The Objective
Paulino Guerra

Manual sanchista para la polarización

«No se puede agitar el avispero sin que tenga consecuencias. No está escrito que después de la radicalidad vuelva la calma y la moderación»

Opinión
Manual sanchista para la polarización

Ilustración de Alejandra Svriz.

Ya va para ocho años que Pedro Sánchez inauguró en España la era de la polarización y el conflicto permanente. Como en las grandes novelas de George Orwell, el sanchismo siempre necesita tener a mano un subversivo enemigo imaginario, un Snowball (como en Rebelión en la granja) o un Enmanuel Goldstein (en 1984), a los que se incita a combatir y exterminar para que prevalezcan los brillantes logros planetarios del amado líder frente a la amenaza permanente de la reacción y los ultras.

Casi siempre ese enemigo al que hay que demonizar y erradicar es la oposición política, caracterizada con todas las taras y atributos de la vileza. Pero otras veces, se trata de una época ya felizmente superada, como el franquismo, de un periodista español que hace preguntas a Donald Trump o de un simple programa de televisión que le resulte incómodo.

Asimismo, el chivo expiatorio puede ser una o varias comunidades autónomas gobernadas por la oposición (en especial Madrid), una clase de energía, la propiedad privada o bajar los impuestos. Pero también una modalidad de transporte, un tipo de combustible, un sector empresarial, las universidades privadas, los denominados «tabloides digitales», los recurrentes «seudoperiodistas» y los «jueces que hacen política». 

Por eso en estos años, parafraseando a Blade Runner, hemos visto cosas increíbles. Por ejemplo, al dictador Franco volando en helicóptero, como si se tratase de un remake de Good Bye, Lenin. Pero también a condenados por terrorismo y huidos de la justicia convertidos en el eje de la gobernabilidad del país. Y simultáneamente la exhumación de toda la enmohecida literatura de la lucha de clases, recuperando la vieja divisa de explotadores y explotados

La propia definición del Ejecutivo como un Gobierno progresista, feminista, ecologista y otras bombas de humo, es ya una herramienta para la polarización y el combate. El enemigo es definido por todo lo que quede fuera de ese idílico y paradisiaco contorno. Así, indefectiblemente, los hombres, por razones no sé si genéticas o culturales, nacen marcados con la tara del heteropatriarcado. Y esa mancha imborrable los convierte a todos ellos en «violadores en potencia» y en depredadores naturales de todas las mujeres.

También han sido declarados enemigos de clase los propietarios de pisos, cuyo ilimitado deseo de beneficio y usura se contrapone a la bondad natural y social del «okupa», ese nuevo buen salvaje del catecismo roussoniano-izquierdista. Organizaciones empresariales, bancos, constructoras y eléctricas, según las épocas y las necesidades del guion, también han sido incluidas periódicamente en el listado de adversarios a reprobar públicamente. Hasta Amancio Ortega fue convenientemente perseguido en los tiempos de Pablo Iglesias por donar valiosísimas máquinas contra el cáncer a la sanidad pública.

El avión ha sido otro de los represaliados del sanchismo (con la excepción de los Falcon presidenciales), al igual que algunos tipos de energías, consideradas no aptas para una vida de progreso (al menos hasta el apagón del pasado 28 de abril). La gran cuartada siempre es el cambio climático, ese comodín que lo mismo sirve para arruinar a las fábricas de coches europeas que para justificar el incendio de un monte que nadie ha desbrozado en años.

Todo es confrontación, antagonismo y muro en el bermejo reino de Pedro. Su obsesión por controlar, intervenir y polarizar llega incluso a los programas de entretenimiento de la televisión. Hasta se ha intentado recuperar el mito de las dos Españas para contraponer La revuelta de Broncano, financiada groseramente con dinero público, con El hormiguero de Pablo Motos. 

También la política exterior ha dejado de ser ese asunto serio y de Estado, de señores con corbata italiana de doble nudo y lenguaje exquisito, en la que se tenía claro quienes eran los aliados y quienes los enemigos. Ahora, sin embargo, nadie ha presumido tanto como Pedro Sánchez del enfrentamiento con Israel y de la mala relación con Donald Trump, aunque han bastado unos gruñidos del inflamable hombre del pelo naranja para que el Gobierno español haya corrido a anunciar la compra de material militar a los Estados Unidos.

El manual de polarización sanchista tiene reglas estrictas. No se dimite, no se asume ninguna responsabilidad política, nunca se hace autocrítica y la conservación del poder está por encima de cualquier norma ética y democrática. Tampoco se responde a las preguntas de la oposición. Al contrario, siempre hay que jugar a la contra. Si la crítica trata del caos ferroviario, se ignora la cuestión y se busca una foto, aunque sea del metro de París, para poner el foco en las aglomeraciones del suburbano madrileño. Si la pregunta versa sobre Begoña Gómez, la respuesta está en el novio de Isabel Díaz Ayuso. Y si se interroga por la «financiación singular» de Cataluña, de nuevo sale a relucir la Comunidad de Madrid y su presunto dumping fiscal.

La polarización ha generado también su propia literatura, cuyo soporte principal es el argumentario. Es entrañable seguir desde primera hora de la mañana el grado de sincronización que alcanzan los ministros y algunos documentados tertulianos, todos repitiendo las mismas consignas que alguien les ha marcado en negrita. Asimismo, cuenta con un diccionario específico, con palabras fetiche como ultra, facha, bulo, ultrarricos, lodazal o fango, que repiten mecánicamente como aquel «mierda, caca, culo, pis» de El príncipe destronado de Don Miguel Delibes.

Hay quien piensa que la polarización es pasajera, que desaparecerá con el sanchismo. Tengo mis dudas. El problema es que está echando raíces. Pedro Sánchez tiene más imitadores de los que se piensa, aunque muchos se coloquen ideológicamente en el extremo opuesto. No se puede agitar el avispero sin que tenga consecuencias. No está escrito que después de la radicalidad vuelva la calma y la moderación. Es lo que ha pasado, por ejemplo, en los Estados Unidos, donde ha funcionado la ley del péndulo y a todos los abusos del movimiento woke, le están siguiendo todos los excesos del trumpismo.

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