The Objective
Manuel Pimentel

El libro en papel ganó al 'ebook'. Nuestras neuronas, responsables

«Nuestros circuitos neuronales son garantes de la lectura comprensiva sobre papel, no tengamos dudas. Las pantallas están bien… sobre todo para lectura superficial»

Opinión
El libro en papel ganó al ‘ebook’. Nuestras neuronas, responsables

Ilustración de Alejandra Svriz.

Quién nos lo iba a decir hace unos años. El viejo libro de papel sigue protagonizando, a gran distancia, los hábitos de lectura. Y nuestras neuronas, en gran medida, son las responsables del prodigio.

Con la llegada del libro electrónico, muchos dieron por muerto al libro de papel. También, a las editoriales. Desde 2004 llevábamos escuchando las bondades del libro electrónico por venir. Sus impulsores daban por hecho que sustituiría con rapidez al libro de papel. Más ligero, con posibilidad de ampliar el tamaño de letra, subrayar, consultar diccionario y un largo rosario de funciones interactivas que enriquecían la experiencia de lectura. Incluso nos mostraban algunos prototipos de lámina flexible, que se podía enrollar, como los periódicos de papel.

Sería allá por 2008, cuando nos adentrábamos en la pavorosa crisis financiera que asoló nuestra economía, cuanto tuve el primer equipo de lectura digital entre mis manos. Se trataba del Papyre que, con mucho mérito, había lanzado al mercado Grammata, una empresa granadina. En el 2010-2011 comenzó a comercializarse el Kindle de Amazon, que se convertiría en la referencia del mercado, así como algún otro lector electrónico de menor impacto. Pero tan altas eran las expectativas que se habían sembrado, que los equipos lectores produjeron una cierta decepción. No era el león tan fiero como la habían pintado.

Pero el debate estaba servido. El nerviosismo del sector editorial se hizo patente. ¿Sustituiría el libro digital al tradicional del papel? Y si así ocurriera, si finalmente los lectores se decantaran por la lectura digital, como ya ocurría con los periódicos, ¿qué sería de las editoriales tradicionales y de sus fondos? Recordemos que las editoriales tenían firmados con los autores los derechos de explotación de su obra en formato papel, no en el digital. La rumorología se extendió. ¿Para que servía, entonces, una editorial si la propia agencia, o el autor, podían subir directamente sus obras a cualquier plataforma comercializadora, como Amazon, por ejemplo? La primera batalla fue la de la contratación de los derechos de autor para el formato ebook. Algunas agencias, incluso, amagaron por subirlas ellas o venderlo directamente al mejor postor, independientemente de quién tuviera los derechos de papel.

Poco a poco la realidad se fue imponiendo. Ni los libros electrónicos desplazaron a los de papel, ni tenía sentido alguno separar la explotación de una obra en sus diferentes formatos. Pronto, el contrato editorial incluiría los derechos de publicación en todos los formatos de papel y electrónicos, bajo el mismo título, portada, traducción en su caso, y edición. Posteriormente, a estos derechos se le añadiría los del formato de audiolibro, donde todavía continúa la batalla por los derechos de las fórmulas de suscripción, cada día más frecuentes.

«La gran revolución anunciada en casi nada quedó. El libro digital se incorporó como un formato más al catálogo del editor»

El editor mantuvo, pues, su modelo de negocio. Adquiría los derechos de publicación de una obra por un tiempo determinado para explotarla en los diversos formatos posibles, papel, ebook y posteriormente audiolibro. Nada, pues, substancialmente rupturista. La gran revolución anunciada en casi nada quedó. El libro digital se incorporó como un formato más al catálogo del editor, sin que tampoco llegara a reducir, ni por supuesto a sustituir, al libro de papel. Otra cosa es la lamentable y delictiva piratería, que se multiplicaría, desgraciadamente, sin que todavía se hayan tomado medidas serias para combatirla.

Pasó el tiempo, y el libro electrónico no cumplió, ni de lejos, las expectativas creadas. En su momento de máxima expansión, apenas si llegó al 15% del mercado editorial. Hoy se encontrará en torno a un 10-12%, en algunas zonas bastante menos, por cierto. ¿Por qué? ¿Cómo es posible que el viejo papel lograra seguir resultando más atractivo a sus lectores que los novedosos libros electrónicos con todas sus ventajas añadidas?

Varias fueron las razones expuestas. La primera, por simple cuestión sensorial. A muchos les gustaba tocar, oler el papel, sostenerlo en sus manos.  La segunda, por pura costumbre. Se suponía que los no nativos digitales experimentarían rechazo a las novedosas fórmulas de lectura. Este temor pronto se demostró falso, pues eran, precisamente, las personas mayores las que más consumían ebooks, mientras que las ventas en papel de los bestsellers juveniles en papel se disparaban. Tercero, porque son muchos los libros que se compraban como regalo y el obsequiado percibe mucho más valor en formato papel que en una descarga para Kindle. Cuarto, por la propia experiencia de lectura, mucho más cálida y plácida sobre papel que en pantalla. Quinto, por referenciarse mejor la marcha de la lectura en un volumen que sobre una pantalla, donde únicamente vez la página abierta. Sexto, por agotamiento visual ante las pantallas.

