The Objective
José Carlos Llop

Retrato y coda

«’Personaje secundario’, las memorias de editor de Enrique Murillo, es un libro sobre la Transición española en cuanto lo es sobre la metamorfosis de la novela española»

Opinión
Retrato y coda

El editor Enrique Murillo. | Editorial Anagrama

No he leído las memorias de Gaston Gallimard, pero sí su biografía, escrita por el gran Pierre Assouline, que se apoya en muchos momentos en esas memorias. Si las cito es porque tengo la impresión de que son lo que llaman ahora un libro canónico respecto a su género, al menos en Europa. Pero sí leí en su día las memorias de Carlos Barral —cuyo primer tomo, Años de penitencia, es uno de los libros esenciales del siglo XX español—, las de Jaime Salinas —cuyo tono, de aire muy 27, y anécdotas (las hay muy jugosas y malvadas), me gustaron mucho—, las de Mario Muchnik —que fue, además, mi editor— y las de Rafael Borrás.

Los cito a los cuatro no para contar lo que leo o no leo —que importa poco— sino para enmarcar las memorias de un editor contemporáneo nuestro en la moderna tradición española. Es decir, entre sus predecesores. Un editor inmerso en la historia que nos ha tocado vivir, la que conocemos y de alguna forma también nos ha hecho. Me refiero a Enrique Murillo y a su libro —un centón de casi 600 páginas—, titulado Personaje secundario, del que ya dio cuenta, desde el punto de vista del crítico literario, Carlos Mármol, en estas mismas páginas. 

Lo primero que llama la atención de ese personaje secundario es su fotografía en la cubierta del libro, una fotografía de fondo semivelado y con la mirada de su autor tachada por un pegote negro del que no se sabe si es censor o policial. El gesto —un esbozo de media sonrisa, el cigarrillo en una mano y muy cerca del cenicero un vasito, posiblemente de whisky— adolece de cierta coquetería e ingresa en una galería que podríamos tildar de «Literatura y fantasma» y aquí el título de Javier Marías está por derecho propio. Este personaje secundario mantiene a lo largo del libro la voluntad de constatar y reivindicar su papel de oculto —como ocultos están los fantasmas— en el mundo de la edición. Un oculto que al mismo tiempo tiene el don de la ubicuidad: está por todo y apenas hay esquina de la edición española del último medio siglo donde no se haya apostado con esa mirada tachada y sin embargo omnímoda. Un oculto que reivindica una cierta heroicidad que al mismo tiempo disimula. Paradojas de la vida del Más Allá. 

En este Más Allá están los libros, ese fondo semivelado, ya dije, con centenares de lomos borrosos, que han sido su vida, que son su vida. Los libros leídos, los libros escritos, los libros traducidos y, sobre todo, los libros editados por, o gracias a, Enrique Murillo. En esa fotografía está una de las claves del código desde el que estas memorias se leen. Enrique Murillo es el conde de Montecristo de la reciente edición española. Estos libros que el tiempo va velando son las muchas y distintas vidas que nuestro particular Montecristo ha tenido después de desaparecer detrás de grandes casas editoriales y de editores que ocupan el primer plano de ese mundo. Murillo era el que no figura, pero pesa más que nadie en las decisiones de quien decide y en el feliz transcurso de la casa donde vive como un Watson que manejara a su Holmes. Estando siempre sin que el lector sepa que está. Éste es el mensaje, al menos: sus otras vidas. 

«Sus casi 600 páginas nos cuentan la intrahistoria de la edición española desde Barcelona»

Con sus memorias de editor, Murillo es un nuevo Funes el memorioso que todo lo recuerda y lo que no es porque no quiere hacerlo, o no quiere dejar constancia escrita de su recuerdo. Sus casi 600 páginas de letra muy discreta —con otro cuerpo de letra se habría acercado al millar— nos cuentan la intrahistoria de la edición española desde Barcelona —que fue la capital de la edición en español— y se leen como un libro sobre la Transición, esa Transición que existió y fue mucho mejor de lo que se empeñan en decir los que no la vivieron.

Porque Personaje secundario es también un libro sobre la Transición española en cuanto lo es sobre la metamorfosis de la novela española, que deja atrás desde el 98 y el realismo social de la Dictadura hasta las sinuosidades de las vanguardias, el estructuralismo y la pesadilla Derrida que no cesa, y reingresa en el más puro arte de narrar y en la estela de aquellos autores —de Dickens a Poe y Stevenson entre otros— que nos hicieron felices y Fernando Savater reivindicó, con tanta pasión como finezza intelectual en La infancia recuperada y antes —de manera distinta pero no menos elegante— en sus Criaturas del aire: o sea sus personajes. El arte de narrar, repito: no en vano Murillo escribió hace años un impecable libro de relatos titulado El secreto del arte.

Anagrama, El Europeo, El País (Babelia), Plaza y Janés o Planeta son algunas de las estaciones donde ha recalado Murillo en ese viaje y nos las cuenta como quien cuenta, con sentido crítico, su propia vida y los secretos de los demás. No diré que se lee como una novela porque hay novelas ilegibles, pero si se asoman a este libro no lo abandonarán y saldrán de él con muchas cosas que contar a sus amigos. Porque Personaje secundario también forma parte de su vida. De la vida de todos los que somos lectores en España, una rara especie, no vayamos a engañarnos.

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