El continuismo y la parálisis
«Sánchez sabe que ninguno de los partidos que lo han apoyado está dispuesto a abrir la puerta a una alternativa con la que posiblemente saldrían perdiendo»

Ilustración de Alejandra Svriz.
«La época de los ultimátums ha terminado. Esto es una ruptura», dijo el otro día la portavoz de Junts Míriam Nogueras, que anunció que su partido no volvería a apoyar ninguna iniciativa parlamentaria del Gobierno. «La legislatura de Pedro Sánchez queda bloqueada», añadió, como si ese bloqueo lo inaugurara ella, o como si fuera una novedad. Amenazó con una parálisis que ya existe desde hace dos años, los que lleva el Gobierno sin Presupuestos. Es ya una tradición de Junts, que anuncia casi cada dos semanas que rompe con un Gobierno que, en la práctica, ya está en quiebra. Es como la gira de despedida de Joaquín Sabina, que dura casi más que su carrera. O las despedidas de Iñaki Gabilondo de la radio. Y me recuerda también a muchas parejas atrapadas en el «ni contigo ni sin ti»: no saben que el mayor acto de amor es dejar marchar.
Pedro Sánchez sabe que ninguno de los partidos que lo han apoyado durante años está dispuesto a abrir la puerta a una alternativa con la que posiblemente saldrían perdiendo.
«Solo tiene el incentivo de convocar elecciones si piensa que puede seguir en la Moncloa»
Se ataron al mástil del PSOE y con él permanecerán. También sabe el presidente que es posible gobernar sin Presupuestos, como lleva haciendo desde 2023. Aunque ahora avisa de que intentará aprobar unos nuevos antes de fin de año, la realidad es que eso da un poco igual. Porque gobernar es solo permanecer en el poder, no hace falta aprobar leyes. Con revalorizar las pensiones de vez en cuando, el Leviatán aguanta unos añitos más. No hace falta pensar más allá. En el largo plazo todos estamos muertos, como decía Keynes.
¿Y si finalmente convoca elecciones? Pero, ¿por qué iba a hacerlo? Lo rodean casos de corrupción, pero eso lleva siendo así ya varios años. No se me ocurre ningún escándalo posible que motive su dimisión. Si no lo ha hecho ya, solo tiene el incentivo de convocar elecciones si piensa que puede seguir en la Moncloa. El Gobierno está tan confiado en su capacidad para la propaganda, el gaslighting y la guerra psicológica que el ministro Óscar Puente apareció el otro día contando billetes de 50 euros en un vídeo en redes para demostrar que el partido no tiene ningún problema con el dinero en cash, ahora que la Audiencia Nacional ha anunciado que investigará los pagos en metálico a Ábalos. Esa chulería es algo que solo puede hacer un Gobierno que se siente absolutamente impune.
Además, todos caemos en sus trampas. La intervención de Sánchez en el Senado se convirtió en un debate sobre sus nuevas gafas. Y el juicio del fiscal general Álvaro García Ortiz se ha convertido en un debate deontológico sobre el periodismo: el periodista de El Diario José Precedo afirmó que sabía que el fiscal era inocente, porque quien le filtró la noticia del fraude del novio de Ayuso no fue él. Pero no podía desvelarlo, porque sería desvelar su fuente. Muchos analistas extrajeron de esto que el caso estaba cerrado. ¡Lo dice un periodista! Supongo que si aparece otro periodista que dice que tiene una fuente que le dice lo contrario, que García Ortiz le filtró la noticia, el argumento cambiaría. ¿No? ¿No? Al final todo se reduce a algo mucho más mundano y sencillo: «Cuántas maldades cabe hacer para que ‘el bien’ triunfe», como escribió el otro día Rafa Latorre.