Reisner y el nacimiento del fotoperiodismo en la Guerra Civil
«Reisner, llamado Messner, es el protagonista de la emocionante, sentimental, real e irreal novela de Manuel Ángel Barbero, ‘Todas las promesas del cielo’»

Fotografía de Reisner.
«Y cómo huir cuando no quedan
islas para naufragar»
Joaquín Sabina
Muchas cosas cambiaron con la Guerra Civil española. Experimento del comunismo estalinista y de los fascismos emergentes. Se derrotó al comunismo y el fascismo se reconvirtió en lo que fue el franquismo, una dictadura que se alimentó del nazismo y el fascismo, pero que se fue reinventando en una peculiar autocracia. Pasó de la crueldad de la victoria a la represión de demócratas, liberales, republicanos y, por supuesto, de toda la izquierda. La democracia perdió la guerra.
También los demócratas habían perdido la República por la ocupación izquierdista/estalinista del poder. Una izquierda, la alineada con el Partido Comunista, se encargó de sembrar el terror, amenazar a socialistas, anarquistas, antiestalinistas, republicanos, demócratas y a los odiados trotskistas. En el mes de junio de 1937, Andreu Nin, desapareció cerca de Alcalá de Henares, perseguido y odiado por casi todos —Trotsky incluido— seguramente asesinado y desollado por orden de los mismos agentes soviéticos, Orlov y Grigulevich, que captaron a Mercader para asesinar en México a Trotsky.
El terror de la izquierda había tomado el poder en la España fiel a la República. Pasionaria en el mes de agosto del 37 hizo un importante discurso en el que pedía limpieza, vigilancia y llamaba a la denuncia de cualquier desafecto a su régimen. «Es necesario extirpar, como se extirpan del campo las plantas dañosas, al trotskismo de las filas proletarias de nuestro país. Es necesario extirparlo y aplastarlo como a fieras rabiosas…»
George Reisner, joven fotógrafo nacido en Breslau, en la Polonia alemana, judío, de familia burguesa, simpatizante del POUM, cercano a las izquierdas antiestalinistas, pionero del primer fotoperiodismo de la Guerra Civil, ha sido uno de los más importantes entre aquellos que llegaron con sus Leikas a aquella guerra. Cambiaron la fotografía, el reportaje y fueron los encargados de hacer visible la muerte, la lucha y también la vida cotidiana de aquella guerra. Él, con su compañero, su inseparable amigo Hans Nemuth que había conocido en los tiempos del París surrealista y creativo, fueron los primeros del fotoperiodismo de las «nuevas guerras».
Dos jóvenes amigos de vidas paralelas, huidos del nazismo, vividores de la noche parisina, del arte en plena revolución y búsqueda, admiradores de Brassai —el gran fotógrafo de la vida de los cafés, los amantes bohemios, las luces tenues y la feliz vida «canalla»— en una ciudad que era el centro del mundo. Paraíso de los buscadores de libertad, de los que estaban reinventando la fotografía y las demás artes. Jóvenes que sabían apurar la vida, los amores libres y distintos. Convivieron con los surrealistas y el arte de la ruptura, fueron amigos de Breton y Eluard, conocieron a Dalí y Miró, admiraron a Duchamp y Man Ray. Alegres vidas que pronto se vieron truncadas por la amenaza del nazismo, de la persecución de los judíos y de las vanguardias del arte.
«Pretendían que con sus cámaras se pudiera hacer algo más que fortuna»
Reisner y Nemuth sabían como vivir su libertad, eligieron un refugio hermoso y plácido, abrieron un estudio fotográfico en el Puerto de Pollensa en Mallorca. Era el verano del 35, en la isla se refugiaban ricos y excéntricos de Europa y Estados Unidos y esta pareja de artistas fotógrafos disfrutaban de aquella buena vida de bohemia chic. No tenían problemas de dinero, pero no habían olvidado su compromiso con las ideas de la izquierda no ortodoxa, su deseo de combatir los fascismos.
Pretendían que con sus cámaras se pudiera hacer algo más que fortuna. La revista Vu, una de las grandes referencias del periodismo fotográfico y con ideas progresistas, les ofreció reflejar la Olimpiada Popular de Barcelona que se planteó como contestación a la Olimpiada de Berlín controlada por Hitler. Allí fueron. Allí se encontraron en la Barcelona de barricadas 18 de julio de 1936. Entonces todo cambió en sus vidas, en la vida española, y en la vida europea. Empezaba aquella guerra que tantas cosas transformaría, una de ellas la forma de hacer el primer fotoperiodismo.
Una manera de mostrar la guerra, la vida y la muerte que comenzó con Georg Reisner, en compañía de Hans Nemuth, y en la que fueron los dos primeros de un fotoperiodismo poético tan fundamental de tiempos prosaicos. Aunque reconocido por los expertos, creemos que Reisner está demasiado olvidado, demasiado tapado por los nombres estrellas del fotoperiodismo de guerra. Justo es el reconocimiento a Robert Capa, Gerda Taro, Chim, Carier-Bresson o nuestros Centelles y Campañá. De muchos más que transformaron la información de la vida en el frente y de aquellas existencias cotidianas de los que tuvieron que sufrir el drama de aquellas batallas
En mi vida tengo una deuda fundamental, aunque reconocida, con la ficción, esa repetida verdad de las mentiras. Necesitamos la verdad contada y las otras. Esas que son narradas con la libertad del creador, del fabulador, del poeta cuando estos son capaces de acercarnos unas vidas, unos tiempos que no son los nuestros, aunque todos lo sean. Me siento cerca de Reisner, ahora bajo el nombre ficticio de Messner. De Flora Rey, esa mujer de la que no sabemos el nombre y que caminaba, huía, por las vías de un ferrocarril en Cerro Muriano, en Sierra Morena, en compañía de otros y salvando a sus hijas del horror de una guerra que no era la suya. Ni la de nadie.
