The Objective
José García Domínguez

El abrazo de Soros y Mamdani

«El nuevo alcalde de Nueva York reúne bajo un mismo paraguas electoral a la élite económica más internacionalizada y a las comunidades de origen inmigrante»

Opinión
El abrazo de Soros y Mamdani

Zohran Mandami y Alexander Soros. | X

La fotografía del todavía candidato Mamdani posando abrazado al fraternal modo con Alexander Soros, el hijo menor de George Soros y heredero principal de una inmensa fortuna amasada toda ella en los mercados financieros más especulativos que quepa imaginar, la metáfora perfecta de lo que en realidad acaba de suceder en Nueva York, debería de servir para sosegar a todas esas almas políticamente cándidas que todavía a estas horas andan convencidas de que un peligroso izquierdista se ha hecho con el poder en la sede oficiosa del orden capitalista mundial. ¿O acaso alguien imagina que el futuro dueño del fondo Quantum, ese mismo que consiguió – allá por 1992 – que el Gobierno del Reino Unido se viera obligado a devaluar la libra esterlina contra su voluntad tras lanzar Soros senior un ataque masivo contra la divisa británica, se habría prestado a hacer campaña por una reencarnación de Lenin o algo por el estilo?

Porque ese Mamdani, sí, será un musulmán de convicción más o menos laxa, y también un socialdemócrata descafeinado, en la línea tibia, amorfa y posmoderna de todos sus pares europeos; pero, en cualquier caso, lo que no representa el nuevo alcalde es el menor peligro efectivo para los intereses materiales de gentes como, por ejemplo, la familia Soros. Y de ahí el abrazo. A fin de cuentas, Mamdani milita en la facción progresista del Partido Demócrata que encabeza el entrañable Bernie Sanders, un simpático octogenario el rasgo más memorable de cuya larga trayectoria política remite a que no hay constancia de que jamás le haya votado un solo obrero; una tradición, esa, que parece haber legado a su discípulo neoyorquino.

Así, según los primeros estudios de campo al respecto, entre el  electorado de Mamdani tampoco parecen ocupar un lugar estadísticamente significativo los trabajadores manuales y sin estudios, como tampoco la población negra o las personas de mayor edad y rentas bajas.

Por el contrario, el grueso de sus apoyos en las urnas parecen responder, y de modo casi calcado, al novísimo modelo de alianza interclasista típico de las grandes metrópolis liberales, globalistas y cosmopolitas del Occidente más desindustrializado. Una forma política, la ahora típica de esas enormes aglomeraciones urbanas, que se caracteriza por reunir bajo un mismo paraguas electoral a los de muy arriba –la élite económica más internacionalizada y con una adscripción ideológica orientada cada vez más hacia cosmovisiones individualistas y libertarias – y a los de muy abajo, las crecientes comunidades multiculturales de origen inmigrante que dan forma al paisaje humano de una nueva pobreza, esa nacionalmente desarraigada y ajena a las clases populares de estirpe autóctona, tanto en Europa como en Estados Unidos.

«Los Soros de turno no tiene absolutamente nada que temer. Al cabo, Mamdani defiende, en esencia, lo mismo que ellos»

Porque, lejos de suponer la irrupción institucional de una radicalidad iconoclasta armada de afanes antisistema, lo que acaba de pasar en Nueva York sólo es más de lo mismo, otra plasmación de un fenómeno recurrente que ya antes se había visto en Londres, París o Roma. Ni Lenin ni Trotsky, si acaso apenas un simple sucedáneo barbudo de Ada Colau.

Y de ahí que los Soros de turno absolutamente nada tengan que temer. Al cabo, Mamdani defiende, en esencia, lo mismo que ellos: fronteras abiertas – y sin límites de ningún tipo – para la inmigración masiva de mano de obra no cualificada procedente del Tercer Mundo, el activo repudio intelectual y moral a las doctrinas proteccionistas que postulen priorizar la defensa del interés concreto de las comunidades nacionales por encima de cualquier otra consideración abstracta o filosófica; igualmente, en fin, el rechazo también expreso de las señas de identidad históricas propias de las comunidades nativas, esas que hasta ahora habían tenido por principal misión fijar el código de normas sociales no escritas que dotaba de cohesión al grupo; o sea, justo lo opuesto al nuevo dogma de fe multiculturalista entre cuyos sumos sacerdotes laicos figura ese Mamdami.

Entonces, ¿a quién votan los obreros yanquis? Naturalmente, a la extrema derecha, igual que aquí, en Europa. O sea, a Trump.

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