Sánchez lo sabía todo
«Afirma que no sabía nada con la misma naturalidad de quien dice no conocer al vecino del quinto mientras aparece con él en todas las fotos de las paellas»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Hace nada, el presidente defendía a Santos Cerdán con el ardor del caballero que protege a su escudero fiel. «Persona honesta», proclamaba. «Gran secretario de Organización», añadía. «Un extraordinario negociador», remataba casi con brillo en los ojos, como si habláramos del Pericles de Navarra y no de un político con carné y nómina en Ferraz.
Porque hubo un tiempo en que Santos era algo más que Santos. Era Navarra, era Ferraz, era la magia negra de las negociaciones imposibles. El tipo que salvaba muebles mientras el presidente, velita en mano, pedía inspiración al espejo. Tan esencial era aquel navarro robusto, que Sánchez se emocionaba relatando cómo lo había sostenido en sus horas bajas. Amor político del bueno: del que se firma entre pasillo y ascensor.
Pero llegó la UCO. Y la UCO no tiene corazón, tiene informes.
El último informe entregado al Supremo pinta a un Cerdán en modo comercial prémium, es decir, mordidas del 2% y línea directa entre Acciona, Servinabar y el Ministerio de Transportes. Que Servinabar suene a bar de gasolinera es solo una ironía cruel del destino. Lo importante no era el nombre, sino lo que se movía. Y aquí el flujo saltaba de licitación en licitación con el dos por ciento de rendimiento que, más que casualidad, parecía contagiarse de las viejas y célebres malas artes del porcentaje mítico de la corrupción catalana, el del «tres per cent».
La historia de Cerdán es, en realidad, la historia del sanchismo. Lealtades que se enuncian en público, se negocian en privado y se liquidan en cuanto suena el teléfono equivocado. Ayer era el hombre de confianza. Hoy es el hombre que ya no está. Y mañana será el hombre que nunca existió, devorado por la trituradora del partido.
Y entonces aparece Sánchez, solemne, rotundo, con su tono de autobús nocturno averiado, para decirnos que no sabía nada. Absolutamente nada. Esa amnesia selectiva que ya es marca registrada del presidente del Gobierno. Lo afirma con la misma naturalidad de quien dice no conocer al vecino del quinto mientras aparece con él en todas las fotos de las paellas dominicales. Hay políticos que coleccionan medallas. Él colecciona desconocimientos. La rutina moral del sanchismo.
Yo no sé tú, pero yo estoy convencido de que Sánchez lo sabía todo. Porque en Moncloa no se mueve un alfiler sin que él dé permiso. Porque en Ferraz no se convoca ni una reunión sin que él levante el pulgar. Y porque en este país todos nos conocemos. Todos menos él, que sigue representando el papel del sorprendido permanente.
«Quien necesita informes judiciales para enterarse de lo que pasa en el asiento de atrás del Peugeot no es un líder, es un incompetente»
Su estrategia es permanecer en su altar de la inocencia permanente, ese donde la responsabilidad siempre es ajena y la culpa se evapora como perfume barato. Repetirá que no sabía nada, mirará al horizonte con gesto de tragedia griega y fingirá que no percibe que su círculo más íntimo desprende un olor que ya no disimula ni con las encuestas de Tezanos.
Pero el tufo está ahí. Cada vez más marcado. Con cada informe de la UCO, con cada declaración judicial, con cada detalle que emerge de las cloacas de Ferraz, la farsa se sostiene peor.
Santos Cerdán, aquel amigo inseparable, se queda solo con su penumbra judicial. Sánchez seguirá alegando ignorancia. Es su mayor habilidad: la negación como forma de gobierno, la distancia emocional como política de Estado, la desmemoria como doctrina oficial, excepto para recordar cada día los 50 años de la muerte de Franco.
Y si entramos en el supuesto —generoso— de que realmente no lo supiera, un presidente que desconoce lo que hace su número dos no está capacitado para dirigir un país. Quien ignora la corrupción en su núcleo duro no puede hablar de regeneración democrática. Y quien necesita informes judiciales para enterarse de lo que pasa en el asiento de atrás del Peugeot no es un líder, es un incompetente.
Al final, quizá no haya misterio. En el sanchismo, saber y no saber son exactamente lo mismo. La memoria se ajusta según el clima político del día. Y así, entre informes de la UCO, saunas familiares, comisiones del dos por ciento y encuentros que nadie recuerda, el sanchismo escribe otro capítulo de su tradición más constante, la de convertir la responsabilidad en humo y el humo en relato.
Así que, se pongan como se pongan, en este Gobierno se sabe todo, se calla todo y, cuando el humo huele a quemado, se sacrifica a quien haga falta. Cerdán fue imprescindible… hasta que dejó de serlo. El compañero de confianza pasó a ser el fusible. Y ahora es historia para Pedro. Historia negra, sí. Pero historia al fin.