Franco ha muerto
«No sólo no había costumbre sino que era un tema del que no se podía hablar: la inmortalidad de Franco no estaba probada, pero muchos creían en ella»

El periodista y escritor Miguel Ángel Aguilar. | Diario de Madrid (Wikimedia Commons)
Cuando hace más o menos un año y medio se supo que Ábalos, Koldo, Cerdán, Aldama y toda la pandilla del Peugeot, menos uno, se solían reunir en la marisquería La Chalana, cercana al Bernabéu, recibí una llamada de mi amigo Miguel Ángel Aguilar: «Francesc, hoy tenemos que ir a cenar a La Chalana». Algún reparo debía oponer yo para que añadiera: «Date cuenta, es que si no vamos allí, no podremos entender nada de lo que está pasando en la política española». Obedecí y fuimos. Tan solo entrar, Miguel Ángel preguntó al camarero de la barra: «¿Está Koldo?».
Este es el personaje, este es Miguel Ángel Aguilar, este es su modo de hacer periodismo, este es el modelo típico del viejo periodista. Para enterarte de las noticias, para entenderlas, para saberlas interpretar, para comprenderlas cabalmente, hay que estar en el lugar preciso, quizás horas esperando, en la calle, o en el bar de la esquina, donde sea, consumiendo cafés, alguna caña, chateando, cuando se va acercando la noche algún whisky, charlando con algún vecino solitario que acabas de conocer, con otros compañeros periodistas, para así captar la atmósfera, esperar hasta las tantas y morirte de sueño. Pero atento siempre a la noticia para contarla de la manera más viva posible, sabiendo que el ambiente en que se produce es lo que muchas veces la explica.
Yo le llamo a este tipo de profesional el periodista sabueso: el que sabe indagar, descubrir o averiguar los hechos husmeando por ahí, dejándose llevar por su intuición, por su nariz, por el aire que se respira. Desconfiando siempre de los jefes de comunicación de las instituciones, sea un ministerio o sea un banco, y comprobar las cosas por uno mismo.
En THE OBJECTIVE saben de eso muchos periodistas, a veces me los encuentro a horas insospechadas en lugares insólitos. «¿Qué haces por ahí?» «Pues ya ves, todavía trabajando».
Para un buen periodista, para un periodista de raza –y sólo se es buen periodista si se es de raza– trabajar es muy cansado, pero a la vez es un placer inmenso, es poder saciar la enorme curiosidad que se lleva dentro, que te engancha y no paras hasta que consigues encontrar lo que buscas, atas cabos, sabes que no hay casualidades y logras dar sentido a lo que sucede para llegar a probar el fin que persigues. Claro que a veces te equivocas, pero nunca has renunciado al esfuerzo para esclarecer la verdad, todas las facetas de la verdad.
Este es el periodismo que ha practicado siempre Miguel Ángel Aguilar y que sigue practicando a una edad en que lo normal sería dedicarse a cuidar nietos y pasear al perro. Pero los periodistas de raza nunca mueren y Miguel Ángel sigue en activo porque uno de sus lemas vitales es «como fuera de casa en ningún sitio», las noticias y la vida están fuera de casa, allí es donde hay que estar. Sin embargo, en los últimos meses, sigilosamente, sin que los amigos lo notáramos, ha escrito un libro de curioso título: No había costumbre. Crónica de la muerte de Franco, publicado por la culta e incisiva editorial Ladera Norte, de reciente creación, que dirige nuestro colaborador Ricardo Cayuela.
Como dice el subtítulo se trata de una crónica de la muerte de Franco –cincuenta años dentro de dos semanas– contada a su estilo, con la ironía que le es propia, recordada en su ambiente, como el autor como testigo directo, evocando hechos y anécdotas reveladoras del acontecimiento, rememorando el lenguaje de la época, aquello del «hecho biológico» y «las previsiones sucesorias», términos ahora incomprensibles para los que no lo vivieron pero necesarios entonces para no excitar los peligrosos ánimos censores de un gobierno autocrático.
En fin, como ahora algunos dicen «el gobierno de coalición progresista» para hablar de esa cosa indefinible que tenemos, o lo de la «derecha y ultraderecha» para designar a dos partidos que no incluyen ni a Junts ni al PNV. Con el tiempo, alguien habrá de explicar también todo esto como hace Miguel Ángel en su libro sobre Franco para los que aún no han nacido lo entiendan
El tono irónico empieza por el título: No había costumbre. Es lo que dijo Julio Cerón Ayuso, un personaje que casi nadie recuerda pero que siendo diplomático y católico fundó a fines de los cincuenta el FLP, los llamados «felipes», el Frente de Liberación Popular, un nombre de partido al modo tercermundista argelino, en el que militaron muchos de los cuadros políticos de todos los colores que después serían importantes en la Transición y las primeras fases de la actual democracia. Pues bien, como cuenta Miguel Ángel, Cerón pronunció una conferencia en 1984 que empezaba diciendo: «Cuando murió Franco, el desconcierto fue grande [pausa]: no había costumbre».
En efecto, no sólo no había costumbre, sino que era un tema del que no se podía hablar: la inmortalidad de Franco no estaba probada, pero muchos creían en ella hasta que la realidad les desmintió un 20 de noviembre, mira por dónde la misma fecha del calendario en que murió fusilado José Antonio Primo de Rivera en 1936. Pero Franco no ha quedado como el «camarada presente» sino como el «caudillo definitivamente pasado», aunque lo intenten resucitar los partidarios de la memoria histórica, también denominada «mentira histórica» o «memoria histérica», con el fin de que nos entre miedo en el cuerpo y puedan seguir gobernando porque ellos son, bajo palabra de honor y este es su único argumento, una coalición progresista de izquierdas.
Miguel Ángel certifica en su libro que Franco murió una madrugada y que su muerte le fue comunicada por teléfono, como a todos, por un amigo, también como a todos, con las mismas palabras que a todos: «Miguel Ángel (o el nombre que sea): Franco ha muerto». El relato es magnífico, el sabueso está en plena forma y recuerda perfectamente tanto lo importante como lo anecdótico de aquellos tiempos en que además de en plena forma, estaba también en plena juventud, ya husmeando como ahora.
Para conmemorar debidamente este año Franco hay que leer esta crónica de aquellos meses con la finalidad de no olvidarlos nunca.