¡Ruido de sables! ¿Ruido de togas?
«La incógnita reside en saber cómo Sánchez va a dar la nueva vuelta de tuerca contra la autonomía judicial, una exigencia técnica para la consolidación de su autocracia»

Ilustración de Alejandra Svriz.
En la tarde del 29 de enero de 1981, hablé por teléfono con Fernando Claudín, a fin de cerrar la organización en la Complutense de unas conferencias sobre el cincuentenario de la Segunda República, que iba a conmemorarse el 14 de abril. Sabedor de que Claudín era un hombre bien enterado por su relación con el PSOE, le pregunté por la causa de la dimisión que acababa de anunciar Adolfo Suárez. La respuesta fue tajante: «¡Ruido de sables!».
La miniserie de Alberto Rodríguez, Anatomía de un instante, basada en el libro de Cercas, ilustra y confirma el juicio del antiguo dirigente comunista. Tomando como punto de partida el hecho de que hubo tres hombres, Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo, que no se tiraron al suelo ante los disparos de los golpistas, el escritor nos recuerda que los tres fueron piezas claves de la transición democrática, luego injustamente mandados a la mierda, y presenta sus respectivas trayectorias hasta llegar a ese momento crucial.
La opción es perfectamente válida, si bien provoca dos costes colaterales, ajenos tal vez a la voluntad del autor. Ante todo, como en los tres mosqueteros que son cuatro, el cuarto hombre, el Rey, queda en la sombra cuando no entra en escena Suárez, y como consecuencia, resultan acentuadas las sospechas de su complicidad, y borradas sus intervenciones principales, en la consulta a los capitanes generales, la decisiva al imponer el respeto a la Constitución, y la recepción posencierro donde respondió al agradecimiento de Suárez a Armada con la instrucción de detenerle.
El segundo inconveniente nace de presentar la Transición como resultado de la acción de tres egregias personalidades, que emergen sobre el resto, y eso, de nuevo ajeno a la intención de Cercas, le viene pintiparado a Pedro Sánchez para mostrarse hoy como su único heredero. Audaz, inteligente, entregado al servicio de España, mientras el Rey, como vimos, en la serie resulta marginado o es objeto de sospecha. Lo que Él más desea. Para subrayarlo, el día 21 evitó asistir al acto de cincuentenario de la Monarquía, tras acudir a la presentación de la miniserie. Sánchez es republicano, pensando como siempre en sí mismo.
La personalización lleva asimismo a marginar actos colectivos que intervinieron en ambos procesos. Al igual que con el mensaje del Rey, hubieran sido útiles cortes con imágenes de acontecimientos significativos, tales como la movilización por la libertad de Carrillo, durante la cual ensayé con éxito la experiencia de hombre invisible, y sobre todo la impune contestación violenta al Rey y a la democracia por los batasunos en la Casa de Juntas de Gernika, el 4 de febrero. Sumado a los asesinatos de ETA, ese brutal desafío algún efecto debió tener sobre el enfado militar y sobre el propio Juan Carlos. Olvidarlo ahora viene bien al discurso oficial.
«Hoy la Guardia Civil, a través de la UCO, es la institución que está salvando la democracia, en colaboración con la judicatura»
El hecho es que pasados 50 años de la muerte del dictador y del regreso de la monarquía, llegó el momento de la celebración. Pedro Sánchez pensaba en una apoteosis, a costa de la condena de Franco, pero por motivos que todos conocemos, hay demasiadas nubes que obstaculizan su ascenso a los cielos. La ausencia del rey emérito deslució la efemérides y sobre todo, la coincidencia en el tiempo con el fallo de condena sobre el fiscal general, en medio de una gran tensión, vino a recordar que la estabilidad de la democracia está lejos de verse asegurada.
Es, claro, una inseguridad que depende ahora de causas muy diferentes a las de 1981. Además, el escenario donde se desarrolla ofrece una sorprendente inversión de papeles. Entonces un teniente coronel de la Guardia Civil, Tejero, fue el protagonista emblemático del intento de golpe de Estado, respondiendo a la idea establecida de que el instituto armado había sido un reducto del franquismo. Hoy la Guardia Civil, a través de la UCO, es la institución que está salvando la democracia, en colaboración con la judicatura, al proporcionar una dimensión objetiva con sus indagaciones a la actuación de un Estado, en otros aspectos sometido a los abusos del gobernante.
