Por qué no hay que leer las memorias del rey Juan Carlos
«¿Qué demonios importa lo que años después Juan Carlos diga? ¡Recuérdale solo en aquel momento decisivo, vestido de uniforme militar, desactivando el golpe!»

Discurso de Juan Carlos I durante el intento de golpe de Estado.
¿Has leído ya el libro de Juan Carlos I?
Pues no, no pienso leerlo. No me gusta huronear en la vida de los demás. Lo único que de verdad me importa del rey hoy llamado «emérito» u «honorario» es que en el año 81 apareció en la televisión y pronunció un breve pero decisivo discurso. Y lo más importante es que lo hizo vestido de forma impecable con el uniforme de jefe de los ejércitos. O sea, la autoridad.
Entonces yo era un joven mensajero nocturno. Llevaba, en moto, cosas —comidas, medicamentos— a las casas de la gente. Era un servicio entonces pionero. Hoy lo hacen muchas empresas, pero entonces la mía era la primera.
Estaba muy preocupado. Un amigo mío, fascista, me había confortado diciéndome que, pasase lo que pasase, él, que tenía buenos contactos entre los estamentos ultraderechistas de Barcelona, me protegería. Podía instalarme en su casa y esperar a que pasase el chaparrón. Agradecí pero renuncié a su protección.
Florensa, ¡qué pena que te hayas muerto tan joven! ¡Eras ultrafacha pero divertidisímo!
«Lo que me importa es que, en un instante decisivo, no me devolviera al franquismo»
Cuando llegué a casa, sería la medianoche, habría gran agitación. No solo el teniente coronel Tejero había tomado el Congreso, en Madrid, sino que además en Valencia el general Milans del Bosch había sacado los tanques a las angustiosamente desiertas calles so pretexto de «mantener el orden». Ay, Dios, ¿qué iba a pasar?
Entonces salió por la tele Juan Carlos I, vestido (esto es importante) con el uniforme de jefe de los ejércitos, y con claridad y solemnidad desautorizó el golpe y avisó de que el proceso democrático era irreversible. El discurso aquel fue mano de santo. El golpe se desinfló de forma instantánea. Los tanques valencianos regresaron a sus cobertizos.
Habiendo vivido en persona aquellos acontecimientos, ¿qué vienen a decirme ahora sobre Juan Carlos I? ¿Qué demonios me importa si se acostó con Fulana o Mengana o si cazó en Botswana un elefante?
Vamos a ver si nos entendemos: ¿Para qué demonios sirve ser rey si no puedes echar de vez en cuando una canita al aire o distraer un millón al fisco? ¿Para estrechar, en recepciones interminables, las manos de mil gilipollas?
«Muchos años después, su hijo, el rey actual, Felipe VI, desactivó el golpe de Estado catalán con otro sobrio y contundente discurso»
¡Por mí, como si quisiera don Juan Carlos pintar su casa con gotelé! Lo que importa es que, en un instante decisivo, no me devolviera al franquismo.
Muchos años después, su hijo, el rey actual, Felipe VI, desactivó el golpe de Estado catalán con otro sobrio y contundente discurso, y esta vez sin necesidad de vestirse de uniforme. Esa condición militar suya ya estaba implícita en su seriedad, en su severidad.
A veces pienso que el periodismo es una plaga de langostas: multitud de insectos han oído sonar campanas o cotilleos indecentes y se abalanzan sobre las figuras públicas para chuparles la sangre y, so pretexto de «democracia» y de «transparencia» husmean si Juan Carlos hubiera debido o no hubiera debido hacer esto, o lo otro. «¡Es feo lo que dice aquí sobre Leti! ¡No debiera meterse con Fulano!». Etc.
Bueno, en lo que a mí respecta, lo único que importa es que en el momento decisivo, él hizo. Y décadas después, su hijo hizo. En momentos peligrosos, cumplieron.
En tu vida mental, que es la que importa, tú, querido lector, tienes presente el acontecimiento, incluso el instante, en que tu destino se decantó en un sentido u otro.
«¿Y ahora me vienes con rollos sobre si décadas después el tipo mató un elefante cuando no tocaba?»
¿No te acuerdas? Sí, hombre, aquel momento. Momento personal que a nadie le cuentas.
Pero claro que te acuerdas.
Entonces, ¿qué demonios importa lo que años después Juan Carlos diga sobre esto o lo otro? ¡Recuérdale solo en aquel momento decisivo, impecablemente vestido de uniforme militar, desactivando el golpe!
Momento sensacional. Yo estaba delante del televisor, de pie, con la mochila de «Ángel servicio nocturno» a la espalda, viendo en la tele los tanques circulando por la desierta Valencia y pensando si debería llevar la pizza al siguiente cliente o si sería más prudente aceptar el ofrecimiento de amparo de Florensa, mi amigo facha y gran jugador de billar, y esconderme en su casa durante unos días…
¿Recuerdas? ¿No?… ¿No te acuerdas? ¿Y ahora me vienes con rollos sobre si décadas después el tipo mató un elefante cuando no tocaba, o fue indiscreto con una fulana, o le ocultó un millón al fisco, cosas, por cierto, que te encantaría hacer, si pudieras?
Pero no puedes. Tus pasos están contados. Husmean en cada ingreso y fotografían cada mirada de reojo que le echas a una chica que pasa. Leen hasta tus pensamientos. Aprende a callar, a no hurgar en la vida de los demás, no juzgues y da gracias a quien te ayudó.