Escapada a Cádiz
«Calles habitables, sin tensión en la gente, frecuentes placitas y jardines, la catedral, las librerías, los edificios nobles comidos por la humedad y el mar por todos lados»

La catedral de Cádiz. | Eduardo Briones (Europa Press)
Me disponía a hablar de la atosigante política, que embrutece fatalmente (y con el sanchismo rebaja, también a los antisanchistas), cuando me han venido los aires de Cádiz, y por ahí me escapo. Estuve hace un mes justo y no había escrito nada.
Cádiz lo conocía mal. La conexión con Málaga no es buena. La primera vez, hace 21 años, fui con Marquitos, pero estuvimos solo una tarde y una mañana, más la noche de hotel (el Playa Victoria). La segunda fue una curiosa expedición. Berta González de Vega debía entrevistar a Elvira Lindo, que estaba allí con su marido por unas jornadas literarias, y nos agregamos en el coche Pepe Carleton, la viuda de Félix Bayón y yo.
Tuvo algo de proustiano, porque Carleton conocía historias de los aristócratas de todo el recorrido. Tras la entrevista, se sumó Antonio Muñoz Molina, que había terminado La noche de los tiempos. Regresamos sin pisar la ciudad: fue un Cádiz apenas entrevisto desde el coche. Por último, el año pasado hice una excursión con Losada desde Sevilla. Nuestra idea era mirar el mar por la mañana y callejear por la tarde. Pero nos topamos con el chiringuito Tirabuzón y allí echamos todas las horas, hasta que el sol se puso en el Atlántico.
Esta vez tuve una semana libre y, en lugar de pasarla entera en Madrid, que ya me da un poco igual, se me ocurrió estar en Madrid solo el fin de semana y el lunes bajar a Cádiz. Necesitaba una inyección atlántica, esa es la verdad. La asociación con La Habana es correcta (aunque nunca he estado en La Habana), pero hay otra más cercana para mí: Salvador de Bahía (donde sí he estado). La aproximación en el tren fue una aproximación a la luz.
Al salir del hotel, que era el Parador (¡pillé una oferta!), no sabía para dónde tirar. Así que llamé a Mármol, que es de Sevilla pero pasa temporadas en Cádiz. «¿Cai cómo funsiona, pisha?». Traté de camuflarme fonéticamente entre los indígenas, pero me temo que fui descubierto por los que pasaban a mi lado. Mármol me dio una lección magistral en cinco minutos y con ella me manejé toda la semana.
«El sol continuo y las olas amplias, marcando un compás metafísico»
Una semana simple: noches de lectura (Cuadernística de Cristóbal Polo, Manía epistolar de Cioran), desayunos con vista a la bahía, callejeo por la mañana, comidas en terrazas (salvo un día en el restaurante El Faro, donde me pusieron unas tortillitas de camarones de orfebrería) y tardes solo para el mar, caminando por su borde con el sol a mi derecha y la última hora tomando palo cortado de cara al mar, que se iba poniendo del color rojo de mi copa. Cacé un rayo verde el jueves. Los días fueron fantásticos de sol, para ir en manga corta a principios de noviembre; salvo el miércoles de temporal, con su belleza inhóspita. Esa tarde me tumbé en la cama del hotel con el ventanal abierto y el viento marítimo me llegaba a las sábanas con promesas de algo que no se cumplía. Había, no obstante, felicidad en la pura inminencia.
El sábado invité a Losada y el circuito lo hicimos juntos. Comimos y pasamos la tarde en el Tirabuzón. Cenamos en el Mentidero. En el hotel abrimos el Talisker que me trajo de regalo y bebimos mirando la piscina con iluminación azul y los fogonazos del faro, mientras sonaba Mtume. La mañana del domingo visitamos el faro, en el castillo de San Sebastián: enclave despojado, entre geométrico y decadente, al que iría a menudo si viviera en Cádiz.
Sí, viviría en Cádiz. Calles habitables, sin tensión en la gente, frecuentes placitas y jardines, la catedral, las iglesias, las librerías (en Quorum me compré la biografía de Pessoa que ha traducido nuestro Vidal-Folch), los edificios nobles comidos por la humedad y el mar por todos lados. Una tarde caminé hasta el confín, hasta la Cortadura. Pero fueron los paseos de todas las tardes, más largos que en Málaga, más agrestes por el Atlántico, más ensanchados. El sol continuo y las olas amplias, marcando un compás metafísico. Días para limpiarse. Y me limpié.