En recuerdo de las víctimas del 13 de noviembre de 2015
«En este 13 de noviembre de 2025, honremos la memoria de las víctimas asumiendo lo que somos: una civilización, una democracia y un Estado de derecho»

Dos mujeres ante la ofrenda floral junto al bar La Belle Equipe de París. | Gonzalo Fuentes (Reuters)
Estamos en noviembre de 2015. Ese día 13, decido no ir al Stade de France, en Saint-Denis, para ver el partido amistoso entre Francia y Alemania. Hay tensiones con mi pareja. Estoy agotado tras un intenso viaje a Dijon. De vuelta, en el TGV (tren de alta velocidad), le comento a Stéphane Grand, periodista de L’Opinion, mis temores sobre los riesgos de un atentado grave.
Esa misma mañana, mi equipo de Matignon, la sede del primer ministro, examinó una nota que yo había solicitado a la Secretaría General de Defensa y Seguridad Nacional, en la que se formulaban una serie de recomendaciones en caso de atentado masivo. La situación en los países del Levante Mediterráneo, las amenazas del Estado Islámico, los 1.800 franceses presentes en las redes sirias y los informes de los servicios de inteligencia nos obligan a mantener una gran vigilancia.
De repente, la vida da un vuelco.
Poco antes de las 21.30, François Hollande me avisa: ha habido dos explosiones fuera del estadio de Francia, donde él mismo está viendo el partido en la tribuna oficial. Enciendo la televisión. El partido continúa como si nada hubiera pasado. En el momento de la segunda explosión, evidente y sorda, Patrice Evra, atónito, duda un instante antes de pasar el balón. La sangre fría del presidente de la República y su decisión de no interrumpir el partido ni evacuar el recinto permitieron evitar el pánico.
Hablo por teléfono con el ministro del Interior, Bernard Cazeneuve. La información aún es confusa y fragmentaria. Sintonizo un canal de noticias.
En ese mismo instante, suena mi móvil, una voz, apagada. La conozco. Es el periodista de Le Monde Gérard Davet. Vive a unas decenas de metros de mi casa, en el distrito 11, frente al restaurante La Belle Équipe: «¡Manuel, están disparando con kalashnikovs abajo! Hay gente tirada en el suelo».
Comprendo inmediatamente que ha comenzado el ataque tan temido por nuestros servicios de inteligencia, en varios lugares a la vez. Decidimos reunirnos con el presidente y Bernard Cazeneuve, en el Elíseo y luego en el Ministerio del Interior, en la sala de crisis. La información llega rápidamente. Se han producido varios tiroteos en diferentes restaurantes y cafeterías de los distritos 10 y 11. Mi servicio de seguridad tiene dificultades para sacarme de mi domicilio de la rue Keller, dada la situación en el barrio.
En el coche, mientras llamo a mis hijos para saber dónde están, observo que en París, donde hace un tiempo primaveral sorprendente para ser noviembre, las terrazas siguen llenas. Mientras que en otros lugares el terror siembra la muerte.
Propongo al jefe del Estado que declare el estado de emergencia. Creada en 1955 durante la guerra de Argelia, esta disposición excepcional permite adoptar medidas de restricción de las libertades, como el establecimiento de un toque de queda, el cierre de determinados lugares o el arresto domiciliario de personas. Hay que convocar un Consejo de Ministros lo antes posible para aprobarla.
En la sala de crisis de la sede del ministerio, en la plaza Beauvau, el ambiente es tenso. Reina la confusión. Las informaciones hablan de decenas de víctimas. Lo peor está por llegar. Nos hemos enterado de que los terroristas han asaltado la sala de espectáculos del Bataclan. Seguimos la actuación de las fuerzas del orden bajo la autoridad del prefecto de policía, Michel Cadot. Recibimos llamadas de líderes europeos. Destaco una, mostrando su apoyo y su cariño personal, la de Mariano Rajoy, presidente del Gobierno de un país que ha vivido los peores atentados.
Poco antes de medianoche, François Hollande se dirige a la nación con seriedad y emoción. Anuncia el cierre de las fronteras del país y la declaración del estado de emergencia. Inmediatamente después se celebra el consejo de ministros. Reina el silencio, los rostros están serios. No hay tiempo para sentir nada, hay que actuar.
Más tarde nos dirigimos al barrio de la Bataclan, tras el fin de la toma de rehenes, para felicitar a las fuerzas del orden y a los servicios sanitarios. Decenas de heridos, los menos graves son atendidos in situ, ya que los hospitales están desbordados. Nos damos cuenta de que se trata de una auténtica escena de guerra y de la magnitud del número de víctimas. Subimos a pie por la calle Oberkampf. Los espectadores del Bataclan, aturdidos y desamparados, son acogidos en los vestíbulos de los edificios, envueltos en mantas de supervivencia. Gritos hostiles brotan de una ventana.
A la altura del bulevar Voltaire, el fiscal François Molins, pálido, pero siempre con una profesionalidad impecable —desde hace varios meses encarna el rostro de la justicia antiterrorista—, nos pone al corriente de la situación. Ha entrado en el Bataclan. Discreto, pero clínico, relata el horror que acaba de presenciar. Le impactan el número de víctimas, la sangre por todas partes y… el sonido repetido de los teléfonos móviles en el foso del auditorio. Nos describe el heroísmo del comisario y su chófer, un brigadier, que interrumpieron la masacre al entrar en el Bataclan, y de los hombres de la Brigada especial de Investigación e Intervención que llevaron a cabo el asalto para liberar a los rehenes. Varios terroristas fueron abatidos, pero hay rumores e informaciones que apuntan a que hay otros grupos que podrían atacar.