Pasamos muchas horas al día trabajando frente a ellas y consumiendo redes sociales; terminamos agotados por la sobreexposición. Frente a ese cansancio, el libro papel ofrece una sensación plácida de alivio, paz y descanso. Pero, además de las anteriormente expuestas, una razón neurocientífica aún más poderosa nos impulsa e impulsará a leer textos largos sobre soporte papel.

«Nuestra capacidad de atención lectora y de comprensión funciona mucho mejor sobre papel que sobre pantalla»

Centrémonos en la mente lectora. ¿Cómo funciona frente a la pantalla y cómo sobre el papel? Podemos comprobarlo en nuestra propia experiencia. Por ejemplo: a la hora de leer un contrato largo, o un documento importante, extenso y especialmente profuso, ¿no ha tenido tentaciones de imprimirlo para poder leerlo reposadamente en papel? Probablemente así haya sido. ¿Por qué ese impulso? ¿Por no ser nativo digital? No, no es por eso, es por algo más profundamente arraigado en nuestra psique. A todos nos pasa lo mismo, se sea, o no, nativo digital. Está comprobado: nuestra capacidad de atención lectora y, sobre todo, nuestra capacidad de comprensión, funciona mucho mejor sobre papel que sobre pantalla.

Lo explica maravillosamente el libro Superficiales, ¿qué hace internet con nuestra mente?, de Nicholas Carr. El autor, después de observar el fenómeno que hemos descrito en muchas de las personas que le rodeaban, decidió investigar su porqué. Y llegó a una conclusión clara. La mente, sus circuitos neuronales, se adaptan al modo de lectura comprensiva cuando se lee sobre papel, mientras que, cuando leemos sobre pantalla, se pone al modo de entradas rápidas, sucesivas, propia de titulares y textos breves, interrumpida, con frecuencia, con entradas de diverso tipo, con mensajes, correos o publicidad. Carr repite aquello tan famoso de McLuhan, «el medio es el mensaje».

Si recibimos información a través de una conversación, nuestros circuitos neuronales, sumamente flexibles, se activan en modo conversación, dando importancia tanto al fondo, como a la forma, la entonación, el lenguaje no verbal, a la escucha activa, a la respuesta oportuna y demás. Si el medio es la radio, nuestras neuronas trabajan en modo radio, atento a unas intervenciones o diálogos en los que no participamos. Igual ocurriría si el medio fuera la televisión, una videollamada o un intercambio de mensajes por whatsapp. Piénselo. Comprobará que utiliza giros, vocabulario, y símbolos diferentes según sea el medio por el que se comunica. Y no solo es algo anecdótico ni superficial, sino que se trata de un fenómeno de raíz neuronal, siempre dispuesta a adaptarse al medio por el que tiene que recibir, emitir y comprender mensajes. De alguna manera, nuestra mente se convierte al modo conversación cuando conversamos, o al modo whatsapp cuando whatsappeamos.

Muy bien. Pero, con el libro de papel respecto a la pantalla, ¿qué ocurre? Pues algo idéntico. Nuestra mente se pone en modo pantalla cuando leemos en el móvil o en el ordenador y en modo libro cuando abrimos un volumen y comenzamos a leer. ¿Y qué significa esto a efectos prácticos? Pues que en modo pantalla somos capaces de leer con rapidez textos breves, con alta rotación, fragmentarios, con interrupciones permanentes, con entradas diversas. Nuestros circuitos neuronales son capaces ante la pantalla de seguir varias conversaciones simultáneas, leer con inmediatez los titulares de un periódico, o una entrada contundente de Instagram o Linkedin. velocidad, cambio, textos breves, contundencia, es lo que la pantalla nos evoca y a lo que nuestra mente se predispone. Por eso, nos cuesta tanto, cuando tenemos activado el modo pantalla, la lectura profunda de un texto extenso o de aquella que nos someta a un esfuerzo de comprensión.

«Nuestra mente en ‘modo papel’ se predispone a la clásica lectura comprensiva, serena, sin interrupciones»

Esa es la razón por la que tendemos a imprimirlo en papel, porque, entonces, nuestra mente en modo papel se predispone a la clásica lectura comprensiva, serena, sin interrupciones, preparados para razonamientos prolongados. Y a los nativos digitales aún les sucede en mayor medida, pues su modo pantalla se encuentra hiperactivado. Por eso, Nicholas Carr acuñó la expresión de superficiales, porque superficial es la capacidad lectora ante el vértigo de internet y de las redes sociales asociado al modo pantalla.

Y con el ebook, aunque en menor grado, ocurre algo parecido. Claro que podemos leer un texto largo y complejo ante la pantalla del ordenador, pero nos costará mucho más que si lo leemos en un libro bien editado. Y es que cuando leemos en modo libro de papel, nuestra mente se transforma en libro, nos sumerge en su lectura, nos introduce en su universo. «El medio es el mensaje», insistió McLuhan y Carr nos lo ha recordado. Tiene razón. No sienta, pues, remordimientos ante su impulso por leer lo complejo en papel, se trata de una decisión inteligente y neurológicamente acertada.

Nuestros circuitos neuronales son garantes de la lectura comprensiva sobre papel, no tengamos dudas. Las pantallas están bien… sobre todo para lectura superficial. Larga vida al libro de papel frente a todos los auspicios que lo dieron por muerto.

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