The Objective
Santi González

Los Pujol, qué banquillo tan nutrido

«El banquillo es comparable al juicio a los golpistas del 1-O, el consejo de guerra contra los del 23-F o el Proceso de Burgos»

Opinión
Los Pujol, qué banquillo tan nutrido

Juicio a los Pujol.

Todos los grandes periódicos de España, todos menos El País, abrían ayer con una foto muy notable, de la sala de la Audiencia Nacional en que se juzga a la familia Pujol. Ellos y sus abogados componen uno de los banquillos más nutridos que uno puede recordar, comparable al juicio en el Tribunal Supremo a los golpistas del 1-O, el consejo de guerra contra los golpistas del 23-F o el Proceso de Burgos por el número de encausados, aunque esto lo tenemos que suponer porque no hubo fotos.

Un amigo mío expresó respecto a Pujol una perplejidad básica ante un dirigente político que construyó una nación para esquilmarla. Se llamaba Jordi Pujol i Soley y fundó una entidad financiera, Banca Catalana, con idéntico propósito. Banca Catalana quebró en 1984 y la fiscalía general del Estado incluyó a Pujol en la querella contra los directivos de la entidad. En junio de 1986, los fiscales José María Mena y Carlos Jiménez Villarejo presentaron la petición de procesamiento de los 18 antiguos consejeros, Pujol incluido, por presuntos delitos de apropiación indebida, enriquecimiento ilícito, falsedad en documento público y mercantil y maquinación.

Solo ocho magistrados votaron a favor del procesamiento, mientras 33 lo hicieron en contra. La Audiencia de Barcelona sobreseyó el asunto en 1990 y Felipe González y Alfonso Guerra estuvieron a favor. Felipe González necesitaba los votos de Pujol para los Presupuestos y qué más quieren que les diga.

Es historia más bien reciente aquella confesión de Pujol en 2014. Fue la tarde de Santiago y casi por compromiso, habría escrito aproximadamente García Lorca cuando el patriarca convocó aquella sorprendente rueda de prensa para confesar sus fechorías, su escamoteo con Hacienda y lo que se ocultaba tras la presunta herencia de l’avi Florenci.

Diez días más tarde, Felipe lo comentó como un gitano legítimo, quizá en recuerdo de los buenos viejos tiempos: «Pujol no es un corrupto. Nunca he pensado que lo fuera», y remató su intervención con un retruécano que Salvador Allende había acuñado cuarenta y tantos años antes: «Cualquiera puede meter la pata pero no la mano». De alguna manera se cumplía la admonición que Pujol había sentenciado desde el balcón de la Generalidad el 31 de mayo de 1984 ante la multitudinaria tropa que había convocado y le había seguido detrás de su coche desde el Parlament hasta el Palau en manifestación de protesta contra la querella presentada por la Fiscalía General del Estado: «El Gobierno central ha hecho una jugada indigna. En adelante, de ética y moral hablaremos nosotros. No ellos».

La izquierda, la misma izquierda que tantos años después habría de aplaudir los indultos a los golpistas del partido que fundara Pujol y después la amnistía, ya había sentado los precedentes con Jordi Pujol, aunque en aquella ocasión el Ministerio Público sí parecía más independiente: los fiscales Mena y Villarejo habían presentado la querella por Banca Catalana y fueron críticos con Felipe González por bloquearla. A efectos comparativos, debería tenerse en cuenta que con el mismo Código Penal y por los mismos delitos a Mario Conde lo condenó el Tribunal Supremo a 20 años de prisión.

No fueron solo Felipe González y Alfonso Guerra los avalistas morales de Pujol. Manuel Vázquez Montalbán, cabeza visible del orden moral en la izquierda mediática, escribió en aquel entonces una absolución estremecedora: «De Pujol se podrá pensar que ha sido un mal banquero, que es de la derecha camuflada o que es feo, pero nadie, absolutamente nadie en Cataluña, sea del credo que sea, puede llegar a la más leve sombra de sospecha de que sea un ladrón».

Está en la foto del banquillo la familia al completo, menos el jefe que a sus 95 brejes comparece desde casa y la madre superiora, fallecida hace 16 meses. O sea que comparecen sus siete cabritillos que ya se han hecho mayores, además de Mercé Gironés, la exmujer del primogénito, para quien se pide la más alta pena de cárcel después de la de Jordi Jr.: 17 años. Cuando empezaban a definirse las líneas maestras del proceso tenían todos acusación todos los pujolitos menos uno: Josep Pujol i Ferrusola. Yo entonces llegué a pensar y así lo escribí, que seguramente era adoptado. No era así, Josep prolongó el eco de la sangre a que responde y fue encausado como los demás; se pide para él la tercera pena, 14 años, después de los 29 de su hermano Jordi y los 17 de su cuñada Mercé. Era un Pujol genuino.

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