The Objective
Fernando Savater

Los idus de noviembre

«Hay que darle otra oportunidad a la democracia liberal sin volver a Franco, tenemos que sacudirnos la cochambre izquierdista sin travestirnos de azul mahón»

Opinión
Los idus de noviembre

Ilustración de Alejandra Svriz.

El dictador Franco murió cuatro días después de los idus de noviembre de 1975, o sea el 19 de ese mes al acabar la jornada. Por razones que incumben al grupo de azorados médicos y políticos que prolongaron atrozmente su agonía, se declaró su fallecimiento al día siguiente. El último mes de su vida Franco lo pasó francamente (no es juego de palabras) mal: el viejo José María Gil Robles, líder de la derecha en la época republicana, comentó que fue una muerte que él no le hubiera deseado ni a su peor enemigo. «Que, por cierto, era él», añadió.

Lo del cambio de fecha el día de la muerte también estuvo a punto de ocurrirle a mi amigo Javier Pradera, pero al revés: murió un fatídico 20 de noviembre, en 2011, y sus deudos preferían que el certificado de defunción dijese que fue el 19 para no superponerlo al aniversario del fallecimiento del dictador. Finalmente, se mantuvo la fecha del 20 también para Javier, los idus de noviembre más cinco días, como para Franco o mucho antes para José Antonio Primo de Rivera (de los tres, él tuvo la muerte más amable: fue fusilado).

Lo he contado ya otras veces, pero como es época de reiteraciones y mentirijillas vuelvo a mencionarlo. En aquellos idus de noviembre yo estaba en París, o mejor dicho, visitando Chartres y luego volviendo a París. En la emblemática catedral gótica compré un puñado de postales de su famoso laberinto y lo envié a mis amigos españoles con solo una pregunta en el reverso: «Y ahora… ¿qué?».

Al día siguiente, en el tren nocturno de vuelta a Madrid, compartí cabina con tres preciosas francesas veinteañeras. Ni que decir tiene que con ellas olvidé a Franco, a Chartres y a todas las dictaduras y democracias del mundo. Empezaron a revolverme en la maleta llena de libros que llevaba y admirándose de sus autores, a los que no conocían: Clément Rosset, Cioran, Pierre Manent, Klossowski… Y yo, alardeando de mi buen francés, les daba explicaciones de cada uno que entre risas ellas no me pedían.

Finalmente, embelesado, les pregunté a qué iban a España. No menos risueñas que antes, me dijeron que eran tres chicas fascistas que iban a Madrid para las exequias de Franco. Se me apagó bruscamente la libido. Aún peor, la libido seguía a todo trapo, pero el que me apagué fui yo. A la mañana siguiente, llegamos a Chamartín y por la noche vinieron los de la social a buscarme a casa. En los calabozos de la Puerta del Sol pensé bastante en mis alegres compañeras de viaje. También trataba de imaginar qué culpa tenía yo de que por fin se hubiese muerto Franco…

«El escapulario de la izquierda es abominable y tramposo, pero no puede sustituirse sin miramientos por el yugo y las flechas»

En esta fecha conmemorativa, con la magia de los números redondos, la izquierda corrupta y lerda que nos gobierna agita el espantajo del franquismo como única fuente de su legitimidad moral: nosotros, los antifranquistas… Cuanto más bobo es el vocero, más alto predica contra el dictador tan inicuo y peligroso que lleva medio siglo sin dar la lata. ¡Ojalá pudiéramos decir lo mismo de otros! Pero cunde la alarma entre los cada vez más desarbolados progresistas, que más que izquierdistas son siniestros.

Los jóvenes, robustos y engañados según Quevedo, siguen a Dios gracias robustos, pero cada vez se dejan engañar menos por la propaganda de lo establecido. Muchos de ellos incluso tienen buena opinión del periodo franquista. ¡Horror, si Franco nos falla como ‘detente bala’ en qué podemos confiar! Naturalmente, los jóvenes no han conocido el franquismo y, por tanto, ignoran sus contraindicaciones, de lo más severas. Pero, en cambio, conocen y padecen lo que últimamente pasa por democracia. De modo que hay que excusarlos de ser cada vez más simpatizantes con la mítica era franquista.

Si la mafia establecida desde hace tanto entre nosotros, basada en mentiras constantes en prensa, radio y televisión (¡de Prisa, de Prisa!), cuenta horrores de Franco y su régimen, razón de más para interesarse por esos proscritos. Si la democracia auténtica, el progreso y las libertades son lo que representan Pedro Sánchez, Ione Belarra, Aizpurúa, Gabriel Rufián, los paniaguados de El País, Xabier Fortes o Gonzalo Miró, cualquier joven racional sentirá honda simpatía retrospectiva por Millán-Astray y el Arriba. No sé cómo vamos a convencerles los que algo sabemos por experiencia propia del asunto de que esa tampoco es la solución.

Digámoslo claramente: el escapulario de la izquierda es abominable y tramposo, deshonra a quienes se lo ponen para ganarse prebendas, pero no puede sustituirse sin miramientos por el yugo y las flechas. Hay que darle otra oportunidad a la democracia liberal sin volver a Franco, tenemos que sacudirnos de encima la cochambre izquierdista sin travestirnos de azul mahón.

La voz profética del adivino chespiriano advirtió a Julio César: «¡Cuídate de los idus de marzo!». Ahora necesitamos la prudencia de otro augur que nos recomiende informarnos bien y no volcarnos en los idus de noviembre.

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