Los abuelos maternos y los otros
«¿Cómo se mantiene el tipo progresista con abuelos franquistas? La tropa de Sánchez acusaba al diputado de Vox José María Figaredo por ser sobrino de Rato»

José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez.
Acabamos de enterarnos gracias a Pedro Corral y a Segundo Sanz de que el abuelo materno de Pedro Sánchez, Mateo Pérez Castejón, fue un desertor del Ejército republicano en Levante para hacerse del bando franquista en las filas de la Legión, en el que fue distinguido con tres condecoraciones, dos cruces rojas al Mérito Militar y una Medalla de la Campaña por haberse distinguido y combatir en la línea de fuego.
Los abuelos maternos se inventaron para joderles el relato a los rojitos buenos. Primero fue lo de Zapatero, a quien se acusó de haber mentido al decir que era de León cuando había nacido en Valladolid. Injustamente. La historia era sencilla. En Valladolid vivía y ejercía la medicina su abuelo materno, Faustino Zapatero Ballesteros. Cuando a la madre de ZP, Purificación Zapatero, le llegaba la hora de sus partos iba a Valladolid, a casa de su padre que disponía lo adecuado para que la atendieran en el delicado trance sus amigos y colegas ginecólogos.
Hace casi veinte años recibí una carta de José Luis Castrillón, un lector de Valladolid que me envió una foto de los años 40 o quizá de los 50 en la que se veía a varios hombres, bien vestidos y con corbata. El remitente me contaba que uno de ellos era su padre, Manuel Castrillón, capitán de Caballería y que el hombre que estaba a su lado era Faustino Zapatero Ballesteros, abuelo del presidente del Gobierno. No había más que mirarlo: las cejas circunflejas, la cara como el escudo del Barça; no podía caber ninguna duda. Ambos habían hecho la guerra en el bando franquista.
A él se refiere Zapatero con un distanciamiento que tenía algo de brechtiano: «El padre de mi madre, el abuelo de Valladolid». Su máximo acercamiento emocional fue decir que con su hermano Juan «era una persona muy cariñosa. Mi padre no, mi padre era la referencia de la honestidad para mi hermano y para mí». El cariño del abuelo y la honestidad, conceptos antitéticos para este fulano.
Pedro Sánchez no se distanciaba de su abuelo Mateo. Simplemente mentía cuando se refería a él en los mítines de Lorca (su pueblo natal) y poblaciones limítrofes, aunque jamás reconoció los hechos de su deserción y adscripción al bando franquista descritos ut supra.
¿Cómo se puede mantener el tipo progresista con unos abuelos como los citados? Debe tenerse en cuenta que la tropa de Sánchez acusaba en el Congreso al diputado de Vox José María Figaredo por ser sobrino de Rodrigo Rato.
Hablábamos hasta ahora de los abuelos maternos. Pero lo de los paternos también tiene su aquel. Fijémonos en el abuelo del presidente del Tribunal Constitucional, Cándido Conde-Pumpido. Su abuelo, también llamado Cándido, fue un adelantado del franquismo en el terreno judicial. En 1937 fue nombrado presidente de la sala de lo civil de la Audiencia de Cáceres.
Posteriormente, en la posguerra fue nombrado presidente de las Audiencias Territoriales de La Coruña, Valladolid y Valencia. Puede decirse que él fue un arquitecto clave en la construcción del edificio de la justicia franquista. Su hermano y tío abuelo del presidente del Tribunal Constitucional de Sánchez, Luciano Conde Pumpido, fue nombrado en 1936 por Franco miembro del Alto Tribunal de Justicia Militar. En su condición de tal, él contribuyó a condenar a muerte a los tripulantes del buque Mar Cantábrico, que traía armas para el Ejército Republicano. Otra actuación suya muy notable fue la condena de Francisco Javier Elola, fiscal general del Estado en la República, fusilado el 12 de mayo de 1939.
Otro que tal fue el abuelo de Carles Puigdemont, cuyo nombre era Francesc y su oficio el de pastelero en Amer, su pueblo. Quiso huir de la guerra cruzando los Pirineos, pero fue detenido por los franquistas que le dieron a elegir: o bien regresaba a Cataluña, aún zona republicana o volver por Irún a la España Nacional. Francesc no lo dudó: eligió la España bajo control de las tropas franquistas y acabó encargándose del rancho de los presos en el Penal de Burgos, oficio en el que consiguió amasar un pingüe capital que le permitió volver a su pueblo rico y preparado para hacerse cargo la pastelería que se había mantenido en su ausencia.
El abuelo de Puigdemont, como demuestra el apellido, era también paterno, aunque hay una diferencia con los abuelos de los sanchistas. «Él nunca ha negado que su abuelo fuese carlista. Quizá sea este el famoso hecho diferencial catalán».