The Objective
Abelardo Bethencourt

Aquello que nos une

«La maternidad no sólo como punto de unión entre los seres humanos, sino como símbolo de lo que más escasea hoy: una generosidad sin límite y sin condiciones»

Opinión
Aquello que nos une

Un niño abrazado a su madre.

Vivimos en un conflicto permanente. Un conflicto político, generacional, internacional y, sobre todo, personal. Los individuos estamos cada vez más solos porque nos vamos separando, casi sin darnos cuenta, de nuestros semejantes. Hay quienes se alejan de sus familias y se esconden en el mundo digital, donde las pantallas les dan mil motivos para no tener que sostener una mirada.

El espacio que hay entre nosotros se estira cada día un poco más, como el universo, y cada vez escasean más las razones para conectar de verdad con quien tenemos al lado. Por eso resulta urgente buscar elementos de unión, cosas que, nos guste o no, tengamos todos en común. Raíces que nos devuelvan a la fraternidad. Y hay una especialmente incontestable y luminosa: todos tenemos una madre. Todos fuimos concebidos bajo la protección de alguien que nos alimentó cuando aún ni siquiera sabíamos respirar por nosotros mismos.

Hemos olvidado la maternidad, que en otros tiempos fue motivo de deidad, y la hemos rebajado a un trámite más del desarrollo personal. La tratamos como una función biológica cualquiera, como si estuviera al nivel de comer o morir. Y, sin embargo, nunca deberíamos olvidar que hubo alguien dispuesto a dar su vida por nosotros incluso antes de conocernos. La maternidad no sólo como punto de unión entre todos los seres humanos, sino como símbolo de lo que más escasea hoy: una generosidad sin límite y sin condiciones.

«Dar a luz» es una metáfora perfecta pero, quizá, equivocada. Pocos lugares se me ocurren más iluminados que el vientre de una persona que decide regalarle la vida a otra. Cuánta gloria cabe en un gesto tan natural como divino, tan común como excepcional.

Uno tiene que vivir, y ver de cerca, hasta dónde es capaz de sacrificarse una persona por un ser que todavía no es, para entender que en la maternidad está el milagro de toda religión, de toda tradición y de todo relato. Es el bien absoluto, el momento en que se traiciona la entropía y elementos que nada tenían que ver entre sí se reorganizan para formar un corazón, una cabeza, una vida. Ese gesto es el combustible que nos acompaña, aunque no lo sepamos, el resto de nuestros días. Es la razón por la que tantos soldados se acuerdan de su madre en el umbral de la muerte. Incluso cuando todo termina y hace mucho que la perdimos, volvemos a su seno en la memoria cuando la oscuridad acecha, porque no hubo lugar con más luz que aquel que nos lo dio todo a cambio de nada.

Parece que hoy empoderar a una mujer consiste en esconder su capacidad más mística, más generosa e increíble. Y sólo cuando uno ve de cerca que, en ella, la única razón de ser es el otro, entiende que las mujeres no necesitan ser empoderadas: se levantan solas, se sostienen solas, con un gesto de amor infinito que sólo ellas pueden dar.

En estos tiempos difíciles recordemos que todos tenemos madre. Y veamos en eso no una carga, sino el resultado de un acto de amor que sostiene literalmente a la humanidad. Nacemos de una madre no sólo por sus rasgos fisiológicos, sino por el amor infinito de quien nos da la oportunidad de ser. Hay madres que nunca estuvieron embarazadas y, sin embargo, cargan con hijos que no salieron de su cuerpo, sino de una decisión. Abuelas que recomponen familias rotas, tías que se convierten en refugio, hermanas mayores que hacen de escudo. La maternidad, más que un hecho biológico, es una forma de interponerse entre el mundo y la fragilidad de otro.

Gracias, mamá. Gracias, Alma, por todo. Y bienvenido al mundo, Carlos. Que no olvides esto es el mejor consejo que te puedo dar.

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