Evidentemente, y contrariamente a lo que se dijo, no entraremos en la sala del Bataclan.
La noche será larga. La pasaré en la sede de Matignon por razones de seguridad. No duermo y lloro de rabia. Los diferentes comandos que se reivindican del Estado Islámico han causado 130 muertos y cientos de heridos. Es una carnicería.
Ya no se trata de periodistas o dibujantes, de judíos franceses o policías, asesinados por lo que representaban. Esta vez, todos los franceses se han visto afectados, al azar, y en su mayoría jóvenes. El placer de compartir una copa en una terraza o de asistir a un concierto, nuestro modo de vida, nuestra cultura, han sido atacados. Nuestra civilización ha recibido un golpe en su corazón.
Conozco a algunas de las víctimas, en particular a Víctor, nacido en Barcelona como yo, hijo de Dominique y José, militantes socialistas, amigos. Ella, teniente de alcalde del distrito 11, de guardia esa noche, no se enterará hasta más tarde de la muerte de su hijo en la terraza de La Belle Équipe. Durante mucho tiempo mantuve su foto en mi escritorio. Para recordar.
El sábado, en la Escuela Militar, organizamos una recepción para poder transmitir toda la información a las familias. Algunas se enteran delante de mí de la desaparición de un ser querido. Nunca olvidaré su angustia. También acudo al Instituto Médico Legal de París, donde se identifica a las víctimas. El lugar es lúgubre. Pido que se aceleren las operaciones. De lo contrario, la identificación llevaría días, lo que sería insoportable para los familiares.
Al día siguiente de los atentados, el ambiente no es en absoluto el mismo que en enero tras los atentados en enero de ese mismo año contra Charlie Hebdo, el Hyper Cacher o Montrouge. La consternación se ha apoderado del país. No hay grandes manifestaciones republicanas. La gran angustia ante una amenaza invisible considerable es constante. Los terroristas siguen en libertad.
Pasarán varios días antes de que la policía abata al líder del grupo y a sus cómplices en un tiroteo en Saint Denis. Nos enteraremos de que se disponían a cometer otro atentado masivo en el barrio de La Défense. Sin embargo, estamos lejos de una verdadera unidad nacional. Vuelven las polémicas. Las elecciones regionales se celebrarán en unas semanas.
El presidente y yo consultamos a las formaciones políticas el domingo después de los atentados. El lunes 16 de noviembre, ante el Parlamento reunido en Versalles, él anuncia que Francia golpeará duramente al Estado Islámico en Siria e Irak y detalla varias medidas. Entre ellas, la inclusión en la Constitución de la pérdida de la nacionalidad para las personas con nacionalidad múltiple condenadas en firme por actos terroristas. Todos sabemos lo que sucedió después con dicha medida.
El 27 de noviembre, rendimos homenaje a las víctimas en una ceremonia difícil de soportar pero digna en el recinto de Les Invalides. Decidimos mantener la organización de la COP 21 en París, con decenas de jefes de Estado y de Gobierno. Será un éxito.
Más allá de todas nuestras diferencias, el vínculo creado con Hollande y Cazeneuve perdura desde ese momento, desde lo que vivimos y logramos juntos. El país se mantuvo firme ante esta ola de atentados sin precedentes. El estado de emergencia se prolongó hasta 2017 y los medios para la lucha antiterrorista se reforzaron con varias leyes. Sin poner nunca en tela de juicio nuestro Estado de derecho.
Este periodo me ha marcado, me ha cambiado. Me ha endurecido. Mi entorno lo ha sufrido. Influirá en mis decisiones políticas y personales. Estoy obsesionado —¿demasiado?— con los riesgos de la amenaza terrorista. A pesar de la tentación, no quiero abandonar mi puesto de primer ministro. Sería como una deserción.
Compartimos los horrores con quienes estaban allí, las fuerzas del orden, los magistrados, los bomberos, los sanitarios. Pero no de la misma manera que las víctimas, que han sufrido y siguen sufriendo física o psíquicamente. No estamos en el mismo nivel. Y no estoy seguro de que el paso del tiempo lo alivie.
Viviremos con ello hasta el final del quinquenio, y aún después. Francia volverá a sufrir el horror de un atentado masivo en Niza el 14 de julio de 2016. Con cada golpe, los asesinatos del padre Hamel, de los policías en Magnanville, del coronel Beltrame, de los profesores Samuel Paty y Dominique Bernard y de muchos otros, por desgracia, pero también el 7 de octubre de 2023, en Israel, réplica monstruosa del 13 de noviembre de 2015 en París, revivo esos momentos que nunca me abandonarán. Aún hoy sigo sintiendo la misma angustia.
Seguimos enfrentándonos a esta amenaza. Aunque se han frustrado numerosos atentados terroristas, el islamismo sigue avanzando.
Razón de más para mantenernos firmes en nuestros valores republicanos. En este 13 de noviembre de 2025, honremos la memoria de las víctimas asumiendo lo que somos: una civilización, una democracia, un Estado de derecho, una cultura tolerante y laica, en la que todas las religiones pueden florecer, donde se puede creer o no creer; un pueblo libre.
Por todo ello, vivo con ese día.
Traducción realizada por Tadeu.