Juventud sin futuro
«Ya pueden esmerarse Sánchez y Bolaños con el TikTok para convencer a esta nueva generación desamparada de que ‘España está que se sale en términos económicos’»

Una mujer joven.
«España es el mejor país del mundo para que nazca un niño», prometía la propaganda socialista en la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero. Ahora, aquellos niños que nacieron en los primeros años del siglo XXI, son ya hombres y mujeres que han superado la mayoría de edad y que según revelan todos los estudios de opinión, se encuentran tan decepcionados y cabreados que en un elevado porcentaje están dispuestos a desahogarse en las próximas citas electorales votando a la extrema derecha.
Se trata de una generación competente, que en su mayoría ha estudiado uno o dos grados, que habla idiomas y que después de licenciarse ha sido obligada a cursar unos másteres tan inútiles como carísimos para seguir completando el currículum. Pero la única recompensa a ese esfuerzo personal y económico ha sido un empleo muchas veces precario y un sueldo que apenas sobrepasa el techo del salario mínimo interprofesional (SMI).
Se dice de ellos que tuvieron una infancia mejor que la de sus padres: mejor alimentación, mejor vestimenta y una educación más completa. También más regalos en Reyes, vacaciones e incluso estancias en el extranjero para completar estudios, pero también que ahora se encuentran atrapados y que vivirán peor que sus progenitores. Pasan los años y siguen en casa o compartiendo piso como si aún fueran estudiantes, sin que en su vida se produzcan avances o mejoras significativas.
Su salario les da para salir a cenar de barato, ir al cine, de cañas e incluso para hacer algún viaje lejano y exótico, porque si algo dominan es el arte de las oportunidades, las ofertas y el low cost para encontrar aviones y hoteles económicos. Pero poco más. Independizarse, alquilar o comprar un piso a un precio razonable, aunque sea en un barrio perdido en la cara oculta de la Luna, se ha convertido en una quimera. Por eso, muchos dicen con un amargo y desmoralizado humor negro, que su única esperanza es ya la de heredar.
Es una frustración que viene de lejos. «Sin casa, sin curro, sin pensión», era el lema que ya coreaban en abril de 2011 por las calles de Madrid los miembros de un desconocido y radicalizado colectivo que se hacía llamar «Juventud sin futuro». Después se haría muy famoso por su implicación en el 15-M y porque algunos de sus miembros se convirtieron en concejales o diputados de Podemos. Fueron casi los únicos que prosperaron, porque tres lustros después, hay otra generación y otros jóvenes que siguen tiesos y sin casa, aunque hayan encontrado un curro mal pagado.
De poco les ha servido estos años de gobiernos ‘progresistas’. En su último parte de guerra, Cáritas sostiene incluso que 2,5 millones de jóvenes viven en una situación de exclusión social, que la clase media ha caído desde el 60 al 43 por ciento desde el año 1995, y que la mitad de la población activa, unos 12 millones de personas, viven en una situación de precariedad como consecuencia del coste de la vida.
Conociendo como corre la cerveza en los bares de España, demasiada precariedad y exclusión social, me parece, pero, aun así, algo no funciona bien en un país cuando únicamente se mima a las clases pasivas para amarrar su voto y se castiga premeditadamente a los sectores productivos y a la población activa, en especial a los más jóvenes.
Algunos datos estadísticos oficiales muestran esa realidad inquietante. Por ejemplo, que las nuevas pensiones de jubilación ya superan el sueldo medio de los menores de 35 años (1.760 euros frente a 1.670). También que en los últimos 16 años el ingreso real de los trabajadores de 18 a 29 años ha caído en un 3%, mientras que el de los mayores de 65 años se ha incrementado en un 18%. Ya pueden esmerarse Sánchez y Bolaños con el TikTok para convencer a esta nueva generación desamparada de que «España está que se sale en términos económicos».
Pero la gran brecha generacional está en la vivienda. El propio Banco de España reconoce que el desplome en el acceso a la propiedad es una de las razones por las que los jóvenes son mucho más pobres que sus padres. Mientras que el 81% de los nacidos entre 1945 y 1965 ya eran propietarios a los 42 años, ese porcentaje se ha reducido a menos del 50% para los nacidos después de 1985. Y aún lo tienen peor los menores de 35 años, ya que solo el 20% tiene ahora una hipoteca.
Detrás de ese fracaso hay causas múltiples: la casi desaparición de la oferta de vivienda protegida, las políticas y los discursos neocomunistas de persecución a la propiedad privada, pero también el propio crecimiento del PIB. Paradójicamente, los récords sucesivos de turistas y la masiva llegada de emigrantes, que tanto están contribuyendo a elevar las cifras macroeconómicas, también han alterado gravemente el mercado de la vivienda. Mientras que el turismo absorbe casi 400.000 pisos turísticos en toda España, parece que nadie había caído en la cuenta de que los casi tres millones de inmigrantes que han llegado a España desde 2018 tenían que vivir en algún lado.
Otro combate populista más que se vislumbra en el horizonte, porque como ya está haciendo Vox y su nuevo portavoz de Vivienda, Carlos Hernández Quero, ahora toca reivindicar «barrios reconocibles» ocupados exclusivamente por españoles y echar la culpa a la emigración de la burbuja de precios. Mientras tanto, el Gobierno sigue a lo suyo, resignificando el Valle de los Caídos, produciendo spots ofensivos en los que se burla del problema de la vivienda y acudiendo al TikTok, como el que va a la farmacia de guardia, para revertir el giro a la derecha esta juventud sin futuro. Todo sería más fácil si la prioridad legislativa fuera: «Más pisos de protección oficial y menos Franco».