«Gran historia, gran ficción de realidades que vio y fotografió Reisner y que nos llegan en forma literaria»
Allí estuvo Reisner, llamado Messner en la emocionante, emotiva, sentimental, real e irreal narración de un autor que no perderé de vista, Manuel Ángel Barbero, todo un hallazgo narrativo que con su novela Todas las promesas del cielo, ha sido capaz de tenernos atrapados a unas vidas, unos dramas, muchas tragedias y también felicidades, de una mujer que nunca se llamó Flora Rey. Dos personajes principales de una narración coral que no deben perderse los preocupados por la vida, la muerte, la guerra y la paz, en una acotada zona del mundo que es todo el mundo.
Gran historia, gran ficción de realidades que vio y fotografió Reisner y que nos llegan en forma literaria. Una novela llena de música, belleza y dolor. Una novela con derrota y esperanza. Su autor, un bibliotecario, lector y escritor, un amante del arte, la música, la historia y sus vidas fotografiadas, Miguel Ángel Barbero que no ha necesitado salir de su pueblo en aquella serranía para trasladarnos a unas vidas que no fueron y que sin embargo son. Eso es la literatura, esa ficción que se nos acerca de manera tan real. Una escritura clásica, limpia, emotiva como la de Delibes, Zúñiga, Chirbes, Rosa, Pisón, Carrasco, González Sainz o López Andrada, tan distintos de fondo y forma, tan realistas de mundos que parecen irreales.
Gracias, entre otras cosas, por esos diálogos posibles en pleno frente entre sus amigos Capa y Taro, buscadores del realismo sucio de la guerra, cercanos a la batalla y ese otro mundo de la emoción de la huida, de la supervivencia de los que se tiraban al campo, los que huían por la carreta de Málaga a Almería, por los pueblos de Extremadura, las calles en barricadas de Barcelona o los que lo hicieron por esas serranías cordobesas que supo contar Reisner. La charla entre Capa y Reisner que novela Barbero, es toda una toma de posición distinta y válida de lo que representaron aquellos fotógrafos de nuestra guerra interminable.
La mayoría había huido de los terrores nazis, de los fascismos que amenazaban ese mundo de ayer- esperamos que se queden en aquellos espantos, que no regresen con otras máscaras- coincidían en su deseo de luchar para transmitir la emoción y el espanto de aquellas vidas. Dice el Capa de la novela: «Yo no engaño. Mi único pecado ha sido mostrar lo que en algún momento y en algún lugar determinado sucede sin que un fotógrafo esté presente. Son fotografías reales, aunque la sangre sea falsa». Y contesta Reisner: «Cuando eres buen fotógrafo y estás conectado con tus emociones, las historias aparecen de manera natural. Sin emoción no hay fotografía. No hay emoción que valga cuando las balas y la sangre no son ciertas».
«Reisner se quitó la vida en una pensión de Marsella antes de que llegara su visa para EE UU. Tenía 29 años. Sus fotos siempre vivirán»
Sigue contando Capa como hizo la más icónica de las fotografías de guerra, una foto preparada, ese contrapicado del miliciano que muere en el frente. No era verdad, aunque estuviera llena de drama posible, una muerte inventada y tan real. Reisner estaba en otro lado, venía de Brassaï y de Man Ray, se encontró con la belleza de una mujer de pueblo que huía con sus hijas, fue capaz de mostrar ese lado no épico del miedo, ese lado de la vida que no se quiere encontrar con la muerte.
No haré spoiler de la novela. No contaré esa vida, esa historia, que nada tuvo que ver con la realidad. Las maravillosas fotografías de Reisner, su acercamiento a lo cotidiano de la guerra, su amor por las personas que la sufren, no tuvo el final que elige el novelista Barbero. Como tantas veces preferimos la mentira, el sueño antes que la realidad. En la historia, Reisner, como Walter Benjamín, no resiste el acoso nazi, no supera el terror de vivir sin libertad, apresado, devuelto a un mundo que no quiere o a una muerte que no deseaba. No pudo con la realidad y se quitó la vida en una pensión de Marsella antes de que llegara su visa para Estados Unidos. Tenía 29 años. Sus fotos siempre vivirán.
Su amigo Hans Namuth logró escapar. Se convirtió en una estrella de Harper´s Bazaar. Conocemos a Pollock trabajando en su estudio por Namuth. También a Rothko, Kooning, Gropius, Mies van der Rohe o Lloyd Wright por sus retratos. Nunca olvidó a su amigo, primer maestro en la fotografía, compañero en años felices en Mallorca y en los tiempos duros de la guerra en España, nunca olvidó a ese apasionado Reisner, ahora Messner en la ficción, que supo atrapar la vida en tiempos de muerte. Un trago de agua fresca de un botijo de aquellos tiempos, un trago de vida para esos que huían de la muerte. Lean, beban, rían, sufran con esta esperanzada ficción de años sin esperanza.