único Rey de España que nazca y muera fuera de su país. Él mismo duda en sus memorias y hace referencia a su posible descanso en el Panteón de los Reyes, junto a los monarcas españoles (con alguna excepción, como la de Felipe V e Isabel de Farnesio): «¿Qué decidirá el Gobierno? Todo está en sus manos».
Los españoles han vacilado a la hora de alzar la voz para defender la Transición y a su monarca, que estén atentos a las consecuencias. Si vacilar es perdernos, y esta vacilación presagia el futuro de las naciones, el nuestro es sombrío.