La monarquía, defensora de los valores republicanos
«Trabajar por la concordia fue el comportamiento de Juan Carlos I durante su reinado y lo es con el actual rey pese al ninguneo de los protagonistas políticos»

Juan Carlos I durante el intento de golpe de Estado del 23-F.
Libertad, fraternidad, igualdad. Estas tres palabras que representan a la Revolución francesa describen mejor que nada los valores genuinamente republicanos y, por lo mismo, democráticos. Desgobernados como estamos, al igual que muchos otros países, por lo que un día llamé el poder de los idiotas, el gabinete Frankenstein de Pedro Enamorado se ha dedicado a celebrar la muerte de Franco. Quizás es porque él mismo no pudo hacerlo cuando sucedió, pues apenas contaba tres añitos, y lo único que le importa, ya se sabe, es el relato. No podía ausentarse del mismo. Ignoro por lo demás si en esas fechas su actual familia política especulaba ya con enriquecerse gracias al comercio del amor comprado, que ya dice la canción ni puede ser bueno ni puede ser fiel. Al fin y al cabo en la dictadura del nacionalcatolicismo las casas de tolerancia, o sea los puticlubs, cumplían las mismas funciones que las saunas para Adán o Eva. Pero fuera de ello la represión sexual y la política, la ausencia de libertad, igualdad y fraternidad, siguieron vigentes hasta el final de la dictadura y se vieron seriamente amenazadas todavía durante algún tiempo más.
Franco murió como había vivido, fusilando. Lo hizo dando órdenes desde la cama, sin que ninguna amenaza interna o exterior hubiera logrado apearle del poder y dejó a España partida en dos, más o menos como está ahora de nuevo, aunque hoy no esté tan sujeta al miedo como aquel 20 de noviembre. Temían los franquistas que una vuelta de la tortilla —la política se entiende— terminara por pedirles compensaciones de todo género, incluidos eventuales procesos penales. Y la izquierda se preguntaba por la eventualidad de un golpe militar, que acabó por producirse años después. Ambos temores fueron en gran medida un motor del pacífico cambio democrático, empañado no obstante por la violencia criminal de un sector del independentismo vasco. Pero el miedo puede volver a apoderarse de la sociedad si quienes nos desgobiernan continúan dividiendo a la ciudadanía como vienen haciéndolo desde hace ya más de siete años.
Dedicado el Gabinete a derrochar el dinero de los españoles en efemérides necrológicas en vez de ponerse a construir viviendas sociales, la sentencia de la sala segunda del Tribunal Supremo condenando al fiscal general del Estado vino a aguarle la fiesta. Al fin y al cabo, a los españoles de hoy les interesa lo de ahora más que lo de hace medio siglo. Y puestos a celebrar podrían haber esperado 48 horas para conmemorar el principio del reinado de Juan Carlos I, momento en que comenzó el proceso de reconciliación entre las dos Españas: la vencedora y la derrotada en una espantosa guerra civil.
Por todo ello, me había resistido a sumarme al coro de comentaristas que comentaban la muerte del dictador. Pero el discurso de Sánchez ese mismo día en el Congreso de los Diputados, en defensa de la democracia y elogio del periodismo libre, me emocionó tanto que no he podido evitar sumarme hoy brevemente a la efeméride. Nuestro desmejorado primer ministro denunció «las campañas de desinformación y también abusos de poder» y aludió a la necesidad de defender «la soberanía popular y la democracia frente a aquellos que se creen con la prerrogativa de tutearla o amenazarla». Olé sus cataplines.
Y también elogió el coraje del periodismo independiente, cosa que mucho le agradezco ya que durante toda mi vida profesional solo he sido periodista, y gestor de empresas periodísticas, desde hace 63 ininterrumpidos años. Estando de acuerdo con sus declaraciones y cumpliéndose hoy mismo medio siglo del ascenso al trono de Juan Carlos I, de cuya celebración estará ausente de forma paradójica el propio y principal protagonista de aquel hecho, me parece importante comentar algunas cuestiones respecto a las hermosas palabras de Sánchez.
«Juan Carlos demostró que los valores republicanos podían ser defendidos por la monarquía parlamentaria»
Comenzaré por citar una frase que resume el significado de lo sucedido el 22 de noviembre de 1975. «Hay que ser lo más crítico posible con el duro presente que está viviendo ahora mismo tanta gente a nuestro alrededor, pero ignorar que los casi cuarenta años de reinado de Juan Carlos I han sido los mejores de nuestra historia moderna, los de mayor libertad y prosperidad, es simplemente ignorar nuestra historia moderna. Y esa ignorancia de nuestro presente puede devolvernos nuestro pasado». Así decía el colofón de un articulo de Javier Cercas publicado en El País con motivo de la abdicación del rey al que los mequetrefes de la Moncloa quieren ahora cancelar. No se puede resumir en menos palabras, ni más acertadas, la ejecutoria del monarca. El rey Juan Carlos demostró que, tras la azarosa historia de las dos Repúblicas españolas, en la historia de nuestro país los valores republicanos podían ser defendidos por la monarquía parlamentaria sorprendentemente mejor que por aquellas. Por lo demás cometió errores personales que reconoció y por los que pidió perdón. Regularizó su situación legal y purga ahora una penitencia que comenzó por su propia abdicación. Después de todo eso, a sus cerca de 88 años vive en un exilio injusto que ni él ni España se merecen y que de prolongarse puede enturbiar el panorama político.
