En desagravio de Manuel Marchena
«Para ser el Gobierno que llegó prometiendo una cruzada contra los bulos, hay que reconocer que son expertos en promoverlos»

Manuel Marchena. | THE OBJECTIVE
Los ataques de estas últimas horas contra Manuel Marchena están siendo brutales. El Gobierno y su maquinaria mediática sincronizada han decidido cargar las tintas sobre él y convertirlo en el villano a batir. Lo presentan como el líder togado de un supuesto «golpe de Estado judicial» tras haber condenado el Tribunal Supremo al Fiscal General del Estado por revelar datos reservados. Una acusación alucinógena, si me permiten la expresión.
Porque Marchena ya no preside la Sala Segunda y tampoco es el ponente de la sentencia. Es uno de los cinco magistrados que ha considerado culpable a García Ortiz. Un voto entre cinco. Aun así, por la reacción del entorno gubernamental, da la impresión de que la decisión fuera exclusivamente suya. Como si él hubiera dictado la sentencia en solitario. Como si todo el Supremo se moviera al ritmo de una batuta que no existe. Una caricatura útil para personalizar en él al «enemigo judicial», pero completamente falsa y absurda.
Y en estas, los medios satélite de Moncloa han vuelto a sacar de la vitrina el viejo bulo del WhatsApp del senador popular Cosidó. Un mensaje escrito en plena negociación entre PSOE y PP para renovar el CGPJ en noviembre de 2018, cuando el mencionado papanatas creyó oportuno presumir ante su grupo de que, con el nombramiento de Marchena como presidente del CGPJ y «controlarían la Sala Segunda por detrás».
Una fanfarronada imposible, si me permiten. Porque ni el CGPJ dicta sentencias ni puede influir en proceso alguno, como tampoco su Presidente, que hace las veces de presidente del Tribunal Supremo. No mandan en ellos, ni deciden sus fallos, ni firman sus sentencias. El mensaje de Cosidó, además de torpe y dañino, describía algo que jurídicamente no existe. Un disparate nacido del exceso verbal de un mentecato, que se desmiente solo.
Pero ya sabemos que a Pedro Sánchez la realidad y la verdad nunca le han importado nada. Ayer, en su comparecencia, tampoco dudó en resucitar el bulo en cuestión: aunque trató de pasar de puntillas, reveló su ansia por agitar esta mentira para justificar su discurso de deslegitimación de la justicia, deslizando con ello —sin la suficiente valentía para afirmarlo— que existe una conspiración judicial contra su Gobierno cuando, en realidad, tal cosa solo habita en el plano de la propaganda que ellos difunden.
Para ser el Gobierno que llegó prometiendo una cruzada contra los bulos, hay que reconocer que son expertos en promoverlos. Aquel WhatsApp describía algo imposible. Como ya he dicho, ni el CGPJ, ni su Presidente, tienen una palanca para manejar la Sala Segunda ni ninguna otra. Y el zote de Cosidó lo sabía. Lo sabía todo el PP. Como lo sabía el PSOE y también, por supuesto, Pedro Sánchez.
Por eso es significativo que el relato oficial actual oculte lo que ocurrió después de la filtración del infame mensaje. Marchena reaccionó con una claridad que hoy casi nadie recuerda. Publicó una carta tajante. Dijo que jamás había concebido la función jurisdiccional como un instrumento político. Recordó que su carrera entera se ha regido por la independencia. Y renunció de inmediato a ser candidato a la presidencia del Supremo y del CGPJ. Una misiva que no tenía por qué escribir y una renuncia que no tenía por qué materializar, ya que quien debió hacerlo fue el cretino que compartió el mensaje en cuestión. A nadie sorprenderá saber que Cosidó se aferró al cargo.
Pero lo más revelador es que fue el propio Pedro Sánchez quien elogió al magistrado tras esa carta. Dijo que Marchena era «el idóneo» para el cargo. Que lamentaba perder a alguien de tanta categoría. Que su renuncia confirmaba su independencia. El Gobierno lo presentaba como la figura perfecta para presidir el órgano de gobierno de los jueces y el propio Tribunal Supremo. No como a un golpista ni como a un conspirador, sino como al magistrado ejemplar y jurista brillante que siempre ha sido.
Tanto es así que, en 2020, en plena negociación para renovar el CGPJ, Sánchez volvió a ofrecer a Marchena el mismo cargo. Personalmente le pidió que aceptara y le aseguró que era un candidato de consenso. Y Marchena, una vez más, se negó.
Y aquí está la contradicción desnuda, imposible de disimular: si Pedro Sánchez consideraba a Marchena el candidato ideal para presidir el Tribunal Supremo y el CGPJ en 2018 y volvió a proponérselo en 2020, ¿cómo pretenden ahora vender que ese mismo Marchena es el líder de un golpe de Estado judicial?
Porque saben que el WhatsApp era basura. Porque siempre han sabido que el relato generado en torno a él era falso. Porque son conscientes de que era un bulo lanzado por un estulto irresponsable. Y porque, hasta ayer, nadie había tenido la necesidad política de fingir que no lo era. Pero fabricar un enemigo útil siempre es más fácil que reconocer ante tu electorado que nombraste como Fiscal General a quien nunca fue idóneo para el cargo, ya que, en lugar de servir a la institución a la que decía representar, servía a tu Gobierno.
No es la primera vez que Marchena acaba en el centro de una campaña de desprestigio. Desde el otro extremo del espectro político, muchos llevan años atribuyéndole la caricatura de haber descrito el procés como «una ensoñación» para minimizarlo, cuando cualquiera que haya leído la sentencia sabe que ese término no pretendía blanquear nada. Lo que sostuvo el tribunal es que la independencia vendida por los líderes del procés fue una estafa a los ciudadanos catalanes, que fueron arrastrados a una quimera, a una ficción política que jamás habría desembocado en un Estado soberano porque los propios acusados sabían que aquello era jurídicamente imposible. Y la prueba de que la Sala Segunda no lo consideró jamás una ensoñación inofensiva es que esos mismos líderes fueron condenados a penas de hasta trece años de prisión. Nadie que se lea la sentencia con un mínimo de honestidad intelectual puede sostener que el Supremo dijera que «todo fue un sueño». Afirma exactamente lo contrario: fue un fraude monumental a miles de catalanes.
La realidad es que Marchena es uno de los juristas más brillantes de su generación. Como Del Moral, como Sancho Gargallo o como Cándido Conde-Pumpido –porque que haya decidido poner su talento jurídico al servicio del peor Gobierno de nuestra democracia no le resta un ápice de brillantez técnica—. Por suerte, quienes integran el Poder Judicial en general, y la Sala Segunda del Supremo en particular, no sirven a partidos ni a gobiernos. Sirven a la ley. Y punto. No aceptan presiones. No reciben instrucciones. De nadie. Mucho menos de cuatro periodistas que han decidido corromperse en el ejercicio de su profesión para ser usados como coartada. Ni tampoco de un puñado de advenedizos aferrados al poder que llevan siete años retorciendo las normas para blindar su propia impunidad. Por eso necesitan fabricar culpables. Por eso disparan contra Marchena como el principal enemigo del procés nacional que han puesto en marcha. Porque no pueden doblegar a un magistrado que solo responde ante la legalidad y ante su propia conciencia.