The Objective
Xavier Pericay

La misión imposible de Junts

«El perfil de los socialistas catalanes recuerda cada vez más al de Convergència. Pensar que Junts podría disputarle hoy el centro no deja de ser una ilusión»

Opinión
La misión imposible de Junts

Carles Puigdemont, Miriam Nogueras y Jordi Turull. | Nuria Camera (EFE)

Pues parece que Junts —o un sector importante del partido, por lo menos— quiere volver a ser lo que fue, o sea, Convergència Democràtica de Catalunya. En otras palabras, quiere abandonar la radicalidad del procés para recuperar la centralidad de los viejos tiempos, cuando Jordi Pujol era todavía aquel «español del año» —Abc dixit— que a cambio de sustantivas transferencias en especie y de un buen dinero apuntalaba con sus votos en Las Cortes la política del Gobierno de España, mandara quien mandara en La Moncloa y sin perder nunca de vista los objetivos «nacionalizadores» contenidos en aquel Programa 2000 concebido y difundido entre bastidores en 1990.

Antes que nada conviene precisar que esa vuelta atrás, de darse, no sería a la Convergència de hace 30 años, sino a otra muy distinta, marcada por la transformación a que la sometió Artur Mas desde que el patriarca le invistió como sucesor en la presidencia del partido y de la Generalidad, y se retiró a su cuartel de invierno. Tres décadas no pasan en balde y más si se han visto marcadas, como es el caso, por un desafío frontal al Estado de derecho. Aquella Convergència de los años noventa y comienzos de 2000 está muerta y enterrada, y la que le ha sucedido, desde Mas a Puigdemont con cambio de nombre incluido, no guarda otro parecido con su antecesora que el nacionalismo, más o menos pancatalanista.

Así las cosas, ¿puede Junts recuperar su «pactismo» de antaño? Según parece —lo reportaba aquí este lunes Laura Fàbregas—, quienes se estarían moviendo en esta dirección serían los alcaldes de la formación, que ven como cada vez más cargos públicos, militantes y votantes —estos últimos a tenor de lo que predicen las encuestas— abandonan sus filas para engrosar las de la pujante Aliança Catalana que lidera Sílvia Orriols y creen, no sin razón, que la política seguida por su partido puede llevarles dentro de dos años a perder el ayuntamiento que presiden, y no de resultas de una alianza de izquierdas como la que gobierna en estos momentos la Generalidad, sino por la irrupción de una fuerza de extrema derecha cuyo populismo, lejos de limitarse, como el de Junts, a cultivar la xenofobia y el odio hacia lo español, se extiende a la inmigración y, en particular, a la que profesa el islamismo.

Y no solo desde una óptica identitaria; también aludiendo a unos problemas —paro, inseguridad, fracaso escolar, colapso en los centros de salud, falta de vivienda asequible— que afectan a muchos de sus convecinos y de los que Aliança culpa en gran medida a los extranjeros residentes en Cataluña.

«El prófugo de Waterloo está cada día que pasa más cerca de convertirse en un exiliado perpetuo»

A esa preocupación se añade la de comprobar como la situación de Puigdemont está enquistada. Peor aún. Descartada la aplicación de la amnistía al delito de malversación, el prófugo de Waterloo está cada día que pasa más cerca de convertirse en un exiliado perpetuo, a no ser que se resigne a regresar a España y ponerse en manos de la justicia, como hicieron su conmilitón Junqueras en la asonada de 2017 y unos cuantos más.

El anuncio de ayer por parte de Junts de enmendar en su totalidad todas las leyes que el Gobierno vaya a presentar en adelante en el Congreso o se encuentren ya en tramitación, en lo que supone de facto bloquear la legislatura, no ofrece tampoco pista alguna sobre las intenciones futuras de Puigdemont, como no sea la de doblar su apuesta por la confrontación con el Ejecutivo de Pedro Sánchez. En todo caso, dirigir un partido a más de mil kilómetros de distancia y sin conocer de primera mano la realidad a la que se enfrentan los ciudadanos a los que se aspira a representar, difícilmente puede considerarse un proyecto a medio o largo plazo.

Y eso no es todo. El mapa político catalán ha sufrido también modificaciones desde el día en que Puigdemont huyó de España en el maletero de un coche. Han pasado ocho años y el independentismo ha perdido fuerza. Lo mismo a la izquierda que a la derecha. Y el centro, como ocurre siempre que una situación política se polariza, se ha reducido o ha cambiado de dueño. Hoy el centro político en Cataluña lo ocupa en buena medida el PSC, un partido que ha hecho méritos suficientes para que nadie dude de su nacionalismo y cuya imagen moderada, flotillas aparte, se ve favorecida por la radicalidad de sus socios de gobierno.

A pesar de alguna veleidad socialdemócrata, el perfil de los socialistas catalanes recuerda cada vez más el de aquella Convergència de hace tres décadas. Pensar siquiera que Junts, caso de proponérselo, podría disputarle hoy en día ese centro por el que algunos, dentro del partido, parecen suspirar no deja de ser, como diría Pla, una ilusión del espíritu.

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