Las denuncias falsas que no existen de Soto Ivars
«Parece mentira que, en el país de la picaresca, queramos ignorar aquella máxima de ‘hecha la Ley, hecha la trampa’ que de tantas tomaduras de pelo nos protege»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Cuando Juan Soto Ivars tuvo en sus manos mi libro Contra el feminismo. Todo lo que encuentras odioso de la ideología de género y no te atreves a decir, llegó a manifestarme vehementemente que era un libro que le gustaría escribir a él. Y estoy segura de que no le importará que comparta nuestro intercambio porque, para nosotros, las consecuencias de la llamada «ideología de género» clamaban al cielo. Y no era ni, lamentablemente, es para menos. Muchísimos ciudadanos llevamos tiempo haciéndonos cruces con que una injusticia de tal calibre siga perpetuándose sin que ni siquiera el principal partido de la oposición coja este toro por los cuernos.
¡Y por fin lo ha publicado! No he podido leer su trabajo, pero estoy segura de que se ha despachado a gusto. Porque todo lo que rodea a la ideología de género y al feminismo radical antihombres es un escándalo de proporciones aterradoras. Por suerte no estamos solos y, cuando el mismo Soto Ivars tuvo la amabilidad de presentar mi libro en Barcelona, la sala de la librería que tuvo la valentía de acogernos se encontraba a reventar. Allí comprobamos que no somos una rareza, ni somos «misóginos» ni «negacionistas»: nuestro público se repartía a simple vista al 50% de ambos sexos, concernidos por igual ante la tropelía que se estaba cometiendo contra nuestros padres, parejas o hijos. En realidad contra nosotras mismas.
No fue fácil. No sé a Juan, que es tan popular y conocido, pero a mí me costó encontrar una sala o una librería para la presentación en Barcelona. Incluso una muy conocida (francesa y fundada en 1954 por André Essel y Max Théret, dos antiguos militantes trotskistas, dice la Wiki) llegó a decir que el tipo de libro no les «encaraba», un término francamente curioso. Al final, a través de conocidos, me acogió una librería maravillosa de la calle Casanova. Y en Madrid, cansados de que tantos espacios nos dieran largas, lo presentamos en un showroom espectacular dedicado al mobiliario de diseño. Fue estupendo, desde luego, pero un canal bastante atípico para un libro que habla de feminismo honesto.
En mi libro también hay un capítulo sobre «denuncias falsas», una cuestión deliberadamente enrevesada. Como me informó el abogado José Luis Sariego, el 80% de las denuncias de robos de móviles son denuncias falsas, el 90% de partes de accidentes de tráfico con daños corporales encubren algún tipo de fraude para las compañías aseguradoras y el 60% de las denuncias por robo de vehículos tampoco se corresponden con la realidad. Sin embargo, en casos de malos tratos, las denuncias tienen un halo de inusitada inocencia y los números se vuelven borrosos. Y no podemos seguir así. Mi amigo Ramón Arcusa (sí, el del Dúo Dinámico) y yo estamos escribiendo un libro sobre la música, la vida, los amigos y también muchas cuestiones que nos inquietan y preocupan. Y la que trata este artículo es una de ellas. Por este motivo hemos contactado con dos abogadas concienciadas de la necesidad de un cambio. Se trata de Helena Echeverri Aznar y de Matilde Izquierdo Orcajo, dos mujeres que, desde su bufete HM&A, defienden lo que la izquierda y el feminismo del resentimiento pretenden ignorar: que también son muchos los hombres que sufren, no solo la violencia por parte de sus parejas, sino la indefensión que leyes como la del solo sí es sí están provocando. Cuando les preguntamos si es cierto que muchos abogados de causas de violencia entre parejas aconsejan a la mujer acusar a su pareja de maltrato para obtener beneficios en su divorcio o separación, nos respondieron que lamentablemente es una realidad. Muchos abogados y asociaciones sugieren interponer denuncias falsas no solo para obtener beneficios en su divorcio o separación, sino también, desde el 3 de abril de 2025, para evitar acudir a los MASC (Métodos Alternativos de Solución de Conflictos, por ejemplo la mediación) que no solo retrasan, sino que encarecen los procedimientos de familia.
Parece mentira que, en el país de la picaresca, queramos ignorar aquella máxima de «hecha la ley, hecha la trampa» que de tantas tomaduras de pelo nos protege. Pero, cuando la trampa es «ideología», no hay nada que hacer.