El valor de Vito Quiles
«Está permitiendo que, por primera vez en años, la izquierda vaya entendiendo que las universidades públicas no son un chiringuito ideológico de su propiedad»

El periodista Vito Quiles. | TO
Vito Quiles es, hoy por hoy, el rey de los polemistas de la derecha española. Un personaje cuanto menos controvertido, irreverente, chulo, canalla… Lo que se quiera decir de él. No es desde luego el periodista modelo, seguidor del código deontológico de la prensa. De hecho, hay que admitir que es más bien un activista. Y sin embargo, ha conseguido destacar por sus preguntas afiladas, por cuestionar a unos políticos acomodados por constantes masajes mediáticos y por poner muy nerviosa a una izquierda que no tiene problema en hacer lo mismo que critica de Quiles. Vito, en el fondo, representa esa imagen prototípica del joven gamberro que desafía el statu quo. Pero entonces, ¿cuál es el valor de Vito Quiles? ¿Cuál es su valía? ¿Qué aporta? Pues ha conseguido algo bien importante: sacar del ostracismo a tantos y tantos jóvenes que hasta ahora estaban condenados casi a esconderse en sus propias universidades por el mero hecho de no ser de izquierdas.
Tras el asesinato de Charlie Kirk, Vito Quiles decidió iniciar una gira por algunas de las principales universidades españolas. Así, ha ido yendo de campus en campus, sin importarle que sus charlas fueran prohibidas o canceladas por las autoridades académicas en un ejemplo más de la doble vara de medir con la que se sigue actuando, obstaculizando las posibilidades de hablar de ponentes de derecha, pero permitiendo siempre a la izquierda más extrema lanzar sus proclamas en las aulas. Pese a ello, ha decidido mantener las convocatorias con el objetivo de plantar cara a las organizaciones «antifascistas» que llamaban al escrache.
En realidad, Quiles es lo de menos. Lo importante es que en su rally ha logrado movilizar a cientos y miles de estudiantes orgullosos de su país y defensores de la libertad de expresión que por primera vez han podido hacer una demostración de fuerza frente a los radicales que durante tanto tiempo han monopolizado el espacio público y han censurado todo debate que no les gustase.
La verdadera valía de la iniciativa de Vito Quiles es haber sacado a la luz un movimiento que lleva años produciéndose bajo tierra. Estamos hablando de ese progresivo hartazgo de muchos jóvenes con la dictadura de lo políticamente correcto, de esa pérdida del miedo por tantos estudiantes que tenían que callarse en clase para evitar el linchamiento de sus compañeros. Es un movimiento que empezó en Cataluña la asociación S’ha Acabat! cuando decidieron poner pie en pared frente al monopolio separatista de las clases, y que llegó a la capital posteriormente de la mano de Libertad Sin Ira en Somosaguas, epicentro y lugar de nacimiento de la izquierda podemita. Ahora, el silencio cada día va dando paso a una nueva voz dispuesta a hablar con libertad. Porque, ¿quién iba a pensar que decir a los chavales que tenían que avergonzarse de su país, de lo que son, que podían enarbolar cualquier bandera menos la suya propia, no iba a provocar una respuesta, un movimiento en contrario?
Se puede decir tal vez que lo que hace Vito es provocar, pero a mí siempre me ha parecido que provocar no es otra cosa que hacer que el de enfrente se muestre como verdaderamente es, que saque lo peor de sí mismo. Cuando uno provoca, el contrario tan solo se retrata. Es lo que hemos visto en Pamplona. Allí, la concentración de Quiles se tuvo que desconvocar ante la amenaza de grupos violentos a los que se les incautó distintas armas y que incluso agredieron a un periodista de El Español que se limitó a cubrir el suceso. Pero hasta esa pequeña derrota ha sido una pequeña victoria pírrica. Tal vez los cachorros de Bildu, quienes sí que usaban el periodismo como arma de señalamiento, piensen que mediante la fuerza podrán mantener su régimen de terror, pero su autoretrato sirve a su vez para despertar conciencias y recordar que, tal vez con otros gobernantes que garanticen que nadie es agredido por sus ideas, también allí crecerá la semilla de la libertad y del orgullo patrio.
«No hay libertad, ni convivencia, ni fraternidad cuando una gran parte de la población se ve obligada a vivir en silencio»
Es cierto que en todo esto hay un cierto aroma guerracivilista. Provocaciones, bandos enfrentados… No es del agrado de nadie que la sociedad se polarice de esa forma, o, al menos, no es deseable. Sin embargo, no hay libertad, ni convivencia, ni fraternidad cuando una gran parte de la población se ve obligada a vivir en silencio, a callar lo que piensa por miedo al linchamiento, a quitarse las pulseras antes de entrar a clase. Es el movimiento de Vito Quiles lo que está permitiendo que se equilibre el tablero inclinado y que, por primera vez en muchos años, la izquierda vaya entendiendo que las universidades públicas no son de su propiedad, ni un chiringuito ideológico y endogámico en el que imponer qué debates se permiten y cuáles no. Y es así, rompiendo esa desigualdad, como la concordia será verdaderamente posible.
Finalmente, cabe mencionar que toda esta pulsión tiene un reflejo político. Hasta ahora, este movimiento juvenil lo ha canalizado Vox, que incomprensiblemente se ha puesto nervioso por la tournée de Quiles, pese a que el periodista ha sido siempre bastante cercano al partido. Esto no revela la lucha latente por la capitalización de ese sentir de la juventud. Y aunque algunos por ahora creen que han conseguido erigirse en héroes del pueblo, no deberían dar nada por seguro ni creer que son dueños de ese voto. Otros, si quieren tener una oportunidad, deben entender que lo que se reclama es una estética ilusionante y una actitud valiente y desacomplejada. Tal vez haya marcas que estén quemadas y desacreditadas, pero si aspiran a perpetuarse en el futuro renunciar al voto de los jóvenes no debería ser una opción.
Por tanto, la valía del tour de Vito Quiles, guste o no el personaje, no es otra que dar voz y sacar del ostracismo, de la omertá, a los que durante mucho tiempo han tenido que ver cómo, aún siendo una mayoría silenciosa, sus universidades eran dominadas por la izquierda más radical y sectaria. Es una onda expansiva, un grito que viene a decir: «Estamos aquí, y ya no podéis callarnos. Las universidades no son vuestras». Y sí, tal vez veremos escenas que no nos gusten, y tal vez otros movimientos tan intolerantes como la izquierda que hasta ahora se creía dueña y señora de la universidad tratarán de apropiarse de la causa, pero hay una clara mayoría que está demostrando y va a demostrar que quienes creemos en la libertad somos mejores.