En mitad
«Vivimos tiempos de sobreexplicaciones, sobreexposiciones y sobrepolitización. España no es así. Y si es así, yo estoy en mitad, que es donde ocurren las cosas»

Rosalía en 'La Revuelta'. | RTVE
Soy un hombre de barra y trago rápido. Las discotecas son las bibliotecas del corazón. Las luces cálidas y el tintineo de copas. Sé que me estoy haciendo mayor porque ahora bailo. Pero durante años, como un halcón con caperuza y pihuelas, descansaba calmo en los márgenes de la pista. En la periferia del ritmo. Alejado de los bafles y del sudor.
España ahora es una rave donde se le van los pies hasta al fiscal general del Estado. Basta con que David Broncano toque el bombo, para que unos y otros salgan a decir lo suyo. Unos y otros. ¿Ven? Ya somos dos, en un reloj, como Flik y Flak. Buenos y malos. Indios y vaqueros. Piezas negras y piezas blancas.
«La verdad no se filtra, la verdad se defiende», dijo Álvaro García Ortiz, y es un poco como gritar «Right about now, the funk soul brother» cuando pinchaban a Fatboy Slim. No hace falta entender la letra. Todo el mundo se sabe ya la coreografía.
Fue Rosalía a La revuelta y la gente se acordó de El hormiguero. Con la primera estaban Pedro Almodóvar, Manuela Carmena, Javi Calvo, La Zowi, Carmen Machi o Estopa. Con el segundo Andy, sin Lucas, que se llevan fatal ahora, y por redes le decían a Pablo Motos que a él le quedaba el consuelo de Juan del Val.
Me pregunto cuándo empezó el hooliganismo televisivo. El hooliganismo con todo en general. Con fiscales o jueces. Con unos tertulianos frente a otros. Ni en la Roma vs. Lazio se vio algo así. Las dos Españas, dicen los melifluos. Esto no es guerracivilismo, esto es guerracutrerismo. Una batalla por lo pequeño, por lo accesorio. Pagar más de 500 euros por una habitación y tener que tomar partido entre los chistes de Grison o los de Trancas y Barrancas. Spoiler: las hormigas y el de la guitarra ya tienen pagada media hipoteca.
«Tomar partido se ha convertido en deporte nacional»
Comer ensaladas Florette en un banco, ser incapaces de ver una película sin hacer un poco de scrolling en Instagram, muebles de Ikea descascarillados, citas de Tinder en restaurantes italianos, y combatir el fascismo o el comunismo en ropa interior del Primark. Mi generación. La generación a la que engañaron con Yupi, con La Oreja de Van Gogh y con los tazos. Nunca fuimos los más aventajados.
Esta semana estaba X preocupadísimo con la crítica literaria, con extractos de los libros de Juan del Val y de David Uclés, representantes, vaya usted a saber por qué, de estas dos Españas irreconciliables. Tomar partido se ha convertido en deporte nacional. Al primer acorde, todo el mundo a la pista, a hacer su pirueta, su gracia y su meneo de cadera.
Vivimos tiempos de sobreexplicaciones, sobreexposiciones y sobrepolitización. Y de sobres, sin más; pero esa es otra historia. España no es así. Y si es así, yo estoy en mitad. ¿Ya no se habla de equidistancia, verdad? España no está entre elegir a Los Javis o a José Manuel Soto, entre Samantha Hudson o Josema Yuste, entre Marc Giró o Soto Ivars. España es lo que sucede en los márgenes, en la barra de la discoteca, en los polígonos industriales, cuando el asfalto se adentra en el campo y se desdibujan las ciudades.
España no necesita fronteras, sino manos. Para empezar a enderezar el rumbo. Para abaratar los huevos y los pisos y reencontrarnos con los vecinos y no ver el mundo con las gafas azules y rojas de cartón que nos daban en la entrada de los cines.
En mitad. En mitad es donde ocurren las cosas. Y parecen desiertas las barras y la templanza. Porque todo el mundo se cree soldado. Soldados de una guerra que solo sucede en algunos platós y en un buen puñado de cabezas.