Junto a la Guardia Civil, a abismal distancia del golpismo actuante en 1981, el Ejército es hoy el garante ejemplar del orden constitucional. Sin olvidar que presta una imprescindible labor humanitaria, tanto a escala internacional como en la atención a las catástrofes. Está claro que desde entonces, ambas instituciones han registrado un giro de 180 grados en su función política y social, siendo hoy pilares del orden constitucional, sin por eso haber renunciado a sus valores tradicionales. Ventajas de la Transición.
Un vuelco sorprendente ha afectado también, pero en sentido inverso, a otras instituciones que en 1981 jugaron un papel esencial en la defensa de la democracia amenazada. La deriva dictatorial de Pedro Sánchez ha provocado un auténtico mundo al revés. De la misma fuente de donde salió, el 23-F, el llamamiento a sostener la Constitución frente al golpe, la prensa entonces independiente, hoy en día, durante el juicio del fiscal general del Estado, y con intensidad aún mayor tras la sentencia, cobra forma la campaña de descrédito del Poder Judicial, por el simple hecho de que al Gobierno no le conviene una sentencia del Supremo, y las plumas le siguen.
«Dada la oleada de reacciones al fallo del Supremo, cabe presagiar que Sánchez no va a conformarse con sufrir el golpe»
En lugar de los periodistas de investigación que en el Watergate llevaron al descubrimiento y a la condena de quienes ejecutaron un delito de Estado al servicio del presidente, encontramos aquí y ahora otros periodistas que se emplearon a fondo para impedir que un eventual delito de Estado, verosímilmente inducido por otro presidente, llegara a ser condenado. Es como si en el caso antes citado, Nixon hubiese decretado que sus hombres eran inocentes, y no solo sus medios, sino la prensa llamada independiente, en torno al Washington Post formara un frente para descalificar la actuación judicial, en lugar de haberla impulsado decisivamente. Hasta desarrollar una eficaz campaña de intoxicación.
De la historia de la literatura española, de Gullermo Díaz-Plaja, que estudié en mis primeros años, recuerdo una observación que viene al caso: el plagio necesita ir acompañado de asesinato. Y tal como se ha producido la oleada de reacciones al fallo del Supremo, cabe presagiar que Sánchez no va a conformarse con sufrir el golpe. Necesita pasar a la ofensiva, y ya sus auxiliares, fieles a las consignas superiores, indican la pauta. La ha trazado algún personaje siniestro de la progresía judicial, denunciando que la sentencia es un golpe blando. El coro lo repitió pronto, con Yolanda Díaz como solista, declarando que se trata de un ataque al Gobierno, progresista, por supuesto, como militar era el Elefante Blanco, y a la división de poderes.
Con especial intensidad, pronuncia esa acusación Podemos. Pablo Iglesias invoca de inmediato la necesidad de un verdadero golpe legal: para empezar, como una sentencia no nos gusta, hay que cargarse al CGPJ en su composición actual. Desde hace tiempo, nuestro hombre protagoniza una incesante campaña contra los jueces. Y solo es el principio y el más estridente en una movida más amplia. Toca ahora a Pedro Sánchez hablar y dar las consignas. El leitmotiv del golpe blando puede ser el lema de la ofensiva, al lado de la exigencia de acabar con el lawfare. Así como en el 23-F hubo que conjurar el ruido de sables, ahora toca acallar el ruido de togas. ¿Cómo? Lo veremos pronto.
El escenario del 23-F se ha invertido. Ahora es el Gobierno quien carga contra el orden constitucional, aupado sobre los mismos medios que lo defendieron en el 81. En este juego de inversiones, mientras la extrema derecha, Vox, asiste feliz al espectáculo, el izquierdismo convertido en auxiliar del Gobierno, atiza el fuego que va consumiendo la división de poderes.
La incógnita reside en saber cómo Pedro Sánchez va a dar la nueva vuelta de tuerca contra la autonomía judicial, una exigencia técnica para la consolidación de su autocracia. Discreto en Johannesburgo, no ha dejado de apuntar la línea de actuación del modo habitual, que le aleja de aquel político calificado de la daga florentina. Su estilo le desplaza más bien en Albacete, cuando apunta sin nombrarlo al juez Marchena como chivo expiatorio. La crónica de El País dobla el golpe: Marchena es «el factótum y clave de la sentencia». Sin prueba alguna, un presidente del Gobierno contra un juez que ha cumplido su función: modelo de comportamiento democrático. El movimiento de opinión ya está creado por sus segundos más combativos y por la trama mediática para que cruce ese Rubicón. No puede defraudarles.