En cuanto al papel del periodismo, quiero mencionar ahora un editorial de un periódico de Madrid publicado el 23-F, en pleno desarrollo del golpe de Estado de Milans del Bosch y cuando no se preveía aún cual sería el resultado del mismo: «El país sale a la calle en defensa de la ley y la Constitución. La rebelión debe ser abortada; sus culpables detenidos, juzgados severamente y condenados para ejemplar escarmiento de la Historia. Los españoles deben sumarse a la gran protesta nacional e internacional y movilizar por todos los medios a su alcance la voluntad popular en defensa de la legalidad». Así lo exigíamos publicamos apenas dos horas después de comenzar la asonada, que se prolongó hasta la tarde del día siguiente. Y sigo pensando lo mismo que entonces escribí respecto al intento de golpe del independentismo catalán, amnistiado por este Gobierno contra sus promesas electorales.
Las amenazas a la democracia son reales en la nueva civilización y la construcción de un orden mundial también nuevo. Las clases medias han sido abandonadas por la socialdemocracia europea, incluida la nuestra. La corrupción es ya sistémica y la ocupación desvergonzada de las instituciones por nuestra galopante partitocracia hace que hasta las casas de tolerancia y los guardianes de los puticlubs jueguen un papel estelar en la conquista y ejercicio del poder. En su adecuada remuneración también. Por ello es preciso apelar a los millones de electores socialdemócratas que exijan a los dirigentes del partido apearse y abdicar de la indignidad de sus comportamientos.
Quiero rendir por lo mismo homenaje a los tabloides digitales denigrados a coro por algunos ministros, aunque algunos pretendan ahora morderse la lengua. ¡Cuidado, no se hagan sangre y se envenenen! El Gobierno ha declarado la guerra a la libre información, premia generosamente la sumisión y el vasallaje, denigra al periodismo independiente y discrepante, y no cesa de amenazar, por cuantos medios tiene a su alcance, la independencia del poder judicial. En definitiva, es el principal responsable de la cada vez menos incipiente ruptura del pacto constitucional de 1978.
«Sánchez ha declarado que está dispuesto a gobernar sin Parlamento. Juan Carlos I liberó en cambio a los congresistas secuestrados»
El análisis de Cercas sobre el éxito del juancarlismo y el comportamiento de la actual clase política son para mí la evidencia de algo que no sucede exclusivamente en España sino en algunos de lo países más democráticos del mundo. Me refiero al hecho de que los valores republicanos se vean paradójicamente más y mejor representados por las monarquías parlamentarias que por muchísimas repúblicas cuyos dirigentes promueven la confrontación social y presumen de situarse en el lado correcto de la Historia. Trabajar por la concordia fue el comportamiento de la Casa Real durante el reinado de Juan Carlos I y lo sigue siendo con el actual monarca pese a la obstrucción, el ninguneo y la cobardía de los máximos protagonistas políticos.
Así lo demostraron con motivo de la tragedia de Valencia, cuando vimos al presidente del Gobierno huir a la carrera de los ciudadanos indignados y al de la comunidad autónoma parapetarse azaroso tras la espalda del monarca, en vez de defenderle o cuando menos aguantar junto a él la violenta protesta popular. El rey entonces supo encarnar la fraternidad y la igualdad republicanas y respetar a la ciudadanía como tantos años atrás su padre defendió la libertad y la contra el golpe de los militares franquistas. Sánchez ya ha declarado que está dispuesto a gobernar sin el Parlamento. Juan Carlos I liberó en cambio a los congresistas secuestrados y defendió la dignidad de la democracia frente al golpismo criminal.
En cualquier caso, habiendo celebrado unos y purgado otros la muerte del dictador el hecho ha coincidido con la inhabilitación del fiscal general del Estado. Si desea defender la democracia amenazada y convocar al pueblo para que salve al pueblo, Pedro Enamorado solo tiene una salida digna. Ya que él mismo declaró ufanamente que la fiscalía depende directamente de él lo más lógico es pensar que su titular ahora condenado no hizo lo que hizo sin contárselo de algún modo al jefe, y sin su acuerdo más o menos explícito a fin de defender el relato se perjudicara o no la justicia. Por eso, aunque ya es sabido que no se ha enterado nunca de las fechorías y latrocinios que al parecer han perpetrado sus máximos colaboradores, y otrora íntimos amigos, lo menos que podría hacer, en nombre de la decencia perdida de un partido político centenario, es dimitir también él. Darle así la voz al pueblo, para que salve al pueblo.
Si no lo hace ya no le van a creer ni sus propios serviles monaguillos, siempre dispuestos como parecen a traicionar su pasado y el de su partido por un plato de lentejas. ¿O será que se han enterado que hay quien las saborea mezcladas con txistorras?